Capítulo 2

1072 Words
Lena Con un movimiento rápido y preciso, mientras su atención estaba completamente fijada en mis ojos, mis manos se movieron. No hacia el lugar que él esperaba, sino hacia su bolsillo, donde su cartera esperaba, pesada y llena. La magia era sutil, un susurro apenas perceptible en el mundo físico, pero poderoso en su efecto. Era el arte de tomar sin ser vista, de mover sin ser detectada. Cuando sus labios se curvaron en lo que él creía ser el preludio de una noche inolvidable, yo ya había obtenido lo que había venido a buscar. Me levanté, la cartera estaba discretamente asegurada entre las sombras. —Creo que ya encontré lo que buscaba, —dije, dándole una última mirada antes de alejarme, dejándolo con el deseo insatisfecho y una lección aprendida sobre subestimar a aquellos que parecen inofensivos. Mientras me abría paso entre la multitud, hacia la salida del bar, no pude evitar sonreír desplazando la cartera a mi bolsillo. Justo cuando estaba por de cruzar el umbral hacia la libertad, una sombra se cernió sobre mí, grande y amenazante. —Devuélvelo, —gruñó una voz que era más un rugido, resonando en el espacio confinado y atrayendo la atención de todos. El enorme hombre bloqueaba mi camino, su figura era como un muro, inamovible e intimidante. Con un gesto brusco, me señaló y luego al hombre en la barra, quien ahora me observaba con una sonrisa retorcida de triunfo en sus labios, disfrutando del espectáculo de mi captura. —¿Disculpe? —respondí, intentando inyectar una mezcla de confusión e inocencia en mi voz, mientras mis ojos buscaban desesperadamente una salida. —No sé de qué me habla. Pero mi actuación pareció inútil frente su determinación. Antes de que pudiera intentar otra excusa, sus manos, grandes como tenazas y sorprendentemente firmes, se cerraron sobre mi brazo, su agarre era como hierro, inquebrantable. Me arrastró sin esfuerzo de vuelta hacia la barra, cada paso aumentando mi sensación de pánico. La mirada del hombre de la barra se intensificó, sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y algo más oscuro, una promesa de castigo. Mi mente giraba frenéticamente, buscando una solución. Escapar era esencial, pero ¿cómo? La ciudad, con sus leyes estrictas y su intolerancia hacia la magia usada en actos delictivos, no ofrecía un refugio seguro. La pena por robo ya era una perspectiva horrible, meses de cárcel entre criminales y depravados. Pero si los brujos se enteraban que había empleado magia para mi pequeño truco... La sola idea era suficiente para helar mi sangre. El castigo sería inconmensurablemente peor. Los hombres comunes, en su mayoría, sabían de la existencia de los brujos, aunque fingían ignorarla por completo. Los brujos vivían entre ellos como ciudadanos normales: algunos ricos y poderosos, otros profesionales en diversas áreas, así como también estaban los criminales. No todos eran malos o peligrosos; muchos simplemente querían llevar una vida pacífica y discreta. Este equilibrio se sostenía gracias a un tratado ancestral, firmado hace siglos cuando los portales dimensionales se abrieron y los brujos llegaron a este mundo. El acuerdo garantizaba la coexistencia pacífica, pero también imponía estrictas reglas sobre el uso de la magia en la ciudad. Cualquier desviación de estas normas podía desencadenar consecuencias graves y, en el peor de los casos, exponer a los infractores a la ira de los brujos y sus poderes ocultos. La idea de enfrentar su furia era más aterradora que cualquier castigo que los gobernantes de la ciudad pudiera infligir. No, no me lo podía permitir. La amenaza de la cárcel pendía sobre mí como una espada de Damocles, y el mero pensamiento de lo que los brujos harían si descubrieran el uso de magia en el robo me llenaba de pavor. Al llegar a la barra, el hombre no perdió tiempo. —La cartera, —exigió, su voz dejando en claro que no estaba para juegos. El hombre a quien había intentado robar mantenía su sonrisa arrogante, disfrutando cada segundo de mi aparente derrota. —Realmente, no sé a qué se refiere, —insistí, intentando mantener la calma en mi voz, aunque podía sentir cómo la desesperación comenzaba a teñir mis palabras. —Solo estaba tomando un trago. El espacio era estrecho, lleno de gente; usar magia aquí podría ser demasiado obvio, y el riesgo de ser atrapada en el acto era alto. El hombre simplemente levantó una ceja, claramente no convencido. —No juegues conmigo, niña. Sé lo que tomaste. Devuélvelo ahora y quizás pueda olvidar esto. El hombre que me sostenía, y que ahora reconocía como su guardaespaldas me soltó bruscamente frente al hombre en la barra, sus ojos aún brillaban con la anticipación del que se sabe ganador. —¿Vas a devolverlo o necesitas que te ayude a buscarlo? —Su tono era burlón, disfrutando claramente del poder que tenía sobre mí en ese momento. Miré a mi alrededor buscando alguna salida, algún aliado, pero solo encontré rostros indiferentes o cautelosamente entretenidos por el drama. No tenía amigos aquí, ningún as en la manga que pudiera sacar en este momento crítico. Entonces, en un destello de inspiración nacido de la pura necesidad, supe lo que tenía que hacer. Con un suspiro resignado, alcé mis manos en un gesto de derrota. —Está bien. Solo... déjenme... —todos los ojos estaban puestos en mí mientras fingía buscar en mis bolsillos, el silencio colgaba pesadamente en el aire. En ese momento de distracción, con todos esperando mi siguiente movimiento, dejé caer sutilmente la cartera, cubriéndola con una ilusión y la pateé discretamente hacia la oscuridad debajo de la barra. Luego, mostré mis manos vacías con una expresión confundida. —Parece que se equivocaron. —sonreí con picardía —No tengo nada. El hombre en la barra frunció el ceño, claramente no esperaba eso. El guardaespaldas, aunque dudoso, comenzó a buscar en el suelo, dando por hecho que había caído. Aprovechando su confusión, retrocedí lentamente, buscando mantener la calma. —Los disculpo por el malentendido, —dije guiñando un ojo, esperando que mi voz no delatara del todo la adrenalina que me recorría. En el momento en que sus ojos dejaron de vigilarme para concentrarse en la búsqueda, supe que era mi única oportunidad. Me di la vuelta y corrí hacia la salida del bar, mi corazón golpeando con fuerza contra mi pecho, cada latido era un recordatorio de lo cerca que había estado de perderlo todo.
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