Ella es tan suave y tan tersa que me mata de placer. Con esfuerzo sube la punta de sus uñas hasta detrás de mi cuello, y desde allí los desciende por toda mi espalda, hasta mi cintura. Y yo jadeo, como estúpido, con las piernas flojas y con mi cuero de gallina. —Vamos, hijo, desnúdate —me pide alejándose de mi boca. Me duele tener que dejar de estrujar su culo, pero es necesario usar mis manos para desabotonarme mi camisa. Mamá, ansiosa, caliente, llena de ansiedad, me ayuda a desabrochar la hebilla de mi cinturón, y luego hace lo mismo con mi pantalón. —Uyyyy, corazón —dice, sentándose, posando su culo en sus pantorrillas—, alguien está muy duro por aquí, y está ansioso por salir. Toca mi bulto con dulzura. Lo amasa, lo frota con sus uñas, y luego toca los elásticos de mi bóxer. —Sí