La alegría reinó en la casa. Ahora Matías ya no tenía nada de qué preocuparse. Todo marchaba a la perfección… o casi todo. Por más que hubiera pasado unos días mentalizándose de que su madre podía tener sexo con otros hombres, y que eso no lo hacía para molestarlo, aún no estaba preparado para la visita de sus amigos. Cuando sonó el timbre se quedó paralizado. Algún sexto sentido le decía que se trataba de ellos, que habían venido, sin avisar, a visitar a Nicol. Bueno, al menos a él no le notificaron, pero la rubia sí parecía estar enterada de todo. Ella misma caminó hasta la puerta, para recibirlos. Llevaba puesto un camisón blanco muy transparente, debajo podía verse un erótico conjunto de ropa interior, con una tanga diminuta que apenas le cubría la concha, un corpiño que transparenta