—Te la acabo de decir, tontonazo. —Se echa sobre mí. Sus pechos obesos, dos globos de carne, son la fantasía de cualquier hombre de mi edad. Y no tan de mi edad. Y yo los tengo rozándome la cara—. Te lo explicaré mejor. Se levanta un poco, y echa un vistazo a mi entrepierna y sonríe, maliciosa. No veo venir el momento en que ella alarga su mano y aprieta mi bulto. —¡Ah! —grito. ¡Esa mujer me ha manoseado, joder! Mi falo vibra debajo de mis pantalones, y mis testículos se rellenan de semen. Ella se ríe y sigue mirando mi protuberancia. —Hola allá abajo —dice—, soy la tía Elvira. ¿La tía Elvira? —Es que tu madre y yo somos como hermanas, cariño. Anda, Santi. Tranquilo, respira. Mi pecho se siente congestionado cuando veo que se levanta y va por más refresco. El suyo se lo ha bebido d