En las películas románticas y libros que Emma solía consumir, la protagonista cuando estaba de luna de miel siempre solía despertar con las caricias y besos de su amado de manera muy empalagosa y en el fondo soñaba con lo mismo, pero la suerte no le había sonreído de la misma manera. A ella le despertaron dos cosas: el delicioso aroma a café por toda la habitación, y las ganas de orinar. Abrió un ojo y por el ventanal un cielo lluvioso y gris le recibió. Tras correr hacia el baño para satisfacer el llamado de su cuerpo y asearse un poco, regresó a la salita de la suite, donde Max desayunaba tranquilamente mientras leía el periódico. No hubo sonrisa de buenos días, ni caricias románticas de su parte, a pesar de haber compartido fervientemente el lecho de esposos la noche anterior. —¿Qu