Emma tenía pavor de volar. Bueno, técnicamente a las alturas, ya que cuando era una chiquilla, el hijo de su vecino Larry la convenció de trepar un árbol que había en el jardín de su casa, y cuando llegaron a la cima, él se bajó y la dejó arriba sola durante horas, hasta que llegó su padre a rescatarla. Ahora cada vez que sus pies se alejaban un poco del suelo, su trauma salía a la luz, y ver por la ventana del avión mientras tomaban velocidad para alzar el vuelo, le hacían sentir enferma. —¿Te sientes bien? —preguntó Max al verla agobiada. Estaba sudando, agarrada con fuerza a los brazos de la cómoda silla del asiento del avión privado. Ni siquiera con todo los lujos del mundo el miedo daba tregua, pero asintió cuando cerró los ojos, tratando de aparentar valentía. Max la vio con de