—¡Joder mamá! —exclamo, cachondo, y mi sexo erecto. Se me hace agua la boca de solo verla. La rosada rajita de mi madre brota hacia afuera, húmeda y sustanciosa. Las uñas largas de sus manos, de color coral, se entierran en la gordura de sus nalgas. Sugey está en el filo de la cama, con su rubia cabellera atada en una trenza que le cuelga por el derecho de su cuello. —¿Te gusta lo que ves, hijo? —me pregunta seductora, moviendo la cola de un lado a otro, abriéndose las nalgas y enseñándome sus dos orificios, el recto y la v****a. Sus hermosos pies lucen sonrosados, y sus prominentes muslos y piernas tiemblan ante cada movimiento obsceno de mamá. —Jamás creí verte tan… así… mami… —¿Tan cómo, amor? —Tan… —quisiera decirle tan “puta” pero empleo la palabra —“atrevida”. —Acércate, hij