Parte 2: BROKE BOYS AND GIRLS

1015 Words
Sin palabras que mediar, Donato se retira con una suave sonrisa llena de vergüenza y vuelve para encontrar, que el auto no estaba estacionado y que Duscha se había escapado en él hace ya varios minutos. —Esa estúpida, ahora me deja tirado. —suspira aún anonadado por la situación. —Vaya, vaya, Duscha, ¿ahora estás enojada u ofendida o qué? —se pregunta mirando la calle vacía. —Parece que alguien te desnudo ahí adentro y no hablo de tu cuerpo, parece que alguien te perforó el alma. —dice finalmente para sonreír, ligeramente nostálgico, pues solo en una ocasión, cuando eran niños, aquel niño ahora, perdido, había logrado ver a través de sus ojos de la manera en que claramente lo hizo el chico llamado, Táo. —Táo, Táo, si supieras a la bestia que acabas de liberar. —suspira pensativo para luego caminar hasta llegar al transporte público. —No hay nada más peligroso que provocar a un Lisovik. —se deja caer en el asiento del transporte y saca un dulce de su bolsillo. El viento, no podía calmar la temperatura que emanaba de su cuerpo. Es tal la rabia y la herida que recibió su orgullo, que no podía aceptar que un niño se impusiera ante ella, que lograra mirarla de esa amanera, “Cómo se atreve a siquiera mirarme a los ojos, maldito bastardo”, pensó enfurecida, deteniéndose abruptamente frente al mar, saliendo y azotando la puerta del mismo enfurecida. El mar tan silencioso y calmo solo escuchaba sus quejas, entre olas suaves, brisa fresca y un azul acorazado, brillante y cálido. La intensidad de sus emociones y las sensaciones por primera vez percibida, entre ella una ya experimentada, hace tantos años, estaba resurgiendo repentinamente, causando que su ira fuera mayor, La impotencia no le dejaba respirar con calma y eso le enfurecía aún más. Eran tan intestas como la Eroica en Allegro con brio de Beethoven, tan intensa, desesperante que abrumaba sus sentidos, no podía, no podía permitirse sentir aquella inestabilidad. —Maldita sea… ¡Maldición! —La impulsividad, junto a la rabia latente, le hicieron gritar, hasta respirar hondamente y balbucear groserías, liberando aquello que la estaba ahogando desde que vio aquellos ojos color avellana, tan profundos y puros. —Puros…—sonriendo perversa y oscura, observa el mar y siente la brisa golpear sus mejillas. —Voy a destrozar tu alma, Dulzura. —dice con suavidad al mar, a aquel chico de ojos brillantes. Con prisa, entrar al auto y enciende el mismo, decidida a enfrentar al chico nuevamente. Quizás se encontraba ahí, temeroso, asustado de que ella volviera, “Sí, seguramente, sí”, piensa llenado su ego de satisfacción. Los pensamientos sucios no tardaron en llegar a su mente. Todo lo que podía hacerle al chico hasta poseerlo por completo, hacer que este ruegue porque se quede y no se vaya de su lado, hacer temblar su cuerpo, que este se estremezca hasta el punto de hacerlo venir por la excitación. No podía esperar a verlo, tan débil y destrozado frente a ella para causar satisfacción y alivio a su perturbada alma. Bajó, impotente, sintiéndose deseosa de ver aquellos ojos asustados, sin importar la crueldad con que sus ojos le mirarían. Se detuvo antes de cruzar la calla y observó a aquel hombre, joven y ciertamente indefenso, mirar con ojos brillantes la vitrina de un negocio. Pero no eran los objetos y aquella tienda que detuvo el corazón de Duscha en aquel momento eterno, no, era aquella sonrisa que decoraban con propiedad el rostro del joven. Sus ojos brillantes y llenos de ilusión, hicieron sentir punzadas perforantes en el pecho de la temida Petya Ivanov, aquellas mejillas sonrosadas, quitaron el aire de sus pulmones, y el suave sonido de su voz al hablar en cámara lenta ante sus ojos, con la dueña de la tienda, le hacían sentir celos repentinos, “No, solo habla conmigo bastardo, cómo te atreves a sonreír de esa manera después de lo que me hiciste pasar”, aprieta sus puños, sintiendo la irritación subir a su cabeza. No, no podía ser posible que después de ver a los ojos Petya Duscha Zaytsev Ivanov, después de ver aquellos ojos verdes y oscurecidos por la profunda ofensa, llenos del deseo por el control total, solo sonriera sin más a cualquiera, sin miedo, sin temor a ser atrapado por sus garras. Aquel muchacho angelical, sacudió su cabeza, avergonzado por el cumplido de la señora de la tienda, provocando al instante, palpitaciones en el pecho de la mayor, Duscha, qué autoflagelándose, se cuestiona, “¿Por qué me está pasando esto ahora? ¿Por qué no solo lo meto a mi maldito auto y hago de él un desastre entre gemidos y jadeos? Nunca se negaría, nunca…”. Trata con todas sus fuerzas entender por qué su cuerpo no le permitía solo avanzar y acorralar a su presa. Al primer paso, repentinamente se escuchan los gritos de una multitud que corre despavorida, debido a una explosión a dos cuadras de la rubia, Esta se cubre, recibiendo el calor de la explosión, alerta de la situación, pues podría haber sido provocado o un accidente del pequeño restaurante. Vuelve su mirada al joven que ahora entre los brazos de la mujer aprieta con todas sus fuerzas sus oídos, tratando de esconderse angustiado en el pecho de la mujer, que le dice entre todo el desastre, que todo estaba bien. Duscha, sin poder detener sus pasos, cruza la calle, entre los gritos, la angustia y ante el fuego evidente; No podía dejar de mirar al chico que ahora llora, sintiendo el deseo de protegerlo, que pelea con su orgullo, causando una lucha interna, deteniendo finalmente sus pasos en medio de la calle y atrapando la mirada de aquella mujer que sigue hablándole y acariciando su cabeza maternal. “Debo irme, ahora mismo”, piensa, asustada de que aquella acción la llevara a confirmar aquella idea contraria a sus deseos oscuros y entre el humo, cegador, desapareció la temida mujer de Rusia.
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