Ella, en lugar de responderme, se pone de espaldas a mí. Luego, poco a poco se flexiona hasta quedar de rodillas en el suelo a dirección de la ventana.
—Pero no vayamos hacer ruido, mi bebé, ¿entendido? —me pide cuando se pone a cuatro patas de la forma más guarra posible—. Vamos, amor, cierra la puerta y ven a comerle el coño a mamá.
Entonces, mientras me dirijo a la puerta, ardiendo en calentura, veo cómo mamá se agarra el culo con las dos manos, y se empieza a abrir las nalgas para mí, quedando con sus dos agujeritos al descubierto. Y yo sólo sé que más tarde que temprano tendré que romperle el ojeSanti sin ningún miramiento.
—¡Vamos, hijo… cógeme yaaaa!
En esto estoy cuando un enorme y desgarrador grito de Lucy, pronunciando mi nombre, me hace detener:
—¡SANTIOOOOOOOOOOOOOO!
Y
