Nate
Llevaron a Lena a una de las habitaciones de una casa que teníamos en la ciudad.
Estábamos esperando a que despertara, y cada segundo que pasaba sentía como si una mano invisible apretara mi corazón con más fuerza. La ansiedad me consumía por dentro aunque por fuera intentaba mantener una fachada tranquila. Sabía que si perdía el control, no podría ayudar a Lena cuando más me necesitara.
Marco, Julián y Elías habían ido a patrullar la zona. Necesitábamos asegurarnos de que no hubiera más demonios o amenazas inmediatas.
Seraphina estaba recuperándose en otra habitación, su energía casi agotada después de curar mis heridas. Me sentía agradecido por su esfuerzo, pero eso no aliviaba el nudo en mi estómago. Lo que me dejaba solo con Ravenna en el comedor.
El ambiente estaba cargado de tensión, cada tic-tac del reloj en la pared parecía amplificar el silencio entre nosotros.
Ravenna se movía de un lado a otro, inquieta, su presencia siempre tan inquietante y desafiante. No podía sacudirme la sensación de que siempre había algo más detrás de su mirada, algo que no podía ver, pero que sabía que estaba ahí.
—¿Cuánto tiempo más crees que va a tardar en despertar? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era baja, pero el tono despectivo seguía presente.
—No lo sé, Ravenna —respondí, tratando de mantener la calma. La ira burbujeaba justo debajo de la superficie. No era el momento de explotar, no cuando Lena estaba luchando por recuperarse. Pero la preocupación y el miedo que sentía eran casi insoportables. —Ojalá lo supiera.
Ella se detuvo y me miró, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y algo más, algo oscuro.
—Sabes, todo esto es culpa tuya, Nate. Si no hubieras estado tan distraído, si hubieras protegido mejor a tu... preciosa Lena, no estaríamos en esta situación.
La acusación en sus palabras me hirió más de lo que quería admitir. Sabía que tenía razón en cierta medida, pero escucharla decirlo en voz alta solo aumentaba mi culpa. No obstante, no podía permitir que se viera mi debilidad. Tenía que ser fuerte, por Lena, por todos nosotros.
—No es momento para tus juegos, Ravenna —dije, mi voz firme aunque sentía el peso de mis propios errores. —Lo que importa ahora es que Lena se recupere y que todos estemos listos para lo que venga. Tenemos que estar unidos.
Ella se rió, un sonido que era todo menos alegre.
—¿Unidos? ¿De verdad crees que estamos unidos? Somos un grupo de individuos con objetivos propios. No te engañes, Nate. Cada uno de nosotros tiene sus propios demonios, y no me refiero solo a los que acabamos de matar.
—Ahora que lo mencionas, ¿qué mierda le mostraste a Lena? ¿Creíste que por engañarla con esa ilusión volvería corriendo contigo? —mis palabras salieron cargadas de la ira que sentía por ella. Mi control se estaba desmoronando con cada segundo que pasaba.
Ravenna entrecerró los ojos y me miró con un rencor que, si hubieran sido dagas, estaría muerto en este momento.
—Antes de ella, siempre venías a mí... —dijo entre dientes, cada palabra era un recordatorio venenoso de nuestro pasado.
—Eso se terminó, Ravenna —dije, mi voz apenas un susurro lleno de firmeza. —Aunque Lena quiera terminar conmigo después de que sepa toda la verdad.
Ella soltó una risa amarga, su burla clara en cada nota.
—¿Toda la verdad, Nate? ¿De verdad crees que puedes soportar las consecuencias?
—Sí, Ravenna —le respondí con frialdad, sintiendo el peso de mis decisiones caer sobre mí. —Es mi pareja y tiene que saberlo...
Ravenna se acercó, sus ojos brillando con una mezcla de ira y desafío.
—No tienes derecho a contarle todo. No todos son tus secretos, Nate. ¿Crees que Lena podrá manejarlo? ¿Crees que sobrevivirá sabiendo todo lo que hemos hecho?
La verdad en sus palabras me golpeó como un martillo. Sabía que tenía razón, pero Lena merecía saber la verdad, merecía tener la oportunidad de decidir por sí misma. No podía seguir manteniéndola en la oscuridad, no después de lo que había pasado. Miré a Ravenna, mi resolución inquebrantable.
—Tiene que saberlo —repetí, mi voz firme aunque mi corazón dudaba. —No voy a esconderle nada más.
Ravenna me observó en silencio durante un momento, luego su expresión se suavizó un poco, como si hubiera decidido que no valía la pena seguir peleando.
—Muy bien, Nate. Pero cuando todo se desmorone, no vengas a mí buscando consuelo.
—No lo haré —respondí con dureza.
Antes de que ella pudiera responder, el sonido de pasos ligeros me hizo girar la cabeza. Era Seraphina, que entraba al comedor con una expresión de tristeza en su rostro, aunque sus ojos mostraban señales de cansancio. Me levanté rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué pasa, Seraphina? ¿Está bien Lena? —pregunté con ansiedad, sintiendo un nudo en la garganta.
Ella asintió, pero su expresión seguía siendo grave.
—Sí, está bien por ahora. Pero... hay algo más. Ella no podrá usar su Arcano por un tiempo, lo que sea que hizo quemó sus vías de vinculación...
La noticia golpeó mi pecho como un martillazo. Lena, incapaz de usar su Arcano, de defenderse. Tenía que asegurarme de estar allí para ella, de protegerla de cualquier peligro que pudiera surgir.
—Seguirá siendo la inútil que conocemos hasta ahora, —escuché la voz de Ravenna y mi ira se encendió como una llama.
—¡Deja de ser tan inmadura! —le grité, mi voz resonando en la habitación con furia contenida.
Ravenna agachó la cabeza en silencio, sin atreverse a enfrentar mi mirada.
—Nate, ve con ella, —murmuró Seraphina, y asentí sin pensar mucho.
Cuando entré por la puerta de la habitación donde estaba Lena, ella ya estaba sentada en la cama, sus ojos llenos de angustia.
—Lena... —susurré, quedándome quieto en el umbral de la puerta, sin saber qué decir, o qué hacer.
—Nate, —sollozó ella, saltando de la cama para abrazarme, su cuerpo temblando con la emoción contenida.
Sin dudarlo, la estreché entre mis brazos. La abracé con fuerza, sintiendo su temblor en mis brazos mientras ella se aferraba a mí como si fuera su ancla en medio de la tormenta. Sus sollozos resonaban en la habitación, rompiendo el silencio con su dolor contenido.
—Estoy aquí, Lena. Estoy aquí para ti —murmuré, acariciando su cabello con suavidad, intentando transmitirle calma y seguridad con mi gesto.
Ella levantó la mirada hacia mí, sus ojos húmedos encontrando los míos. En ese instante, me pareció ver un destello de miedo y vulnerabilidad que me rompió el corazón.
—Lo siento, Nate —susurró ella, su voz quebrándose con la emoción.
—Shh, todo está bien, tú estás bien y es lo único que me importa —le dije, besando sus mejillas y saboreando sus lágrimas.
Ella intentó hablar de nuevo, pero los sollozos la ahogaban.
—Lo de ese chico... Demonio... Lo que fuera... —siguió llorando, su voz apenas un susurro.
El enojo y la furia que había sentido al verlos juntos en el callejón seguían ardiendo en mi interior. Y cuando finalmente lo destruí, hubo un retorcido placer en acabar con él.
—Yo lamento mucho lo que te hizo Ravenna, no sabía que te había engañado así... —susurré, buscando en sus ojos una señal de que me creía.
Lena me miró, sus ojos llenos de dolor y duda.
—Me siento estúpida por eso y creo... que no es la primera vez que lo hace...
Sentí la furia creciente en mi interior, un fuego que quemaba con intensidad. Ravenna había cruzado una línea que nunca debería haberse atrevido a cruzar. La promesa de proteger a Lena se hizo aún más fuerte dentro de mí.
—De una cosa estoy seguro, no volverá a ocurrir —le aseguré, mi voz cargada de determinación.
Lena suspiró, su cuerpo temblando ligeramente mientras procesaba mis palabras.
—Tengo miedo —susurró con su frente apoyada en mi pecho. Me tensé al escucharla, temiendo que otra vez dijera que me tenía miedo a mí. No sé si soportaría ese dolor, no esta noche.
—No tienes que temerme... —murmuré, dejando un beso en su cabeza.
Ella levantó la mirada rápidamente, sus ojos buscando los míos con urgencia.
—No, Nate, no te tengo miedo a ti —dijo, colocando una mano en mi mejilla, su toque suave y reconfortante.
Un alivio profundo me inundó al escuchar sus palabras.
—¿Entonces? —susurré, esperando su respuesta, temiendo y deseando al mismo tiempo saber qué la atormentaba.
—Tengo miedo al monstruo que puedo llegar a ser si te pierdo... —confesó, su voz apenas un susurro, cargada de una vulnerabilidad que pocas veces mostraba.
Mis brazos se apretaron más alrededor de ella, intentando ofrecerle toda la seguridad que podía.
—No vas a perderme, Lena. No voy a ninguna parte.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó, su voz temblando.
—Porque lucharé con cada fibra de mi ser para quedarme a tu lado —respondí, mi voz firme y cargada de sinceridad. —No hay nada en este mundo que no daría por estar contigo. Y no me mal entiendas, princesa, no soy un romántico. Soy un loco que está obsesionado contigo. No importa quién o qué intente separarnos, acabaré con cualquier amenaza que se interponga entre nosotros. No te dejaré jamás.