Dos semanas después de la mudanza
Algunas cajas continuaban arrinconadas en una de las esquinas del recibidor, cuando Callum sujetó una tostada caliente entre sus dientes al tiempo que saltaba para colocarse una de las botas negras. Llegaría tarde a su primer día de trabajo. Masticó con rapidez, encajó el talón en la bota y subió trotando las escaleras para golpear la puerta de Liam con insistencia.
—¡Llegarás tarde! —vociferó al otro lado de la puerta.
Liam rodó sobre las sábanas negras y se cubrió la cabeza con la almohada. No necesitaba que su hermano le destrozara la puerta una tercera vez en menos de dos años. Callum fue por su chaqueta a su habitación y volvió a golpear la puerta de Liam.
—¡Sabes lo que sucederá si no bajas en cinco minutos! —gritó de nuevo—. No me obligues una cuarta vez, Liam.
Callum bajó corriendo las escaleras e inhaló el aroma del café de Hope. Su madre, después de trabajar diez años en un restaurante del que solo le quedaron malos recuerdos, preparaba uno de los mejores cafés de la costa sureste. Liam gritó con la cabeza bajo la almohada, la arrojó a un lado de la cama y se colocó de pie. Fue al baño por algo de pasta de dientes y se alborotó el cabello. Se colocó una chaqueta negra de cuero que ganó en una de sus carreras y hundió los pies en las botas. Se colgó la mochila en el hombro izquierdo y bajó las escaleras con la misma expresión de descontento que ostentó los últimos años. Hope elevó la mirada para saludarlo, pero Liam sujetó la puerta y la azotó al salir.
Hope cerró los ojos unos segundos, le sonrió a Callum e hizo como si no le rompiera el corazón que Liam los odiara por mudarse de Boston. Las detenciones, las noches en prisión y las carreras ilegales debían parar, y Callum, siendo cabeza de esa familia, debía tomar medidas drásticas para que hermano no terminara parapléjico en el hospital o envejeciendo en prisión.
Hope giró para colocar otra tostada en el plato de Callum. Él, al ver en su reloj que llegaría tarde, volvió a sujetarla con los dientes.
—Una para el camino.
Masticó, bebió otro sorbo de café y sujetó su mochila.
—Te amo —dijo al besar la mejilla de Hope y sentir la suave mano de su madre en su mejilla—. Nos vemos en la noche.
Callum le lanzó un beso a su madre y subió a la camioneta, bordeando el tráfico y rogando que la persona que lo recibiera no fuera su jefe para amonestarlo por llegar tarde en su primer día.
Al otro lado del conjunto residencial donde vivía Callum con su familia, vivía Dove con su hija. Dove terminó de enroscar su cabello y alisó las inexistentes arrugas de su saco cuando caminó a la cocina por los platos y los colocó en la mesa del comedor.
—¡Ava! —gritó no tan alto—. Es hora de desayunar.
Ava batió el cabello castaño sobre su espalda y desabotonó dos de los botones de su camisa para que el corpiño de encaje se notara. Dove la miró por el rabillo del ojo cuando se terminaba de arreglar en el enorme espejo del comedor sin decir palabra alguna.
—Es tardísimo. —Bebió un poco de jugo—. Te amo.
Ava se disponía a salirse con la suya, cuando Dove la detuvo.
—Regresa.
Ava respiró profundo y giró sobre los tacones de las botas. Dove le hizo un ademán para que se acercara lo suficiente al borde de la mesa y tras llevar las manos a su pecho, abotonó de nuevo su camisa. Ava sabía que su madre odiaba que se vistiera de forma provocativa para ir a la escuela. No era una niña, tenía diecisiete, pero mientras viviera bajo el mismo techo de su madre, se haría de la forma que ella lo pedía. Solo habían ciertas reglas: sin perforaciones, tatuajes, bebés, ni alcohol, pero las más importante era fomentar el respeto hacia ella misma al prohibirle usar ropa que consideraran vulgar. No le pedía demasiado, solo respetarse.
—Regresa temprano —susurró Dove al besarle la mejilla.
—Entendido.
Ava, aunque odiaba que ella intentara controlar su vida, aceptó que le cubriera el pecho con la camisa. Y sin poderse enfadar, le sonrió y trotó al garaje por el antiguo jeep de su padre. Ajeno a la nítida voz de su padre en su cabeza, Ava heredó su auto. Era antiguo, rojo con franjas negras, funcionaba por obra divina y la dejaba varada en casi cualquier lugar, sin embargo, para el comienzo de clase Dove lo llevó con el mecánico para que lo dejaran perfecto para movilizarla. Ava encendió el motor de un intento, retrocedió y condujo cuatro calles más abajo por Arizona.
Arizona era su mejor amiga de la vida. Se conocieron en el jardín de niños, y tras pelear por una Barbie, se hicieron grandes amigas. Arizona elevó los lentes oscuros por el puente de su nariz y Ava bajó el vidrio lateral para saludarla antes de entrar.
—¡Hola, preciosa! —saludó—. ¿Sigues conduciendo esto?
—Lo amo. —Ava palmeó el volante—. Es esto o el autobús.
Arizona sujetó la manija y tomó el puesto de copiloto.
—Siendo así, bendecida seas —bromeó al golpear la frente de Ava con los dedos—. Primer día de nuestro último año. Será genial.
Ava le sonrió y aceleró. Justo cuando cruzaba la intercepción principal, pasó Callum en la camioneta de camino a la estación. Gracias al cielo no se encontraba demasiado lejos, o habría tenido más de un problema en apenas el primer día. Estacionó afuera, justo en uno de los pocos lugares vacíos. La mayoría de los bomberos llegaban en motocicletas, por lo que los espacios eran pequeños. Una vez fuera, volvió a colgarse la mochila y empujó la puerta de cristal. El lugar era viejo, poco innovador, con poca decoración colorida y muchísimo ruido proveniente de al lado.
Observaba las fotografías de los caídos, cuando alguien arribó.
—Callum, bienvenido a la estación de bomberos de Columbia. —saludó un hombre de enorme sonrisa blanquecina y manos grandes—. Lo sé, no tenemos un nombre original.
Callum apretó su mano con cortesía.
—Soy Dexter Butler, capitán de la brigada de evacuación y rescate, la misma donde estarás un tiempo. —Movió la cabeza—. Te mostraré el lugar y los juguetes que nos acaban de llegar.
Dexter era el capitán de la primera brigada más importante de la estación. El jefe, Aaron Fleming, por motivos personales, no logró darle la bienvenida, por lo que envió al chico bueno de Butler para que le enseñara todas las instalaciones. El área baja se encontraba mantenimiento, estacionamiento, recibidor y área de entrenamiento. En la zona superior se encontraba el comedor, la cocina, la habitación del equipamiento necesario y el área de entretenimiento. Por último, en el tercer piso, estaban las habitaciones para el descanso después de turnos nocturnos.
Dexter le contó una historia resumida de la estación, le mostró todo el equipamiento que acababa de llegar y también le entregó su uniforme. Dexter le contó que acababan de cambiar el corvo, las hachas, las bombas de mochila y el batefuego. Después de una donación por parte del alcalde, cambiaron todos los uniformes básicos por uno confeccionado en tres capas de tela, cubierta exterior Nomex, resistente al fuego de más de seiscientos grados, con un forro térmico y barrera de humedad laminada, cocidas entre si formando una sola pieza, desmontables de la cubierta exterior en su totalidad por medio de broches de presión. Debían ser trajes ignifuga, resistentes, termo sellados y antiestáticos.
Le entregó su chaquetón de cuello color mostaza, un par de camisas blancas, un enterizo de gabardina y los pantalones que iban con el chaquetón. También una docena de medias blancas, un tapabocas de capas extra que le protegería la boca y el cuello, y un par de botas de combate. Eran tres kilos de peso extra que le brindaría no solo protección, sino un diseño ergonómico y ultraliviano comparado con el traje que usaba en la primera estación donde trabajó a los veintisiete. Lo que Aaron quería era que sus bomberos evitaran el estrés térmico en la jornada y facilitar los movimientos en tareas extremas como sacar personas de un enorme edificio en llamas sin agotarse más de lo normal.
Una vez que el recorrido terminó, Dexter abrió la puerta de la habitación de su brigada y encontró a los muchachos jugando póker de dinero. Todas las miradas cayeron en Callum, quien no se sintió ni un segundo intimidado. El hombre era como una camioneta todo terreno. Los muchachos dejaron las cartas boca abajo sobre la pequeña mesa y se limpiaron el sudor de las palmas para recibir a la carne fresca de la estación. Callum era el primero que llegaba en más de dos años. Siempre llegaban voluntarios para brigadas de protección ciudadana para dar charlas sobre concientización y evitar la deforestación, pero casi nunca llegaban bomberos de otras unidades o de otros estados como Callum.
—Ellos son Jayden Gray, Maverick Wood y Aiden Jenkins. —Callum estrechó la manos de los tres—. Somos diez, pero la mayoría no duerme aquí sino hasta los turnos nocturnos.
Jayden era un rubio de ojos verdes de un metro noventa, fornido, con los músculos que prensaban su franela. Aiden era un hombre con ciertos rasgos latinos por su madre, con la piel morena y los ojos color miel, mientras Maverick era más delgado, con la piel cenizosa y los ojos azabache. Los tres llevaban sus franelas blancas y un pantalón de mezclilla normal. Esa noche tendrían guardia, lo que involucraba que Callum también.
—Tenemos el camión cinco —continuó Dexter al señalarle su litera—. Los mecánicos trabajan en una falla en el motor, así que si se presenta una emergencia subiremos al siete.
Dexter palmeó sus manos y se estiró para sujetar la botella de agua de su cama. Tras beber una buena cantidad, miró a los muchachos preguntarle a Callum por su vida, cuándo llegó a Columbia e incluso si estaba soltero al ver la ausencia de anillo. Dexter cruzó los brazos, observando como los muchachos comenzaban a agobiar a Callum con preguntas que no tenían pie ni cabeza, además de invitarlo a beber cerveza con ellos el siguiente fin de semana en el club campestre al final del camino principal. Era un lugar concurrido, pero popular entre ellos.
—Creo que esto es todo —irrumpió Dexter—. Espero que no seas un idiota como el último que llegó de la ciudad.
Maverick le colocó tres cartas en la mano para que se uniera al juego. Era un buen recibimiento, diferente a lo que esperaba.
—También lo espero —susurró Callum al sentarse a jugar.
Sin incendios, sin preparación porque no era un novato y sin nada que hacer, se sentó a hablar con los que serían sus nuevos compañeros de trabajo y amigos en un futuro. Parecía un trío colorido, y con él eran cuatro. Cuatro no era un mal número; justamente cuatro eran los minutos que faltaban para que sonara la campara para el segundo periodo en la escuela, cuando Ava se sentó en las gradas del campo de futbol americano para almorzar. El día pasó voraz, iluminado por el sol que se colaba por las ventanas del salón, a medida que el profesor Rick les contaba sobre el descubrimiento de la América. Ava miró el pizarrón lleno de letras hasta que la campana sonó y se reunió con sus tres amigas en la salida. Arizona se colgó del brazo de Evolet a medida que la fila para la comida disminuía, mientras Novalee hablaba con Ava sobre la nueva rutina asiática para el cuidado facial.
Las cuatro se sentaron en las gradas a observar a los fornidos casi universitarios mover el saco de entrenamiento de un lado al otro. El sudor se reflejaba en sus rostros jóvenes, mientras apretaban los dientes para tener la fuerza suficiente para no desfallecer. Era un equipo de más de diez hombres, entre ellos el novio de Arizona quien era capitán del equipo, y el ex novio de Ava. Después del verano y una infidelidad, Ava terminó con él, pero continuaba encontrándolo en los pasillos, en clases y en el campo. Evolet, quien era una rubia de ojos grises, tocó el hombro de Ava para acercarse a su oreja derecha y preguntar.
—¿Te enteraste que tenemos carne fresca?
Ava miró a Evolet con cierta pregunta. No sabía de qué hablaba.
—Dicen que viene de la ciudad, y que estuvo en el reclusorio de menores —añadió Arizona al retocar su labial y sonreírle a las chicas—. Excelente partido, ¿no, Ava?
Las dos chicas rieron, pero Ava observó al final de las gradas, a un par más de personas que se encontraban almorzando.
—¿Ya lo viste? —preguntó Novalee al masticar la zanahoria,
—Espero verlo en el equipo de futbol —respondió Evolet con una sonrisa—. Todos los chicos malos ingresan en esos equipos.
Ava, al ver que juzgaban a una persona que no conocían, irrumpió al preguntarle qué les hacía pensar que era una mala persona. Arizona cerró el espejo de su compacto y la miró.
—Porque estuvo en prisión —respondió cortante.
Ava se calló. Ella odiaba que juzgaran a las personas sin conocerlas, pero como ella tampoco lo conocía, no le dio importancia. Y no fue hasta que un muchacho con una bolsa de papel en la mano derecha y lentes de sol oscuros, subió dos escalones de las gradas y se sentó, con la mirada al campo.
—Oh por Dios —chilló Evolet emocionada—. ¡Es él!
Arizona elevó sus lentes y lo miró desinteresada.
—Se viste de n***o, qué cliché.
Evolet, quien estaba maravillada por la llegada del nuevo, no hizo más que sonreír, esperando conocerlo mejor.
—¿No jugará? —se preguntó—. Esperaba verlo sin camisa.
Ava miró la insignia de su chaqueta negra. Era un cuervo grisáceo de pico plateado, con la palabra muerte bordada. No se sintió intimidada por él, ni por lo que se suponía era el muchacho. No estaba en ninguna de sus clases ese día, así como tampoco lo encontró en los pasillos. Fuese quien fuese, no iba a clases. La campana sonó antes de que Evolet se acercara a él, y aunque casi trotó para bajar las escaleras, el muchacho se levantó antes que llegaran a él. Ava caminó sobre el camino junto a la grama del campo, y mientras sus amigas conversaban, ella giró el cuello y lo observó arrojar el almuerzo en el bote de basura. Él caminaba en otra dirección, lo que confirmaba que no iba a clases. Ava volvió a girar el cuello y sus caminos se separaron por un par de horas.
Cuando las clases terminaron, también lo hizo el sol. Eran pocos los días que llovía de esa manera, sin embargo, esa tarde fue una tormenta casi eléctrica. Las chicas se cubrieron el cabello con sus bolsas antes de entrar a sus autos, y Arizona le dijo a Ava que no se iría con ella. Ava miró al novio de Arizona caminar hacia ellas.
—¿Es en serio?
—Lo siento, preciosa —susurró Arizona—. Prefiero el Audi.
Ava se colgó la mochila y revoloteó los ojos.
—Nos vemos mañana —se despidió de Arizona.
Ava no se cubrió el cabello ni corrió a su jeep. Correr no evitaría que se mojara menos. Se frotó el cabello cuando entró al auto y lo encendió. Le costó un poco, pero finalmente el motor rugió y salió del estacionamiento. La escuela quedaba a menos de veinte minutos de casa, y aunque el jeep no fallaba demasiado, en una de las curvas principales, cuando el auto derrapó sobre un charco de agua, sintió que la velocidad cambió y escuchó un rugido diferente. Ava no sabía de mecánica, pero no sonaba igual que minutos atrás. Y antes de que pudiera notar que el auto fallaba, su velocidad comenzó a cesar y un humo similar a la neblina llenó su visión. El carburador falló, llevando el auto a un fallo catastrófico.
—No, no, no. No ahora —articuló Ava—. Maldita sea.
Golpeó el volante con ambas manos cuando se apagó. El humo era más espeso, confundiéndose con la lluvia. La tormenta solo aumentó de intensidad. No se veía fuera del auto, menos la carretera. Ava abrió la puerta y bajo la lluvia abrió el capó del jeep. Más humo salió cuando la lluvia lo golpeó. Peor no podía estar. Las gotas de lluvia se sentían como cuchillos que le traspasaban la piel. Su ropa estuvo empapada en segundos, a medida que la fuerte brisa golpeaba su cuerpo delgado. Ava pestañeó y el agua entraba en su boca a medida que maldecía. Estaba lejos de casa y su teléfono no tenía batería. Ava, enojada, golpeó el guardafangos con sus botas y cerró el capó de un portazo. Miró a ambos lados de la carretera, estaba desolada, a excepción del rugido del motor de una motocicleta que se acercaba a toda velocidad.
La lluvia no era algo que le molestara a Liam, por lo que subió a su Harley Davidson negra y condujo de regreso a casa o a un bar donde le vendieran alcohol, cualquiera de las dos. Con el casco siendo golpeado por las fuertes gotas y los guantes de cuero, condujo sin bajar de cien kilómetros por hora. El último auto que tuvo terminó en la deshuesadora cuando la policía lo capturó, pero la motocicleta era otra forma de sentirse libre, solo que su libertad terminó pronto cuando observó un jeep detenido justo sobre la carretera. Bajo la lluvia cualquiera podría embestirlo. Liam se repitió que no era su problema, pero al cruzar junto al auto, atisbó a una chica. Presionó el freno lento al sentir que no era correcto dejarla allí. Él sabía de mecánica, y el notar el humo, supo que era el carburador. El problema era que bajo la lluvia no podía ayudarla, y aunque tenía buenas intenciones, Ava retrocedió cuando detuvo la motocicleta y bajó pisando los charcos.
—¿Problemas con el auto? —preguntó Liam.
Ava, después de todas las historias, cruzó los brazos.
—No, amo bajar de auto para bañarme con la lluvia.
Lima sonrió bajo el casco. Era poco lo que lograba ver bajo la lluvia, pero sus repuestas eran inteligentes. Ava, al notar que la persona era más alta, hizo lo que su madre siempre le decía: no mostrar miedo. Liam se acercó al capó y tras elevarlo, percibió que eso sería problema mecánico, no de un aprendiz como él. Ava quizás intuyó que no era malo, por lo que relajó los hombros. Liam retrocedió varios pasos y la miró de arriba abajo. Por lo oscuro del caso ella no lograba ver quien era, pero cuando el muchacho giró para ver su motocicleta, aun bajo la lluvia, vio el cuervo.
—¿Vives cerca? —preguntó Liam—. Puedo llevarte.
Aunque la primera pregunta fue despejada, Ava no estaba segura de subir a la motocicleta del extraño y Liam lo notó.
—Te enfermarás.
—Porque seguro vas protegido de la lluvia en una motocicleta —replicó Ava en el mismo tono mordaz que encendía a Liam.
Aunque era divertido ser el chico bueno, no lo necesitaba.
—Puedes quedarte a esperar que alguien se apiade y te remolque, o subir conmigo. —Liam subió de nuevo a la motocicleta—. Tienes cinco segundos para decidir.
Ava miró la carretera. No se veía nadie más. Era una situación difícil. Podía caminar, pero tardaría una hora o más en llegar, sin mencionar que se resfriaría, cuestión que también lo haría en la moto, pero por menos tiempo. Ava miró el jeep, la moto y al hombre vestido de n***o, y eligió lo mejor. Abrió la puerta del jeep, sacó su mochila y caminó hacia él. Bajo el casco Liam sonrió. No lograba verla bien, pero era tan arisca como un gato celoso.
—Buena elección —dijo él.
Ava subió en la parte trasera. No se quería sujetar de él y a Liam no le importó. Ava se sujetó del metal trasero cuando él quitó la pata de apoyo y la encendió. Esa no gruñía como su jeep, ni arrojaba humo. Ava cerró los ojos y esperaba no equivocarse. Tenía el cuervo, confiaba en que fuera el extraño nuevo de la escuela, y que ese extraño no fuese un asesino. Era mucho pedir, pero era lo menos que podía pensar cuando subió detrás de él.
—Sujétate fuerte. —Liam aceleró—. Esto será rápido.
Las ruedas derraparon en el pavimento y Ava, por impulso a sentirse protegida, se sujetó de la cintura de Liam. Él no hizo más que acelerar. Los accidentes nunca le importaron, pero llevar a alguien con él era una responsabilidad, y más cuando al llegar a casa conoció a la extraña muchacha de ojos de gato.