No he dado explicación alguna de mi rabia. No he esperado a escuchar los gritos de mi padre por mi acción. Simplemente he tirado la antena al suelo y he subido corriendo como un demonio a la planta alta, con enojo, con muchísimo enojo y decepción. Los gritos de mi padre por mi atrevimiento cesan porque ahora es él quien parece haber tenido que sostener la antena para mirar los últimos minutos del partido en el televisor. Abro el baño y verifico la bañera, que aún tiene los rastros de la espuma y las burbujas que se adhirieron a nuestros cuerpos mientras ella y yo hacíamos el amor. Busco entre el lavamanos o el bote de la basura un rastro que me indique que mamá y Nacho estuvieron allí fornicando como un par de animales salvajes. Pero no encuentro nada, ni siquiera un pedazo de papel con