4

2825 Words
Caminé completamente molesta hacia el estacionamiento, sin poder creerme esta noche de mierda. Ya era tarde y pocos autos quedaban ya, no pasaba un alma por ese lugar y temí por mi seguridad. Nunca me ha gustado la oscuridad, menos caminar por lugares desolados y sombríos. Si de algo me ha servido leer muchos libros, es saber intuir cuando un hombre de aspecto terrorífico viene hacia tu espalda, con un hacha y una lívida sonrisa. Me estremecí. Quizás me estaba poniendo paranoica y no es buena idea en estas circunstancias. Al llegar con vida a una parada algo alejada del restaurante, sonreí eufórica, marcando nuevamente al taxista de confianza, pero éste no atendía el maldito teléfono. "Santo Dios. ¿Y ahora qué voy a hacer?", pensé con desesperación. Sí, bueno, tampoco ayudaba que mis manos comenzaran a temblar como una jodida gelatina. ¡Debía calmar mis malditos nervios! Algo tocó mi hombro de la nada… Grité, grité muy alto... El hombre me cubrió la boca con una mano y sentí el terror apretar mi pecho. ¡No podía ser, maldita sea! Ya podía ver la primera plana del día siguiente: "Hermosa rubia es asesinada por haber sido abandonada y humillada por un imbécil, luego de su cita fallida". ¿¡POR QUÉ A MÍ!? Quería llorar, esto no era justo. — Shhh, ¡auch, Hillary! — gruñó una voz conocida, luego de haberlo mordido. — ¿Eso era necesario? ¡Oh, santísima mierda! Me sonrojé violentamente, y mi respiración en vez de calmarse, se agitó aún más. Marcus se sobaba la mano con frenesí, mirándome con reprobación. Quise espetarle que agradeciera que no fue una patada en sus apestosas bolas, pero nada salía de mi boca, asombrada de que haya ido detrás de mí. ¿Qué diablos le pasaba ahora a este bipolar? ¡Pensé que se iría pitando a su casa! Pero no, aquí estaba… mirándome con algo parecido a la culpa. — L-lo siento — tartamudeé, mientras él recogía mi bolso, que se había caído a causa de la impresión. — Es sólo que... — Sí, no quería asustarte, yo más bien debería disculparme, Hillary — musitó, con su voz profunda y varonil. Un mechón de cabello n***o cubrió uno de sus azules ojos y debí apretar mi mano en un puño, reprimiendo el impulso de quitarlo y acariciarlo entre mis dedos. — N-no hay problema — sonreí, pero tenía la vaga idea de que pareció más una mueca extraña. ¿¡Pero qué más podía hacer o decir!? Aún estaba totalmente azorada y asombrada de tenerlo nuevamente delante de mí. Se hizo un silencio. No incómodo, sino reconfortante para mi corazón y mi mente. Ahora estaba más tranquila dentro de lo que se puede estar, cuando el chico que te gusta tanto está al frente de ti, claro. — Emm... creo que esto es tuyo — metió la mano a su bolsillo izquierdo y sacó de él un colgante con un lindo dije de mi color favorito, el morado.— Lo he encontrado, mientras corrías hasta acá, debe haberse caído... — Ah, sí, por supuesto... es que odio la oscuridad y quería encontrar un taxi rápido — no sé por qué le explicaba lo obvio, pero agradecía recuperar mi collar, mi abuela me lo había dado y era muy importante. — Pues... ¿ya llamaste a uno? — buscó con su mirada el vehículo y sacudí la cabeza, pensando en alguien más que podría llamar para que me llevara a casa. — Entonces vamos… — ¿Vamos? — fruncí el ceño, negándome a moverme de mi sitio. — No iré contigo a ningún lado, ¿acaso no recuerdas lo que dijiste? Querías largarte, seguramente porque estabas aburrido con esta cita, así que déjame ahorrarte el disgusto, Stewart. Creo que la mandíbula se le descolgó al menos un metro, abrió los ojos desmesuradamente y se quedó sin habla. Hice una mueca. Quería estar con él, pero si seguía comportándose como un troglodita, no me iba a quedar más remedio que darle la tarjeta roja y mandarlo fuera de mi campo de manera definitiva. Me entristecí, porque un sentimiento dentro de mí estaba naciendo por este chico, y no quería que fuera como los demás. Mi sonrisa se apagó y quizás él lo notó, porque se acercó más a mí y esta vez lucía incómodo. Aferré mi bolso hacia mí, y luché en contra del nudo que se formaba en mi garganta. —Escucha, Hill… — Esta era mi cita soñada, desgraciadamente no salió como esperaba y estoy bastante decepcionada, Marcus — expliqué, desviando mi mirada de la suya. — No espero que lo entiendas, quizás estabas aquí por obligación y… — No digas eso — me cortó de repente, haciéndome alzar la cabeza, confundida. — Oye, sé que no actué de la mejor manera allá, en ese restaurante… es que no estoy… acostumbrado a recibir tanta atención y luego llegó el idiota ése… — lo vi apretar los puños y mi corazón se aceleró, de sólo pensar que Marcus estuviera celoso del idiota de Jordan. ¿Sería posible? No quería ilusionarme para después terminar en el suelo hecha trizas, por haber volado demasiado alto. — Entiendo, pero no es algo que pueda evitar — mordí mi labio, haciendo una mueca. — En cuanto a Jordan… es un imbécil que se atrevió a… — Lo sé — volvió a interrumpirme y aunque debía reclamarle ese hecho, estaba más al pendiente de que las tres veces, había dicho mi nombre de manera correcta. — Escuché lo que dijiste y créeme que ese idiota no te llega ni a los talones. Me dio una mirada apreciativa de la cabeza a los pies y mi rostro entero ardió de vergüenza y satisfacción, haciéndome sentir ese aleteo en el estómago. ¡Marcus siendo amable! Dios mío, sólo faltaba una noche a su lado y podría morir en paz. — Lo sé, no vale la pena para nada y menos mi ex mejor amiga — sonreí con amargura, recordándome porque no tenía casi amigas, aparte de Leilah, Marion y Lisa. — De todos modos, los había olvidado hace mucho. — No es tu culpa que estuviera justamente aquí, Hillary — me sonrió de vuelta, reconfortándome. — ¿Entonces? ¿Vendrás conmigo en mi auto? No quiero que te pase nada malo… Disimulé la estúpida sonrisa que empezaba a formarse en mis labios. — Dime por qué demonios debería ir contigo, Stewart — él gruñó y demonios, fue el sonido más sexy que pude escuchar jamás… — Ya te lo dije — se cruzó de brazos, reacio a repetir aquellas palabras, que me dejaron una sensación cálida en mi pecho. — No puedo dejarte sola, Leilah me mataría. — ¿Lo haces por Leilah o porque te preocupas por mi seguridad? —mordí mi labio de manera sensual y vi su mirada detenerse en ellos. — Vamos, no es muy difícil de admitir que te importo al menos un poco. Rodó los ojos y sonreí, divertida por su repentino mal humor. — Es cierto, lo admito si quieres. Me importa tu seguridad y también que mi prima no me asesine, si ve que su mejor amiga está desaparecida por mi culpa — bufó y le sonreí tímidamente, mirándolo por entre las pestañas. Eso resultaba con mis padres y todos los chicos, Marcus no fue la excepción, por supuesto; una sonrisa de medio lado surcó sus apetitosos labios, y juro que debía apoyarme de algo, para no desfallecer. Para mi suerte, ese pelinegro malhumorado era el único a mi alcance, así que lo tomé del brazo y él no me rechazó, más bien me sostuvo también y mi estómago se llenó de nuevos aleteos. — E-entonces… vamos, Marcus — titubeé como idiota y una sonrisa burlona se formó en su atractivo rostro. ¡Se veía tan jodidamente sexy! — Bien — parecía que olvidábamos todo lo que había pasado antes y sus ojos brillaron. —, pero debes saber que yo no tengo límites de velocidad —ronroneó muy cerca de mí. ¿Respirar? ¿Qué es eso? Definitivamente había olvidado cómo hacerlo. — No te preocupes, Stewart, me encanta la velocidad — mordí mi labio inferior, acaparando su mirada completamente. Sonreí antes de entrar al asiento del copiloto. Este sería un salvaje camino a casa. *** Amaba a ese chico, lo amaba. El era el indicado, era perfecto. Me hacía suspirar, reír, enojar, soñar, gemir y jadear... y eso que aún no me tocaba como quería, pero recordaba sus besos y caricias y bien... Me volvía loca. Supe desde el momento en que apretó el acelerador, que mi vida había cambiado. Desecharía a la materialista YO y sería una chica más humilde, no más citas con otros chicos ni coqueteos por conveniencia. Desde hoy, Marcus Stewart sería el único chico. No me importaba si era demasiado pronto, yo sólo quería sentirme normal y amada por alguna vez en mi vida. — ¿Qué? — sonrió, observándome de reojo, sin quitar la vista de la carretera. — Nada — contesté, desviando mi mirada hacia la ventana. — ¿Hace cuánto que vives acá? — pregunté saliéndome por la tangente. — Yo desde que nací, desde que tengo memoria este ha sido mi único hogar — se encogió de hombros. — Leilah, en cambio, antes vivía en… — Kentucky — terminé por él, quien asintió, corroborando mi respuesta. — Pues tu prima no conoce la mayoría de las tiendas de ropa de la ciudad… — sonreí, recordando la falda de la que había hablado con preocupación, cuando conoció al profesor Roberts. — Sí — hizo una mueca. — Sobre eso... Leilah nunca ha sido muy detallista con la ropa que usa, aunque últimamente sí parece estarlo y quería saber si era a causa de tu influencia. Alcé una ceja. ¿Por qué tenía que ser yo la culpable del comportamiento extraño de mi mejor amiga? — ¿Por qué tendría yo algo que ver? —me molesté. — No pensarás que soy la típica rubia fiestera, que sólo le importa su maquillaje y cómo luce, también me importan otras cosas, Stewart. Él pareció percatarse de mi humor, por lo que disminuyó la velocidad. — No lo dije yo, es que veo que siempre estás pendiente de cómo luces y por eso te taché de superficial — le observé, incrédula. — No me mires así, se notó desde el primer día que eras una niña caprichosa y mimada... Ok, esto era el colmo. ¿Cómo pude creer que él sería diferente? ¡Quizás me gustaba cuidar de mi apariencia, pero era más que una niña caprichosa y mimada! "Eres tonta, Hillary, sí que lo eres". — Para el auto — murmuré muy bajo, casi para mí misma. — ¿Qué? — Que pares el auto, Stewart. — Hillary, estamos en medio de la nada — se quejó. — No me importa — me encogí de hombros de manera dolorosa. — Puedes irte a casa, por mi parte, pediré un taxi. Hizo lo que le pedí, pero no me dejó escapar. — No encontrarás un taxi a estas horas, es demasiado tarde. — parecía extrañado, y muy culpable también. — Escucha, siento lo que te dije. — ¿Por qué? — bufé, poniendo los ojos en blanco. — Tú sólo dices lo que piensas. No debes de disculparte por ello. Abrí la puerta del copiloto con tanta brusquedad, que creí que saldría con ella en la mano, enfrentando a la brisa fría de esa hora en San Francisco. Me bajé ante la estupefacta mirada de Stewart. Sí, de Stewart. Él no era Marcus "el indicado" para mí. Ya no. — Santo Dios, Hillary, sube al auto —pidió, soltando un suspiro. Saqué mi teléfono celular, y me hundí más en mi abrigo. Estaba helando como los mil demonios. Marqué a Leilah, quizás podría ayudarme. — ¿Hola? —la voz inconfundible de mi mejor amiga llegó hasta mis oídos. — Leilah — susurré, tragando saliva con fuerza. — ¿Estás… ocupada? — Algo así — contestó, algo nerviosa. — ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió con Marcus? — Sí, estoy bien… — respondí sólo la primera pregunta, reacia a decirle sobre su primo. Me estremecí, a causa de una ráfaga de viento que me azotó, revolviendo mis cabellos. — Déjalo, sólo quería saber si… nos veríamos mañana. Dije una tontería, lo sé, pero ella parecía ocupada y no quería molestarla. Aunque ya le preguntaría luego por dónde andaba a estas horas. — Supongo que sí — susurré y escuché muchas personas hablando. — ¿Segura estás bien? Porque puedo… — Bien, pue… — las palabras quedaron sepultadas en mi boca, cuando de pronto, Marcus había puesto su abrigo sobre mis hombros. Su embriagante aroma me envolvió, intoxicándome. Me observó con una sincera mirada de disculpa y la creí. — N-no te preocupes, yo… — mordí mi labio, indecisa. — ¿Hill? — Leilah me hablaba preocupada desde la otra línea. — Puedo ir a por ti si me necesitas... — N-no — ni idea cómo, pero logré encontrar mi voz. — Debo irme, nos vemos. Y corté, viendo perpleja a un arrepentido Marcus delante de mí. Desviaba la vista y estaba ligeramente sonrojado. — De veras lo siento. — musitó incómodo. — Entremos al auto, ¿sí? — No, me iré sola. — Sí que eres obstinada, ¿no? — sonrió divertido y de pronto, me dieron ganas de acompañarlo hasta el fin del mundo. Tomó mi mano y mariposas se alojaron en mi estomago. Fue la sensación más maravillosa que sentí jamás. Sus dedos se entrelazaron con los míos, como si hubieran esperado tiempo por encontrarse otra vez, como si fuera normal. Tiró de mí, y me hizo entrar al auto y yo... yo me dejé. Soltó mi mano y se introdujo por el lado del conductor. — No era tan difícil, ¿o sí? — inquirió suavemente, con aquel brillo juguetón en sus ojos. Lo asesiné de mil formas distintas en mi mente. Aunque, lo que realmente me frustraba, era que su mano no estuviera sobre la mía. — Vamos, lo siento mucho, no fue mi intención decir lo que dije, en realidad, no creo que seas una niña mimada, creo que eres muy linda… y sexy. Me barrió con la mirada y sentí mi respiración atorarse en mi garganta. ¡¿Acaso estaba soñando?! ¡Este no era Marcus! — Gracias, supongo me alegra ser bonita al menos — hice una mueca de disgusto. — Leilah se equivocaba. — ¿En qué? — alzó una ceja, curioso. — Dijo que eras un caballero, no lo eres — hice un mohín. — Eres prejuicioso. Sólo por ser rubia y preocuparme por mi apariencia, me crees tonta y superficial, además de tonta y mimada. Sé lo que dices, tu prima me lo contó todo. En realidad no era así, pero seguramente había dicho eso y más de mí, pude verlo en su mirada cargada de irritación, aunque no era dirigida hacia mí. Nos observamos varios segundos, desafiandonos con la mirada. Finalmente, al ganar la batalla y él, luego de resoplar descontento, encendió el auto y se echó a andar por la carretera. *** No sé en qué momento me quede plácidamente dormida, pero sí sabía muy bien que me encontraba en un lugar tan mullido y cálido, que me atraía como un imán. Respiré profundo y entonces, esa esencia entró por mis fosas nasales, embriagándome. Abrí los ojos de golpe, sin poder creérmelo. Levanté la mirada y me encontré con su cuadrada mandíbula y más arriba, con esos labios rellenitos que entreabiertos, se ofrecían a mí como si nada... Mi teléfono comenzó a vibrar, y por suerte, Marcus no se despertó. Contesté, teniendo conciencia de quien era. — Mamá... — ¡HILLARY GISELLE HANSEN, ¿EN DÓNDE MIERDA ESTÁS!? — oh no, mi madre emputecida. De seguro moriría. Marcus se revolvió a mi lado, y soñoliento, me observó confundido. Al parecer, también había escuchado. — Marcus… — dije en un hilillo de voz. — ¿¡TIENES IDEA DE QUÉ HORA ES!? Pedí ayuda mental a Stewart. Me indicó que eran las 8 am. ¿¿¡¡¡LAS OCHO DE LA MAÑANA!!!?? No sé cual fue mi expresión, pero comenzó a reírse silenciosamente. — L-las ocho. — ¿¡EN DÓNDE MIERDA ESTÁS, NIÑA MALCRIADA!? Me encogí de miedo, observando a mi alrededor. — Estoy en… — bajé mi teléfono. — ¿En dónde estoy? — En mi casa, en mi habitación, específicamente en mi cama — contestó como si nada —, pero no creo que tu madre necesite detalles — entonces, el aire se me escapó de los pulmones. ¡¿Qué mierda pasó anoche?!
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD