Mamá y Elvira están sentadas sobre sus pantorrillas, en medio de mí, a la altura de mi entrepierna. Elvira le ha dado a beber casi la mitad del vino que quedaba en la botella. Sugey se lo ha bebido como si fuese agua de uso. Mamá no está acostumbrada a beber tanto, por eso me sorprende que lo haga.
Ambas son tan tetonas que sus pechos casi logran tocarse sin haberse inclinado una contra la otra.
Sus pezones apuntan al cielo. Son apetecibles. Parecen dispuestos. Calientes. Ambas están excitadas.
—Muy bien, Sugey —murmura Elvira—, comencemos a darle el espectáculo al degenerado de tu hijo.
Mamá tiene las mejillas coloradas, quiero pensar que por el efecto del vino que ha estado bebiendo. Ella sonríe mirándome de reojo. Y yo la contemplo embobado. Nunca dejaré de excitarme al ver a mi mad
