Matías preparó todo para que él y su madre pudieran sentarse a mirar los videos que su padre había grabado antes de morir. Nicol aún tenía puestas las medias, el portaligas y los tacos. No había corpiño cubriendo sus grandes tetas, ni una tanga que tapase su concha, que aún estaba muy húmeda.
Nicol se mentalizó para que los videos de Eduardo no le afectaran de forma negativa. Debía disfrutarlos, eran algo positivo, un regalo que su marido le enviaba desde el más allá. Ya había llorado suficiente en los últimos días. Sabía que no sería fácil volver a encarar la tarea, pero al menos ahora estaba mejor preparada. También ayudaba mucho la enorme calentura producida por la sesión de fotos eróticas con su hijo.
“No —pensó Nicol—, no fueron fotos eróticas. Eso fue porno… porno muy explícito”.
