Parte 2: TIPPY TOES

1170 Words
—Señora —¿Si? —pregunta despertando de sus pensamientos. —Ya llegamos… ¿Puedo preguntarle algo? —se estaciona frente a la cafetería. —Adelante. —¿Por qué viene a este lugar? ¿Es por negocio? —Esas fueron dos preguntas. —suspira y sonríe ladina. —Pero sí, solo negocios. —De acuerdo, señora. —asiente respirando aliviado, ciertamente aquella chica fue alguna vez una niña a la que cuidó y la salvo de muchos regaños por sus travesuras. —¿Desea que venga por usted? —No, tranquilo. —Estira sus brazos y bosteza. —Me regresaré a casa por mi cuenta. Tienes el reto del día libre. —Gracias, señora. —Con ojos brillantes le agradece, aguantando las ganas de sonreír. —Ve a ver a tu esposa, le envías un saludo de mi parte. Dile que me gustaría un par de Tulskiy prianik, si no te molesta. Son deliciosos panes de jengibre. —dice mientras observa la puerta de la pequeña cafetería. Sale sin más del auto, dejando con las palabras de agradecimiento al viejo Mijaíl. —¡Hasta luego, señora! —grita desde el auto, al ver que ella corre para cruzar la calle y caminar con calma hacia el pequeño negocio. —Hasta luego, Mijaíl. —dice más parta ella misma, pues el hombre ya había partido momentos después. Abre la puerta de aquella tiendecita y los olores a pan recién horneado invaden sus fosas nasales, haciéndola sonreír por un momento. Pues le recordaba aquellos panes de jengibre que tanto le gustan, preparados por la esposa del señor Mijaíl. Por suerte, la tienda solo tenía a dos piojos sentados frente a frente, disfrutando de lo que supuso son tazas de café con leche. Con una mirada y leve inclinación saluda a la anciana que la mira con desprecio, claramente no le agradaba en lo absoluto después de lo que hizo, “Por Dios, sí que me odia…”, suspira pensativa. Toma una galleta de la pequeña caja de la mesa y come con tranquilidad, esperando a que el mesero, Táo, venga a tomar su orden. Escucho a la anciana quejarse en mandarín, supuso que la maldecía a más no poder, probablemente, pero entonces su esposo le dijo, en ruso, que se calmara, pues se haría cargo de la joven. —Táo, llegó un cliente. —sorprendida, abrió sus ojos y luego volvió a su compostura. El chico respondió de vuelta en mandarín, uno muy dulce para Duscha que sonrió inconscientemente al escuchar su voz. Suaves pasos se escucharon y poco en poco segundos, se dirigían a ella o eso pensó. El chico se detuvo al lado de la puerta mirando a diferentes partes en su zona. Por breves segundo que parecieron eternos para la rubia, el chico se veía hermoso, reluciente, Por Dios, llevaba el delantal de panadero, pero le hacía ver más “Guapo…”, pensó y sonrió satisfecha por breves segundos. Observó con detenimiento y rapidez su cabello sedoso, según sus análisis, el chico se lo había cortado dos días atrás; Sus labios y cuello tan… “Adorables y comestibles…”, pensó la dictadora multimillonaria y entonces se detuvo por unos segundos, y frunció el ceño al porque el chico se preparaba para decir algo, “Seguramente ya sabes quién soy y me rogarás por perdón…”, piensa arrogante. Se levanta y en cuanto lo hace, el joven, habla. —Por favor, váyase de la tienda. Con cordialidad estira su mano sin mirarle en todo momento. Duscha, anonadada por la situación, explota en irritabilidad, marcando las venas en su rostro por la creciente ira. Cielos, el joven simplemente la estaba echando como un perro pulgoso del negocio y lo que más le enervaba, era que no la miraba a los ojos ni por un segundo. Su abuelo, desde la parte trasera, sonreía al verle sorprendida, cosa que la temible Duscha no podía notar. Por unos segundos creyó que tomaría del cuello al chico y lo amenazaría en ese momento, pero entonces recordó las palabras del señor Kobayashi, “Juro que te haré tragar tus propios dedos...”, pensó y cerró sus ojos para luego respirar profundamente, “Maldición”, pensó, impotente por la situación en la que se encontraba. —Hijo, cuando termines, vuelve a la cocina, hay una nueva receta. El chico alza su mirada y con ojos brillantes mira a su abuelo y le sonríe tiernamente, asintiendo poco después. El chico vuelve a bajar su mirada aun sonriendo con suavidad. Petya, por otro lado, se le había detenido el corazón por unos segundos al ver aquella sonrisa y par de ojos brillantes. Regreso a la realidad e irritada se acercó al chico que instintivamente se alejó de ella. —Señora, vuelvo y repito, váyase… —Ya te escuché… —relame sus labios, impaciente. Definitivamente, explotaría en cualquier momento. —Solo paso para pedir… —suspira frustrada. —¿Perdón? —pregunta el joven frunciendo el ceño confundido. —Por Dios, solo paso para pedir disculpas. Aquellas palabras se sintieron como cientos de bultos de cemento sobre la lengua. Jamás, por todas las impertinencias y desastres que ha causado, le ha pedido disculpas a alguien. Pero no hacer la paz en ese momento con el muchacho, condenaría a su clan, aquella oportunidad de adelantarse a los miembros de Aziz era única, de oro. —Pido disculpas por lo que pasó el otro día. —suspira sintiendo picazón en el pecho. —No. —¿Qué? —pregunta en medio de una carcajada. —No acepto sus disculpas ahora, váyase de aquí. —el joven la mira a los ojos por un momento y luego parpadea varias veces para perder la mirada en otros lugares. —¿Y ahora por qué no aceptas mis disculpas? —cuestiona al chico entre dientes, rechinando estos, furiosa. —Cuando aprenda a pedir disculpa con honestidad, atrévase a volver a nuestro establecimiento. —da un paso hacia adelante y deja escapar el aire que sus pulmones contenían por el nerviosismo ante aquella mujer terrorífica. —Usted debe estar acostumbrada a que todos hagan y digan lo que usted le place, pero aquí, no va a pasar, así que váyase de mi cafetería en este momento, señora. —abre la puerta y extiende su mano nuevamente hacia la salida y entrada del negocio. —Aprender a disculparse lleva tiempo, por eso supongo que no la veré más y espero no volverla a ver nunca más en realidad. El abuelo del joven Táo, desde la distancia, abre su boca, impresionado. Sabía que el chico era arisco a veces, cuando realmente no se sentía bien o alguien le causaba mucha incomodidad, pero nunca pensó que enfrentaría así a alguien. Definitivamente, los años en Shanghái lo habían cambiado. No se dejaba amedrentar de nadie. “Esa vieja”, piensa el anciano con cariño, sabía que ella había sido quien le enseñó a responder de manera tan fuerte, educada y cruel.
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