Analu Despierto con un ruido y veo a Santiago ya vestido, poniéndose los zapatos y sentado al borde de la cama. —¡Buenos días! —digo aún somnolienta. —¡Buenos días, pantera! —él responde mirándome por encima del hombro. —¿Ya te vas? —pregunto, sintiendo un extraño vacío. —Sí, tengo que irme, tengo cosas que hacer por la mañana. Ya calzado, se acerca a la cama, inclina su cuerpo, me da un breve beso en los labios y antes de irse dice: —Respecto a lo de ayer, lo de volver a trabajar, búscame después de visitar a tu abuela y hablaremos, ¿de acuerdo? —Está bien —digo más decaída que un maracuyá de cajones. —Aprovecha y duerme un poco, tengo tu llave conmigo, la llevaré de nuevo para poder cerrar tu casa por fuera —él dice mientras se va. —¡Genial! ¡Gracias! Verifico la hora y son la