Amanda no había regresado unas tres horas más tarde, cosa que le tenía preocupado a Ross, quien había ido directamente junto a Ian para darle aviso acerca de lo que había ocurrido.
No podía creer que una cosa así haya sucedido, y es que nunca se había imaginado entregar a su hermana en matrimonio, mucho menos antes de los veinte, ella, quien era una chica independiente y harta de tantos hombres en su vida.
Si bien, se necesitaba el permiso del padre, en ese momento, no estaba demasiado presente, como la mayoría de las veces.
Pensaban que podía llegar en cualquier momento de esa semana, pero no se podían confiar demasiado, ya que el hombre hacía lo que le venía en gana, siempre había sido así.
Thom había conocido la faceta de buen padre de Tristan, en los momentos cuando su madre estaba viva, había disfrutado bastante de su infancia hasta ese momento, sin embargo, cuando la pequeña niña llegó a sus vidas y la muerte de la mujer que le había dado a luz tuvo lugar, todo comenzó a desmoronarse, creando traumas en la mayoría de sus hermanos.
Aún así, la que lo había pasado peor, sin duda era Amanda, ya que aunque siempre hacía cosas para llamar la atención del jefe de familia, este nunca parecía siquiera notar su presencia.
Ross se hallaba en la habitación de Ian, la que antes compartía con Thom hasta que se casó con Suzy.
─No comprendo cómo es que solo por ser la familia real debemos darle todo lo que se les apetezca, mucho más si se trata de Amanda. Ustedes podrán pensar lo que quieran, pero en lo que a mí respecta, nunca estaré de acuerdo─ dijo con firmeza el de cabellos rizados.
Ian tenía un carácter bastante serio, por lo cual se sabía que si tenía una opinión, no se podría luchar en contra de la misma.
Tampoco es que Ross quisiera en tal caso ir en su contra, tampoco estaba seguro de dejar ir a su pequeña hermana con un hombre que lo único que quería de ella era utilizarla como instrumento de creación de vida, lo cual no era para nada justo.
Estaban seguros que el ser una omega de su edad que aún no hubiera encontrado pareja le generaba eco a la familia real, queriendo tomar partido de ello.
No es como si la chica no tuviera opinión propia, pero no serviría de mucho cuando les estuvieran amenazando con el exilio.
Si bien, sabía que lo que más anhelaba la chica era irse de allí y hacer una vida fuera de los límites del bosque, tenía muy en claro que no sería de esa forma, sino que quería tenerlos a todos los del poblado siempre ahí para cuando decidiera volver.
A pesar de querer ofrecerle una vida tranquila y llena de la felicidad posible, aquella noticia les había caído como un balde de agua helada.
─Entonces ¿Qué haremos?─ formuló el castaño hacia su hermano mayor, quien miraba el lienzo que pintaba con suma concentración.
─Hay que decirle a papá. Será él quien decida, a ver si se atreve a hablarle por una vez en su vida a su propia hija─ respondió con aire amargo, sabiendo que era un tema bastante sensible para ambos de conversar.
─¿Y qué si decide que sí? Sabes que Amanda no es una chica que se deje imponer ningún mandato, no podemos simplemente dejarla por cuenta de Tristan─.
─Queramos o no, él sigue siendo el alfa aquí, aunque la autoridad la tenga Thom─ dijo, dando pinceladas irregulares al paisaje que hacía, como síntoma de que no estaba para nada cómodo.
El menor estuvo unos segundos más allí, pensando en cómo haría para notificarle tanto a Thom como a su progenitor sobre la noticia. Ardería Troya, eso era seguro.
En medio de ello, escuchó la puerta sonar y a una Amanda decir a todo pulmón que tenía mucha hambre, así que Ian le dirigió una mirada que indicaba claramente que debía hablar con ella cuanto antes.
El chico lo miró de vuelta con preocupación en sus orbes, sabiendo que no sería para nada fácil lo que vendría a continuación.
Sabía que al decirle algo así, estaría arruinando su vida, prácticamente.
Tomó fuerzas de donde no las tenía y caminó hasta la cocina, donde halló a una chica estresada preparándose un sándwich, dicha chica era su hermana, y también a quien estaba a punto de soltarle una bomba.
─Hey ¿Cómo te fue hoy, hermanita?─ preguntó Ross, con el rostro pálido y sin la energía que solía tener siempre.
─Todo bien, pero sabes cómo se pone Rupert, es un completo anticuado cuando dice que he perdido los modales solo por llegar dos minutos tarde─ expresó Amanda, con el ceño fruncido, mientras aderezaba el pan con salsa blanca.
─¿Qué hay de Randall? ¿Fue hoy?─ siguió con sus preguntas el castaño, con un nerviosismo extraño instalado en su ser.
La rubia de inmediato sospechó de su actitud.
─Sí ¿Por qué lo preguntas? ¿Todo bien? Estás pálido─ dijo, observando a su hermano con detenimiento.
─Claro ¿Por qué no habría de estarlo?─ dijo este, mirando hacia otro lado.
Durante unos segundos, la chica continuó haciendo su comida, mientras pensaba que el ambiente estaba muy extraño.
─¿Sabes algo de papá?─ tanteó el terreno Amanda, yendo directo al grano.
─La verdad, no, pero hay algo que tenemos que conversar con él─ finalmente soltó el mayor de los dos, con la mirada fija en el mármol de la isla de la cocina.
─¿Qué es eso tan importante?─ quiso saber la chica, la cual le miraba de manera intensa, o así creía su hermano ─No lo necesitamos, ya nos lo ha dicho antes... Bueno, se los ha dicho a ustedes─ agregó luego un tanto cabizbaja, debido a que su padre no hablaba directamente con ella desde hacía varios años.
─Es sobre algo que ocurrió hoy, quisiera contarte sobre ello, pero no me siento capaz, lo siento, hermanita─ dijo Ross, con tristeza en su rostro.
Sabía que le había fallado indirectamente a la chica a la cual había intentado proteger toda su vida al aceptar tal trato sin siquiera protestar.
Recordaba cómo aquel hombre que ofrecía el trato le miró, como si fuera una orden y no que estuviera pidiendo en matrimonio a su hermana menor, cosa que debería ser tomada con la seriedad requerida.
Ni siquiera había nombrado la palabra matrimonio, sino gestar al próximo hijo del alfa.
Aquello le molestaba en demasía, sin embargo, no tenían tiempo para estar esperando por su padre para tomar una decisión, ya que convenientemente, nunca estaba en los momentos importantes.
Dicho hombre, el cual era parte de la familia real, se había despedido con la petición de que enviara a Amanda a su residencia cuando estuviera dispuesta, siendo que mientras más antes mejor.
No sabía cómo lo había convencido de que se fuera del lugar, puesto que no parecía tener ninguna intención de hacerlo sin antes hablar con su hermana, y el solo hecho de pensar en dejar a su hermana menor en manos de cualquier hombre desconocido le daba mala espina, mucho más el tener que darla a modo de trofeo a la familia real, como si sus derechos no importasen en lo más mínimo.
El ser una omega no la hacía menos valiente, ni menos fuerte, pero eso era lo que hacía ver esa manada, tristemente desvalidando el sufrimiento y la vida de trabajo duro que solían tener las mujeres del poblado.
Las mujeres tenían derecho a decidir sobre su cuerpo, y eso era algo que Ross tenía muy en claro, pero al momento de sentirse amenazado junto a su familia, no le quedó de otra sino aceptar.
No era tanto el miedo al exilio, sino a arruinar la reputación de Amanda, quien sería con evidencia la más afectada allí, puesto que nadie más que sus hermanos responderían por ella.
Pensó entonces en que podía enfrentarse a esa dura prueba del destino y luego seguir con su vida tal cual la soñó sin demasiadas preocupaciones, pero no tenía idea de cómo reaccionaría ante la noticia.
La chica lo miró confusa, sin embargo, comenzó a devorar su sándwich de milanesa, ya que el hambre era mucho más importante que eso para ella.
La dejó comer con tranquilidad, ya que no quería arruinarle el momento de ninguna manera.
Sabía que luego iría a hostigarlo hasta que le dijera sobre qué se trataba dicho asunto, pero dejaría que fuera ella quien se acercara, no podía simplemente soltarle una bomba así sin estar en compañía de sus demás hermanos.
Thom tenía que enterarse primero, de ser posible, ya que de él dependían la mayor parte del tiempo y no iba a visitarlos sino hasta el fin de semana, que tendría lugar en dos días más.
Ross suspiró, cansado de todo ese día.
Se había metido en un gran lío.
...
Randall estaba leyendo algunos correos que le enviaba la facultad de vez en cuando, estudiaba con Amanda, siendo su mejor amigo desde siempre, pero también tenía sus propios sueños, por lo que estaba sacando adelante dos carreras, la segunda de arquitectura.
Era un chico bastante apuesto para las chicas de ciudad, todo un buen partido, era inteligente, de buena familia, con buen semblante y sobre todo muy hermoso. Así lo habían descrito varias mujeres según una encuesta que rodó por todo el campus donde estudiaba en la ciudad.
Aunque era un beta, al ser hijo de casi el único policía que tenía acceso y conocimiento sobre la licantropía, tenía pase libre para entrar y salir de la aldea cuanto quisiera.
Recordaba que de pequeño siempre se metía en problemas por cruzar las fronteras sin el permiso de su padre. Fue tanto el ajetreo que causó una vez, que tuvieron que hacerle un pase como el de su padre para poder entrar allí y hacer vida.
Fue allí cuando conoció a Amanda, una tarde donde se hallaba dando tumbos por las praderas que colindaban con la frontera hacia el mundo humano.
A la pequeña Amanda siempre le interesó conocer otros mundos, así que era muy curiosa, razón por la cual era bastante fácil encontrarla merodeando por los bosques.
Le encantaba la naturaleza y estar al aire libre. Pocas veces iba sola, ya que casi todas las veces se hallaba en compañía de sus adorados hermanos.
La pequeña niña de unos seis años, estaba por los alrededores de su casa jugando, cuando de pronto escuchó un ruido detrás de la vegetación, así que pensó de inmediato en su mente infantil que se trataba de un conejo blanco, de los que siempre le parecieron hermosos. Solo que no era de ese modo.
Cuando se acercó hacia donde había un arbusto moviéndose, pareciendo temblar, lo cual le generaba risa, se encontró con un niño hecho bolita llorando.
─Hola ¿Te perdiste?─ le preguntó inocente la niña, intentando mirar el rostro del que parecía un beta.
El niño no reaccionó de inmediato, siguió enfrascado en su propio llanto, tanto que a la niña le generó un sentimiento de empatía muy fuerte.
─¿Quieres un abrazo? Mi hermano Thom dice que con uno se curan todos los males, y yo le creo─ expresó de nuevo la pequeña rubia.
Entonces, el niño la miró por primera vez, sentándose de manera normal sobre el césped.
─Seguro que a tu hermano no le han dado una paliza como a mí─ dijo el de cabellos castaños, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
─¿Quién lo hizo? ¿Ha sido tu papá?─ preguntó la niña, sintiendo la tristeza del contrario.
El niño asintió, sorbiendo luego con la nariz.
─Sé cómo te sientes, pero no deberías estar llorando a estas horas. Mira el día tan hermoso que hace, no deberías arruinarlo así, mucho menos por un adulto. Ellos no saben nada─ expresó inteligente la pequeña, la cual tenía puesto un vestido color tierra con flores fucsias.
─T-Tienes razón, pero en serio me dolió─ dijo el niño.
─Entiendo, pero ya no estés triste... ¿Cuál es tu nombre?─.
─Soy Randall...─.
─Bien, Randall... ¿Qué tal si vienes a mi casa? Así podemos comer helado─ ofreció Amanda, intentando hacer que aquel chico dejara de llorar.
Cuando el castaño aceptó, selló con ello sin saber un pacto de amistad invisible e inquebrantable que duraría años.