Su teléfono sonó y sonrió al ver que era Neil, uno de sus mejores amigos, quien lo llamaba.
—¿En qué lío estás metido, que necesitas un abogado, chico rudo? —preguntó Neil, haciéndose el gracioso.
—¿¡Con quién crees que estás hablando!? —Ambos se rieron a carcajadas—. ¿Cómo estás, idiota?
—Cansado. Creo que Becky y yo necesitamos vacaciones —Se quejó su amigo—. Pero no me cambies el tema, greñudo ¿Por qué necesitas un defensor de la justicia? ¿Estás bien? —preguntó con preocupación.
—Estoy bien, aunque con muchas novedades —contestó Gabriel.
—¡Gabooooo! —La voz de Rebecca, esposa de Niel y su mejor amiga, lo hizo sonreír—. ¿Necesitas un abogado? ¿Por qué? —Gabriel sonrió y se dispuso a contarles todo lo que ha ocurrido en estas últimas horas.
—¡Wooow! Qué suerte tienen algunos —Protestó Neil.
—No me siento tan afortunado. Me imponen unas estúpidas cláusulas que se pasan de absurdas, además de tener que compartir lo que por derecho me corresponde, con una aparecida que nada tiene que ver —contestó.
—Así son las herencias, hermanito. El difunto es quién decide a quién le hereda sus bienes y a quién no, sin importar si es de la familia o no —explicó Neil.
—¿Me van a dar clases de ética o me ayudarán con el contacto? —refunfuñó.
—¿Por qué eres tan cascarrabias? —preguntó Rebecca.
—Quizás las greñas que trae, lo tienen idiota —bromeó Neil.
—Te pondrás viejo pronto, si sigues así, Gabo —aseveró su amiga—. Oye, y la enfermera, ¿es bonita? ¿Por qué le traes tanta bronca? —Gabriel bufó, haciéndola reír.
—Ni me preguntes. No quiero hablar de ella —respondió.
—Te mandaré el contacto de un amigo, creo que su primo es fiscal y quizás te pueda ayudar —mencionó Neil.
—Cuando tenga todo resuelto, les prometo invitarlos a la mansión, es preciosa —señaló Gabriel.
—Wow… “La mansión” —bromeó Niel, con una voz pomposa—. Espero que resuelvas tus problemas, aunque amigo, a veces no es malo compartir —dijo en un tono más serio.
—Si voy a compartir, quiero decidir yo con quién lo hago, Neil —contestó.
—¿Es el tío Grabiel? —preguntó la pequeña Dafne.
—¿¡Cómo está el amor de mi vida!? —exclamó Gabriel, pues adoraba a su pequeña sobrina.
—¿Cuándo vas a venir, tío Grabiel? —Siempre que la oía llamarlo así, sonreía como un idiota—. Te he echado mucho de menos.
—Yo también, mi princesa —respondió—. Te prometo que pronto vendrán ustedes a visitarme a mi nueva casa, ¿sí? —El grito de emoción de la pequeña, lo hizo alejarse del teléfono y sonreír ampliamente.
—No le prometas cosas que no podrás cumplir, no quiero que seas tú, el primero en romperle el corazón —advirtió Rebecca.
—Si consigo que un buen abogado me ayude, verás que cumpliré con mi promesa —aseveró.
—Nos vemos, greñudo y relájate un poco —respondió su amiga.
—Cuidate, hermanito —Se despidió Neil.
—Los quiero ¡Un beso, princesa! —exclamó, para que la pequeña lo escuchara.
—¡Te quiero mucho, tío Grabiel! —Cortó la llamada, sintiéndose mucho mejor y dispuesto a que su plan saliera a la perfección. Así que, tomó el teléfono y ya mismo se comunicaría con el contacto de sus amigos, para poner en marcha su plan.
(...)
Allie se mantuvo callada gran parte del recorrido hacia su casa. Aún no entendía cómo se había visto envuelta en una herencia millonaria, sin tener nada que ver con Martha.
Cuando llegaron a las afueras de su casa y mientras el chofer se bajó para abrirle la puerta, Leonard, finalmente, habló:
—Sé que ya me diste una respuesta, Allie, pero por favor, reconsidera la propuesta —Al notar que la joven abrió la boca para hablar, agregó—: Tienes una semana para notificarme tu decisión.
—Está bien, señor Ardley —Asintió, aunque su postura era firme, pero no quería ser descortés con el hombre, pues se había mostrado muy amable y condescendiente—. Muchas gracias por traerme a casa… y por lo de mi coche —agregó apenada. Leonard hizo un ademán, restándole importancia.
—Nada qué agradecer, Allie —La joven bajó del coche y tras darle las gracias al chofer, entró a su casa.
Dejó su bolsa en el recibidor junto a sus zapatos y fue a la cocina, desde donde provenía un delicioso aroma.
—Eso huele increíble, mamá.
—Llegaste temprano —dijo su madre, al voltearse a verla.
—Me dieron el día libre, por petición del señor Ardley —bufó, su madre le dio a probar de la preparación y con una enorme sonrisa levantó sus pulgares, en aprobación.
—¿Cómo estuvo la ceremonia?
—Muy triste e increíblemente concurrida —Vera se sorprendió tanto como Allie, ya que por lo que le hablaba su hija, la señora Britter siempre fue solitaria.
—¿Qué cosa fue muy triste? —preguntó Timothy, apareciendo por la puerta.
—Hola, Timmy, ¿cómo te sientes? —Le desordenó un poco el cabello, para luego dejarle un beso en la coronilla.
—Bien. Esperando ese delicioso estofado que está preparando mamá —respondió, sobándose el estómago—. ¿Qué era tan triste?
—Está delicioso —señaló—. El funeral de Martha, metiche —Le pellizcó el mentón con cariño y ambos sonrieron.
—Lo siento mucho, hermanita —Su hermano también sabía lo mucho que Allie quería a la señora Britter, pues era con quién compartía cada día, desde hace tres años.
—Gracias —respondió.
—No sentí el coche, cuando llegaste —Allie revoleó los ojos y bufó.
—Ni me hables de eso. Me sentí como Wesnesday Adams, yéndome envuelta en una nube negra del cementerio —bromeó, intentando bajarle lo dramático a la situación. Aunque con la mirada que le dio Vera, tuvo que explicarle qué sucedió con el coche, para luego decidir qué harían con él y el nuevo tratamiento para Timmy.
—No hay nada que discutir, Allie —respondió su madre—. Necesitas el coche operativo y la salud de Timmy ha estado estable, así que podemos esperar un poco y pagar el taller —aseveró.
Se sentía acongojada por no contar con una mayor solvencia económica y tener que decidir entre una cosa y otra, pero era lo que les tocaba y sabía que sin el coche operativo, sus idas a trabajar, serían un desastre.
Minutos más tarde, se sentaban juntos a cenar, mientras en su mente no dejaba de pensar en todo lo que había ocurrido después del funeral con lo de la herencia, pero por mucho que la oferta sea tentadora, no aceptaría, menos si eso significaba tener a un tipo como Gabriel, apocándola cada vez que se le cruce por delante.
A la mañana siguiente, tras haber descansado como hacía tiempo no lo hacía, Allie se levantó más temprano que de costumbre, pues ahora que tenía que irse en transporte público, el recorrido sería mucho más largo hacia “Concordia Village”.
Para su mala suerte, llegó casi quince minutos atrasada, así que corrió a los vestidores, se cambió de ropa y al salir, se encontró de frente con Gina, que la miraba asombrada.
—Allie Curtis llegando tarde, eso sí que es novedad —bromeó.
—Ni me digas, creo que es la primera vez en mi vida que llego tarde a algún lugar —respondió, contándole las razones de su atraso.
—Desde mañana, paso por ti en las mañanas, aunque no te aseguro la vuelta —aseveró Gina. Allie la abrazó efusivamente, pues realmente eso le ayudaría mucho.
—La vuelta es lo de menos. Muchas gracias, Gina.
—Para eso estamos las amigas —Le guiñó un ojo—. A todo esto, tienes nuevo residente, ve donde Raquel, seguro te dará más detalles —Allie se puso blanca como papel, por tener un nuevo residente justo el día que llega tarde. Le besó la mejilla a su amiga y corrió hacia la oficina de su jefa directa.
—Qué bueno que llegaste, Allie, gracias por avisar que venías tarde —señaló Raquel. La joven asintió, ya que fue lo único que pudo hacer, cuando se vio atrasada en un gran atasco.
—Siento llegar tarde, Raquel. Perdí la costumbre de movilizarme en autobús y…
—No te preocupes, es la primera vez desde que te conozco, que llegas tarde —Su jefa le restó importancia—. Ayer por la tarde llegó un nuevo residente, el señor John McLoughlin, de quien te encargarás de ahora en adelante —mencionó. Allie sonrió con nostalgia, al saber que el cuarto de la señora Britter, ya había sido ocupado, pero era optimista al pensar que sería un nuevo inicio para ella.
—Muy bien —Asintió.
—Aquí tienes su ficha con las actividades y citas médicas —señaló Raquel—. Sólo debo advertirte, que no será fácil. El hombre no es muy agradable —añadió, haciendo una mueca.
—Gracias por la advertencia, jefa —respondió.
—Ve, que ya te debe estar esperando —La chica asintió y salió a toda prisa hacia la habitación que tan bien conocía.
«No debe ser fácil llegar a una residencia de tercera edad. Dejar tu casa, tus recuerdos, quizás es comprensible que tenga mal genio», pensó Allie.
Golpeó la puerta dos veces y entró.
—¡No he dicho que pases! —gritó el malhumorado anciano—. ¡Vete de aquí! ¡Chiquilla imprudente! —El corazón de Allie martilleaba en su pecho, y aunque quiso salir huyendo ante los gritos de aquel hombre, no se daría por vencida.
Tomó aire en repetidas ocasiones, intentando calmarse y miró al hombre frente a ella, dispuesta a hacer su trabajo.
—¿¡Por qué sigues aquí!? —gritó.
—Señor, McLoughlin. Mi nombre es All…
—¡Me importa una mierda, quién seas tú! ¡Vete de aquí! —Los gritos del hombre hicieron que Raquel entrara por la puerta.
—Señor, McLoughlin. Cálmese, por favor —Pidió en un tono autoritario, mientras Allie se sentía como un pollito asustado, ante tanto grito.
Jamás imaginó que cuando su jefa la advirtió, sería para tanto.
—No quiero que esa chiquilla me atienda —refunfuñó el hombre.
—La señorita Curtis es una de nuestras enfermeras auxiliares más destacadas, estoy segura que es la persona idónea para atenderlo, señor McLoughlin —John gruñó y refunfuñó, mirando a la pobre Allie de arriba abajo y tras un momento, bufó.
—No sé por qué me cambiaron de residencia… —Se quejó.
—Por mal comportamiento —respondió Raquel. Allie abrió sus ojos con sorpresa, imaginando lo que le esperaba con un hombre así—. Y aquí, aunque somos amables, no toleramos el mal comportamiento, así que espero que lo haya entendido —advirtió, sonando casi como un general del ejército.
—Mmmm, ya —respondió de mal humor—. Y tú, ven para verte mejor —ordenó. Allie se dirigió hacia el viejo hombre y se paró a su lado. Éste se ajustó las gafas y la miró—. Pareces un animalito asustado —bufó.
—Ya está advertido, John —dijo Raquel, saliendo por la puerta.
—Escúchame bien, chiquilla —El viejo hombre clavó sus ojos azules sobre los de Allie—. No me gusta estar aquí y haré lo imposible por irme de este lugar, ¿te ha quedado claro? —La joven frunció el ceño y negó.
—No es mi problema que no le guste estar aquí, señor McLoughlin. Lo único que sé, es que estaré aquí para ayudarle en lo que necesite y atenderlo de ser necesario —John gruñó ante la respuesta de Allie, quién aprovechó de mirar la mesita de luz, donde reposaba un vaso con dos píldoras en su interior y un vaso de agua intacto.
Se devolvió a mirar la ficha, donde se indica que debe tomar sus medicamentos a primera hora en la mañana.
—No se ha tomado su medicina, señor McLoughlin —Allie tomó la medicina y se la ofreció junto al vaso con agua, los que fueron a parar al suelo ante un feroz manotazo de parte del viejo hombre.
El vaso cayó a sus pies y el sonido al quebrarse en el suelo, hizo que Raquel volviera a entrar.
—¿Qué pasó aquí? —cuestionó de mal genio. Allie se agachó para comenzar a recoger los pedazos de vidrio—. Ve a buscar una escoba y una pala, Allie —ordenó su jefa, por lo que la joven salió, obedeciendo a su superior—. Señor McLoughlin, escúcheme lo que le voy a decir, porque no se lo volveré a repetir —advirtió y en breves, pero precisas palabras, le contó un poco todo lo que debe hacer Allie por su pequeño hermano y su familia—. Espero que valore a quién lo cuida, porque le aseguro que si a usted le pasa algo, ella será la primera que estará a su lado, llorando en su funeral —agregó.
El viejo hombre no tuvo palabras para responder, así que simplemente asintió, haciendo una extraña mueca, cuando la joven anteriormente mencionada, entró a recoger el desastre que él provocó.
«Dame paciencia, diosito», se repitió Allie, al ver al señor McLoughlin fruncir el ceño, mientras barría los vidrios esparcidos por toda la habitación, la cual aprovechó de mirar.
Lo que no sabían Allie y Raquel, es que John, en realidad es un buen hombre intentando llamar la atención de su adorado nieto, pues no quería estar lejos de él, y aunque tenía la conciencia de que no podían vivir juntos, su mal comportamiento era su forma de hacerlo ir más seguido a visitarlo.