—Ufff, que mareada me siento —me dice ella cuando buscamos las toallas que están colgadas junto al inodoro. —El vino —le recuerdo. —Pero es que sabe delicioso, y me ha puesto tan cachonda que no veas. Ella sale primero de la mampara. A cada paso sus nalgas tiemblan obscenamente. Yo la sigo por detrás, mirando su maravilloso cuerpo desnudo. —Anda, sécate —me dice, entregándome una toalla con la que me enjugo el cuerpo. —Ven, vamos al cuarto, mami, allá te ayudo a secarte. —De acuerdo. Cuando abro la puerta del baño que da directamente a nuestra habitación, lo último que puedo esperar es encontrarme a Elvira recostada sobre la cama, completamente desnuda, con sus gordos y grasosos pechos colgándole por delante, sus pezones erectos, sus piernas abiertas, sus labios vaginales brotándole