Sus ojos azules nunca brillaron tanto como ahora. Su boca rosada está entreabierta. Pienso que ese mismo color tienen sus pliegues vaginales. Imagino que ese mismo gesto ha formado cuando le han encajado el rabo en su conchita y lo ha disfrutado. Su piel es brillante, rosácea, y resplandece en la semioscuridad de la sala de estar, sólo iluminada por el canal de MTV del televisor, con música en ingles de los años 90 de fondo que calienta el ambiente. Mamá sujeta mi dorso suavemente, y a prieta mi mano, que está sobre su abundante pecho desnudo, estrujándolo, apretándolo fuerte. Su pezón duro está hundido en la almohadilla de mi palma, y las carnes inabarcables de su seno se desbordan entre mis dedos. Mi sola mano no puede abarcarlo todo. Y me pone cachondo saberlo. —Mamá… —digo nervios