Capítulo 19

1719 Words
Lena Abrí los ojos lentamente, parpadeando contra la luz suave que llenaba la habitación. La sensación de estar perdida en un sueño extraño aún pesaba sobre mí. Mis músculos estaban tensos, y el dolor en mis costillas me recordaba el entrenamiento con Nate. Al intentar moverme, un suspiro de alivio me hizo girar la cabeza. Elias estaba sentado al lado de mi cama, su expresión de preocupación grabada en su rostro. Al verme despertar, sus ojos se iluminaron con una mezcla de alivio y algo que no pude identificar del todo. —Lena —dijo suavemente, acercándose más, —me tenías muy preocupado. Me incorporé lentamente, los músculos aún resentidos por el esfuerzo. La enfermería estaba tranquila, el único sonido era el suave zumbido de los encantamientos de curación que flotaban en el aire. Me senté en la cama, y Elias se acercó, colocándose frente a mí. Tomó mi rostro entre sus manos con una delicadeza que me sorprendió. —Por favor, Lena —dijo, sus ojos reflejando una preocupación profunda, —no te pongas en tanto peligro por intentar vincularte con tu Arcano. Sé que es importante para ti, pero no vale la pena arriesgar tu vida de esta manera. —Elias, yo... —comencé, pero él me interrumpió suavemente. —Escucha, yo te ayudaré a controlar la conexión —dijo con determinación. —No tienes que hacerlo sola. Una aclaración de garganta hizo que Elias se separara de mí de forma abrupta. —Llegan tarde a clase, —dijo Nate, sus ojos eran dos brasas de fuego ardiente. —Vamos. Elias volvió a acercarse a mí, tomando mi rostro entre sus manos otra vez, me dio un beso en la mejilla, su gesto lleno de calidez mientras acariciaba con cariño mis mejillas, antes de darse la vuelta e irse por la puerta donde Nate controlaba todo con ojos de halcón. Me levanté con cuidado, sintiendo mis piernas aún un poco temblorosas. Al sentirme lo suficientemente estable, me encaminé hacia la puerta. Al pasar al lado de Nate, él se paró frente a mi como una pared, deteniendo mi avance bruscamente. Su mano se dirigió a mi mejilla, y con un gesto inesperadamente rudo, frotó su pulgar con fuerza donde Elias me había besado. —¿Qué... qué estás haciendo? —balbuceé, confundida y algo molesta por su intromisión. —Asegurándome de que no olvides quién está realmente a cargo aquí —respondió Nate, que se había inclinado para hablarme a milímetros de mis labios, su voz baja y llena de una intensidad que me dejó sin aliento. Sus ojos me sostuvieron cautivos por un momento más antes de que finalmente bajara la mano y diera un paso atrás. —Vamos, —dijo, su tono imperativo. —No querrás llegar tarde a clase. Tomé una profunda respiración, tratando de recomponerme. Con un último vistazo a Nate, salí de la enfermería, mi mente aún revuelta por la mezcla de emociones que sus gestos y palabras habían desatado. —Buenos días, clase —dijo con una voz que era a la vez suave y firme. —Hoy tenemos una actividad especial. Pero antes de empezar, quiero dar la bienvenida a nuestra nueva estudiante, Lena. Los ojos de todos se volvieron hacia mí. Sentí un calor subir a mis mejillas, pero mantuve la mirada firme. —He escuchado mucho sobre ti, Lena —continuó, sus ojos fijos en los míos. —Espero que estés lista para el desafío. Asentí, aunque no estaba completamente segura de a qué desafío se refería. —Hoy nos adentraremos en el bosque —anunció, volviendo su atención al resto de la clase. —En cada rincón de este lugar, los elementos están vivos y vibrantes. Su tarea será encontrar un punto de convergencia elemental y armonizar con él. —Profesora DuLac, ¿qué exactamente significa 'armonizar' con un punto de convergencia elemental? —pregunté, con la ceja arqueada en duda. —Significa que deberán sentir la energía de los elementos en ese lugar y aprender a equilibrar su propia energía con la del entorno —explicó ella. —Cada uno de ustedes tiene una afinidad natural con, por lo menos, un elemento, pero aquí deberán aprender a trabajar con todos ellos. Es una prueba de control, percepción y, sobre todo, respeto hacia la naturaleza y sus compañeros. Nos dividió en grupos pequeños, asegurándose de que cada grupo tuviera una mezcla de afinidades elementales. A mí me emparejaron con tres compañeros, cada uno con una afinidad diferente: fuego, tierra y aire. Nuestra tarea era encontrar un lugar donde los elementos se encontraran y trabajar juntos para sincronizarnos con su flujo. Mis compañeros, dos chicas más y un chico, eran de diferentes grupos de brujos. La chica de cabello corto y blanco, vestida de verde, pertenecía a los Brujos Elementales. Su mirada tranquila y concentrada sugería una conexión profunda con la naturaleza. La otra chica, vestida de rojo, tenía el cabello oscuro y ondulado que caía sobre sus hombros. Si bien era una bruja de conjuración, la había visto rondar por la casa y estaba segura de que era amiga de Ravenna, por las miradas mortíferas que me lanzaba. Sus ojos azules mostraban el fastidio de tener que estar conmigo en esta actividad. El chico, vestido de violeta y un brujo de ilusiones, parecía más interesado en obtener mi número que en la tarea que teníamos por delante. Su sonrisa coqueta y sus constantes intentos de iniciar una conversación eran evidentes. Caminamos por el bosque en un silencio tenso, solo roto por los crujidos de las hojas bajo nuestros pies y los murmullos lejanos de los otros grupos. El aire estaba cargado de humedad y la frescura del follaje nos envolvía, creando una sensación de aislamiento del mundo exterior. Cada paso nos adentraba más en la espesura, hasta que finalmente llegamos a un claro donde un pequeño arroyo serpenteaba perezosamente. A un lado del arroyo, un montículo de tierra se elevaba, cubierto de hierba verde y flores silvestres. A la sombra de los árboles, el viento susurraba suavemente, creando una danza de hojas y ramas. —Parece que este es el lugar, —dije, intentando romper el silencio y la tensión. La chica de cabello blanco asintió, su expresión serena mientras observaba el entorno. —Sí, podemos sentir la presencia de todos los elementos aquí. El agua del arroyo, la tierra del montículo, y el viento que se mueve entre los árboles, podríamos crear una pequeña fogata allí... —Su voz era suave, pero segura. La chica vestida de rojo bufó, cruzándose de brazos. —Genial. Ahora tenemos que sincronizarnos. ¿Alguna idea brillante, Lena? —Su tono sarcástico no pasó desapercibido. El chico de violeta se encogió de hombros, todavía con una sonrisa en su rostro. —Bueno, empecemos por lo básico. Cada uno de nosotros debe conectarse con su elemento y luego intentar armonizarlos. Nos sentamos en un círculo, cada uno enfocándose en su propio elemento. Cerré los ojos y traté de sentir el flujo de mi elemento alrededor. El murmullo del arroyo era como una canción suave, el susurro del viento me acariciaba la piel, y el calor de la tierra debajo de mí me anclaba en el presente. Podía sentir la energía de mis compañeros fluyendo en nuestro espacio, creando un tejido de poder elemental. La chica de cabello blanco levantó las manos, dejando que una corriente de aire pasara entre sus dedos. —Sientan la conexión, —murmuró, casi como un mantra. La chica vestida de rojo dejó escapar un suspiro de frustración, pero cerró los ojos y comenzó a concentrarse. Podía ver el ligero brillo de calor emanando de su cuerpo, indicando su afinidad con el fuego. El chico de violeta, por su parte, colocó una mano en el suelo, y la tierra alrededor de él pareció responder a su toque, vibrando con energía. Sentí cómo el calor del fuego de la chica vestida de rojo se mezclaba con la frescura del viento, cómo la estabilidad de la tierra aportaba equilibrio y el agua armonizaba con los demás elementos. Poco a poco, comenzamos a encontrar un ritmo, un flujo que unía nuestras energías. Pero no fue fácil. Cada vez que parecía que lo estábamos logrando, surgía alguna distracción. La chica de rojo soltaba comentarios mordaces, claramente molesta por tener que trabajar conmigo. El chico de violeta no dejaba de lanzar miradas coquetas en mi dirección, lo que hacía difícil mantener la concentración. —Esto es inútil, —gruñó la chica de rojo, sus ojos azules lanzando dagas en mi dirección. —No sé por qué tenemos que trabajar con ella. No sabe ni lo básico. —Déjala en paz, —dijo la chica de cabello blanco, intentando mediar. —Estamos aquí para aprender a manejar esto juntos. —Sí, claro, —replicó la otra, su tono goteando sarcasmo. —Veamos cómo maneja esto. Antes de que pudiera reaccionar, lanzó una pequeña bola de fuego en mi dirección. Instintivamente, levanté las manos para protegerme, pero el fuego me alcanzó, quemándome el brazo. —¡Ah! —grité, el dolor agudo recorriéndome. El chico de violeta se acercó rápidamente, su rostro lleno de preocupación. —¿Estás bien? La chica de rojo se rió, una risa cruel que resonó en el claro. —Parece que no sabes autocuración, ¿verdad? ¡Qué sorpresa! La chica de cabello blanco se acercó también, su expresión seria. —Tenemos que llevarla a la enfermería. Ahora. Me ayudaron a levantarme, el dolor aún intenso en mi brazo. Caminamos de regreso al campus, el camino de vuelta pareciendo mucho más largo y tortuoso que antes. Cada paso era una agonía, no solo por el dolor físico, sino también por la humillación y el sentimiento de impotencia. Llegamos a la enfermería, y la profesora DuLac nos alcanzó, mirándonos con una mezcla de preocupación y desaprobación. —¿Qué ha pasado aquí? La chica de cabello blanco explicó la situación brevemente, omitiendo los detalles más incriminatorios para la chica de rojo. La profesora me examinó rápidamente, sus manos expertas trabajando para curar la quemadura. —Esto no debería haber pasado, —dijo, su voz firme. —Necesitamos trabajar en nuestro control y en nuestro respeto mutuo. Lena, te recuperarás pronto, pero necesitamos asegurarnos de que algo así no vuelva a ocurrir.
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