Capitulo 1 El final de una historia de amor.

1233 Words
Los ojos de Virgilio Jaramillo miran con horror como el río n***o se ve la espuma que lleva debido a que está creciendo demasiado rápido debido a las fuertes lluvias y está amenazando con desbordarse y arrasar varias hectáreas de cultivos de maíz y plátanos. La fuerza de las masas de agua se ve llenas de árboles que han sido arrancados desde la raíz por la imperiosa corrientes de aquella creciente tan desproporcionada. —Si sigue lloviendo en la cuenca esto va a ser un gran desastre— dijo mientras se abanicaba con el sombrero tejido en iraca de color blanco y franja para repodar el calor que estaba sintiendo debido a la carrera en su caballo azafrán de crin y cola dorada. Detalla con mucho cuidado los daños que hasta ahora ha hecho el fuerte invierno en la zona. Que ha llevado un largo mes de puras lluvias torrenciales que ha hecho que los embalses y las cuencas hidrográficas estén a rebosar. —Esto está muy mal— dijo preocupado por las millonarias pérdidas— si sigue la lluvia, me voy a arruinar y me quedaré en la estancada. Sus ojos se centran en un jinete en medio de la sabana y frunce el ceño al reconocer a la persona que viene a toda carrera. Desde la distancia puede reconocer el que viene en la montura de aquel caballo blanco, es un hombre bueno que ha sido más un hermano que un trabajador. — ¡Don Virgilio! —  dijo al momento de llegar— el río derribó la cabaña de la señora Elena. El hombre se puso pálido al oír aquella noticia. — ¡Vamos! — el hombre sin perder tiempo ni preguntar nada más solo viró su caballo y emprendió el viaje a la zona que le informó de aquel evento. Ambos hombres llegaron a la zona y todo era un terrible desastre. El rio n***o había desbarrancado parte de su cauce y entró en varias viviendas arrasándolas con ímpetu. Muchas personas buscaban con afán a las personas que se las había llevado el agua de aquel turbulento río. Virgilio llegó y bajó de su caballo corriendo y buscaba de manera afanosa los habitantes de una casa en especial. Su corazón latía presuroso en su pecho debido al miedo de que a ella le pasara algo malo. Ella era la razón para seguir en aquel infierno donde su padre con engaños y mentiras lo había llevado. Una mujer llamada Margarita que era perversa, envidiosa y celosa con sucias artimañas lo llevó a un matrimonio que detestaba y que por mucho que intentara nunca la llegó amar y esto resentía la mujer, odiándolo y odiando a su dulce Elena. El padre de Virgilio obligó por medio de amenazas a abandonar a la mujer que había amado toda su adolescencia y aun en su adultez no dejaba de adorarla. Ella a pesar de que él estaba casado, lo siguió amando sin importarle convertirse en la amante de un hombre casado. El pueblo la tachó de inmoral y la juzgó de manera severa viéndose ella en la obligación de vivir a las afueras del pueblo de Santa Cruz. — ¿Los habitantes? — preguntó el hombre con un nudo en su garganta al llegar a la casa de la persona que amaba — ¿En dónde están? Leónidas que era su amigo de escuela y ahora trabajaba para él solo para acompañarlo en su infierno también velaba por la vida de Elena y de su hijo Adalberto. El símbolo de un amor eterno. Leónidas bajó de su caballo y agarró a un hombre que estaba en la romería de chismosos por el cuello. — ¡El señor está hablando! — le preguntó nervioso. Leónidas sabía que, si a Elena y a Adalberto les llegaba a pasar algo, Virgilio sería capaz de perder la razón. Él era testigo del inmenso amor que se tenían ellos dos y lo que amaba a su hijo — ¿dónde están los de la casa? El hombre tembló. Todos sabían lo duro que era Virgilio con respecto a Elena y a su hijo. Él nunca permitía que se hablara mal de ella y si lo descubre lo hacía pagar con creces. —El chico estaba en el mercado— dijo uno de los vecinos que ayudaba a rescatar a la mujer— cuando su madre cayó al agua. Ya la sacaron, pero tragó mucha agua y recibió varios golpes con los palos que arrastra el río. Don Virgilio corrió hacia donde estaba la mujer y esta al verlo comenzó a llorar. Varios árboles le habían golpeado tan fuerte que tenía hemorragias internas y sus ojos comenzaban a nublarse debido a la cercanía de la muerte. La mujer tenía tanto dolor físico como emocional. —Oh, Virgilio— dijo gimió — ya no tengo fuerzas para… — tosió y él con cuidado le quitaba los cabellos del rostro— para cuidar a nuestro hijo. Adalberto no puede quedar solo, prométeme que no lo vas a desamparar. Los ojos de Virgilio se llenaron de lágrimas al ver que la vida de la joven se escapaba de su bello y joven cuerpo. Ella comenzó a temblar debido al frío de la muerte. —Amor, no puedes dejarnos— le dijo tomando la mano de la moribunda – amor mío, nosotros te necesitamos. No puedes dejarme. Las lágrimas de Virgilio llenaban su rostro. El hombre curtido por el sol y los años estaba llorando como un niño desamparado — la mujer que tanto amaba se moría y ellos no habían podido ser felices. Cómo podía el destino jugar nuevamente en su contra, solo le faltaba un año para estar libre del yugo de un matrimonio indeseado, un matrimonio que solo le causaba repulsión y acrecentaba su odio hacia una mujer que no podía ni ver, debido a sus sucias acciones y mentiras. —Aun debemos ser felices. Yo quiero hacerte feliz— dijo agarrándola entre sus brazos y colmándo de besos— yo… La mujer lo miró con amor y luego sonrió con mucha tristeza. Con su mano fría y temblorosa acarició el rostro trigueño. Su hijo Adalberto era idéntico a él. —En esta vida no pudimos estar juntos, pero confío que en la otra podamos estarlo— murmuró sin dejar de mirarse en esos bellos ojos negros iguales a los de su hijo. Virgilio se inclinó y se adueñó de los labios mortecinos y la besó con amor. —De verdad lamento tanto lo que tuvimos que pasar— dijo llorando el hombre — te amo y siempre te amaré. La mujer cerró los ojos y con una sonrisa se fue de este mundo dejando atrás al su primer y único amor y a un hijo que había nacido de esa relación que para muchos era pecaminosa. Y el corazón de Virgilio se destrozó. Él la amó con locura y debido a una trampa de su padre lo obligó a casarse con otra mujer. Frívola y perversa y está siempre manipulado la relación. Al año siguiente él quería libre y había jurado irse muy lejos de Santa cruz para hacer su vida con la mujer que amaba, pero ahora la abrazaba con amor y dolor. Abrazaba un cuerpo frío e inerte. — ¡No! — gritaba el hombre lleno de dolor— perdóname, mi amor, perdóname por no haberte hecho feliz.
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