Las gotas explotaban en el suelo haciéndole cosquillas en las puntas de los dedos.
El agua caliente caía sobre ella a una temperatura tan alta, que al contacto con su piel creaba más vapor. Quería que el agua hirviente derritiera lo que estaba mal en ella, que lo lavará, así como le escocia la piel.
No importa lo bien que lograba sentirse durante el día, siempre a la misma hora sentía que el pecho se le oprimía y el aire le faltaba. Quería arrancarse el pelo de la desesperación e irremediablemente terminaba sentada patéticamente en el suelo de la regadera sin poder moverse, mientras el agua no paraba de salir.
Se engañaba pensando que los mareos en el baño solo eran otro de los efectos secundarios de las pastillas o que el miedo la desestabilizaba, pero en el fondo sabía que solo era su
