El día en el cual Amanda adoptó a la gata que sería su compañera por muchos años, a quien llamó Bell, estaba muy feliz. La chica de apenas unos once años, caminó dentro del albergue más grande de mascotas rescatadas de la aldea en compañía de su hermano Ross, ambos tenían una sonrisa amplia en el rostro.
Los animalitos que habían dentro de ese lugar se veían felices, listos para ser adoptados por una familia que les ofreciera amor verdadero y un hogar cálido. Los ojitos que se asomaban por todos lados les daba confianza para seguir el camino y elegir a alguno como posible compañero de vida.
Por ahí correteaban desde cachorros de perro hasta gatos de distintas razas, conejos, hámsters, hurones e incluso aves de todo tipo.
El lugar se veía muy quieto y lleno de paz, algo que pocas veces s
