—¿En serio? —Sí. —De acuerdo, gracias. —Gracias a ti por ayudarme. —asiente con suavidad. —Dile, a Ziba, que te llevé a comprar cereal en alguna dulcería o algo. —¿Qué? —Lo que escuchaste. —mira fijamente el brillo en sus ojos color avellana, sonrientes. —Ah, bueno, bueno, gracias. —baja su mirada y sonríe suavemente, contento. —Pero Ziba se fue, dijo que iría al gran mercado. Los demás están ocupados trabajando, dijo que si quería salir a comprar algo fuera contigo… Les dije que no… Pero, dijeron que no me podían acompañar. —Eso es… Por un momento se detuvo, a pesar, en qué estaba tramando todos en el castillo. Claramente, se han confabulado para hacer creer al hombre más tierno y humilde del planeta, además de grosero, que solo Duscha podía acompañarlo. En sus manos tiene dos po