Capítulo 2 El dolor de Adalberto y el nacimiento de una venganza.

1606 Words
La mañana comenzó muy temprano para los habitantes de aquella humilde casa. Esta estaba ubicada en una pequeña ladera muy cercana al rio n***o. La mujer estaba muy emocionada al descubrir que estaba nuevamente embarazada del hombre que ella tanto amaba. Su alegría fue tanta que aun su hijo de quince años compartía con ella esa alegría. — ¿Y papá ya lo sabe? — le preguntó Adalberto a su madre que bailaba con él en medio de la pequeña sala— tenemos que decírselo. Elena reía de felicidad. A ella no le importaba los comentarios dañinos y la maldad a la que ellos fueron expuestos. Por mucho que Margarita Jaramillo tratara de opacar su amor por Virgilio, jamás lo podría y hasta entendía su odio hacia ella, porque él jamás se había enamorado de la mujer. No importan las artimañas que ella utilizó para atraparlo en un matrimonio por obligación. Solo borracho ella logró acostarse con él y fue así como ella pudo darle dos hijos gemelos. Esa fue la única ocasión que la mujer pudo acostarse con su esposo obligado. —Hoy mismo le digo nuestro secreto— dijo la mujer y buscó una canasta para darle a Adalberto — ve al mercado y compra víveres, mientras que yo arreglo un poco este lugar para nuestra celebración. —No te esfuerces mucho— le dijo el chico que adoraba a su madre. Él entendía el gran amor que se tenían sus padres y no le importaba que los pobladores de Santa Cruz los tildara de personas sin moral o indeseados. Él sabía que Margarita tenía mucho que ver en esa situación— aun no te repones del resfrió que te dio. Ella amorosamente lo empujó y le dio dinero para que le comprara la comida. —Ve y ven pronto para que me ayudes a preparar todo — Adalberto la miro y le dio un beso en la frente antes de partir. — ¡Te amo, mamá! — le dijo y se fue con aquella sonrisa cargada de amor en su mente y en su corazón. — ¡Yo te amo más! — él rió al oírla gritar cuando ya iba lejos en el camino. Esa era su costumbre entre los dos de despedirse. Para Adalberto había sido un día muy difícil pues su madre había amanecido con ciertos malestares de gripe y al estar nuevamente embarazada a él le preocupa mucho su salud. Ella no había querido decirle a su padre para darle la gran sorpresa y por eso esa mañana mientras que él compra los víveres. Las lluvias constantes han hecho que muchas personas enfermen de gripe y de otras enfermedades. Van días y días de densas lluvias y ya la región está sintiendo el peso de aquel crudo invierno. Adalberto sonríe al imaginar a su madre se ha quedado en la casa preparando todo para hacer un almuerzo especial y mandar a llamar a su padre para decirle del bebé. Aun es muy temprano cuando él llega al mercado a comprar lo que necesitaba. Y mientras que compraba escuchó el rumor de que el río n***o se desbordó y había entrado en algunas casas cercanas al pueblo. Como si el día supiera cómo se iba a colocar el corazón del joven comenzó a nublar el cielo. Su color azul se fue tornando oscuro y amenazó con varios relámpagos que relucieron en el oscuro firmamento y truenos anunciando la desgracia de aquel lugar. De repente una romería de hombre y mujeres corren de un lado a otro alarmando al joven que llevaba una canasta en sus manos. — ¿Qué pasa? — preguntó el joven muy nervioso al ver a la gente correr de un lado a otro. —Varias casas han sido arrasadas por el cauce del rio— dijo un hombre que se apresura – vamos hay que ayudarlos. Hay varios desaparecidos. El joven dejó caer la canasta y corrió apresurado al enterarse de lo que había sucedido. — ¡La casa de mi madre no es posible! — gimió corriendo para su casa. Corrió por las calles del pueblo para darse prisa y ayudar a su madre, sin embargo, al llegar dónde la gente se aglomeraba vio en el suelo a su padre abrazando el cadáver de su madre. Ella estaba llena de barro y mojada. En sus cabellos había madera y un golpe en su frente que había sangrado. La palidez de su piel y el temblor de su padre confirmaron su doloroso descubrimiento. El chico sentía que sus pulmones se quemaban mientras jadeaba para tomar aire. —Mamá, mamá, mamá — gritó el jovenzuelo llorando y arrodillado ante el cadáver de su madre— no puedes dejarme solo, mamá. Aquel llanto tan lleno de dolor del jovenzuelo quebrantó aún más el corazón de Virgilio pues ahora su hijo y él habían quedado solos sin el amor de aquella buena mujer. El día terminó de pasar y tomaron el cuerpo de Elena y lo vistieron para darle la sepultura donde sólo tres personas los acompañaron. Margarita Jaramillo se había cargado de aterrorizar al pueblo de Santa Cruz amenazándolos con hacerles la vida imposible si alguno iba al sepelio de aquella mujer. Qué según ella le había robado el amor de su vida y había hecho que su esposo le fuera infiel. Después del triste y muy solitario sepelio Virgilio Jaramillo se encargó de hablar con su hijo. —Quiero que te vayas a la ciudad con tu padrino Leónidas para que estudies y te vuelvas un profesional. Deseo de todo corazón darte a ti lo que no pude darle a tu madre— dijo el hombre embargado con la tristeza de la muerte de la mujer amada. Los brazos del hombre rodean a su adorado hijo. —Cuando vengas tú serás el administrador del rancho San Miguel al cual voy a poner a tu nombre porque tú vas a ser mi heredero universal— dijo el hombre convencido de lo que iba a hacer en un futuro muy próximo. —Papá…— lloró al mirarlo a los ojos— yo me quiero quedar contigo. —Aquí no podrás avanzar— le dijo – ella no lo va a permitir. Ella hará hasta lo imposible por destrozarte por el odio que siente por mí y por el amor que le tengo y tendré a tu madre, Elena. El joven que apenas iba a cumplir los dieciséis años salió en compañía de su padrino Leónidas hacia la ciudad para estudiar sin saber que en ese período su padre sufriría un extraño accidente que lo llevaría a la muerte dejándolo solo y desamparado. Aquella mañana Adalberto estaba estudiando cuando Leónidas llegó muy temprano. —Joven Adalberto — dijo Leónidas mirándolo con una gran tristeza en sus ojos – me llegó una carta donde me informan que su padre cayó de un caballo y al caer se golpeó la cabeza y se mató— le dijo del hombre mirando a los ojos. Adalberto cerró el libro y cerró los ojos para afrontar su dolor y su realidad. Ahora se queda solo en la vida. Tragó con dolor. —La señora Margarita no quiere que usted regrese y por eso me mandó una carta diciéndome que si regresamos le hará a usted la vida imposible— dijo el hombre atormentado por el dolor de haber perdido a su amigo. Él tenía en su poder la carta de propiedad y las escrituras del rancho San Miguel. El mismo Virgilio le hizo prometer que cuando su hijo Adalberto cumpliera los treinta años se las entregaría para reclamar su derecho. También le había entregado un testamento firmado y sellado por tres abogados para evitar que Margarita le quitara el dinero a su adorado hijo Adalberto. Adalberto en ese momento contaba con dieciocho años y al escuchar lo que dijo su padrino se quedó muy pensativo y luego se lo quedó mirando por un instante en silencio. —No te preocupes padrino— le sonrió mientras que le habló — — por el momento seguiré estudiando y cuando yo sea un profesional llegare a San Miguel a trabajar como peón o capataz en ese rancho y después es cuando ellos me tendrán que pagar lo que le hicieron a mi madre, a mi padre y aún a mí — dijo el joven muy serio. —Pero joven si usted llega allá van a saber que usted es el hijo de Don Virgilio— comentó el hombre preocupado. Padre e hijo eran idénticos – harán hasta lo imposible por destruirlo. Los ojos de Adalberto brillaron con gran intensidad al maquinar una idea de venganza. —No te preocupes – dijo abriendo el libro donde estudiaba — le haremos creer que yo no tengo apellido ni estudios. Ellos creerán que soy un hombre ignorante y sin futuro, solo lo haremos para que ella se confíe y luego cuando ya esté dentro de la casa les quitaré poco a poco el poder hasta que los deje a todos sin nada. Leónidas lo miró inseguro por lo que decía el joven, pero él estaba en su derecho para cobrar esas deudas, y cuando llegara el momento de pagar la deuda a su padre le entregaría los documentos de que era el dueño legal de la San Miguel. —¿Estás seguro?, joven— preguntó el mayor. Los ojos del joven lo miraron por un momento. —Ella ha hecho todo esto por dinero y por dinero va a tener que pagar — dijo el joven convencido de su venganza— recuerda padrino, la venganza es un plato que se come frío.
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