Lena
Una energía, un calor abrumador comenzó a calentar mi piel, sentía un aura a mi alrededor que me abrazaba y oprimía mi pecho.
Era como si mi propio cuerpo estuviera en llamas, cada fibra de mi ser ardiendo con una intensidad que no podía controlar. El sudor perlaba mi frente, resbalando por mis mejillas mientras mi visión se nublaba ligeramente por el esfuerzo y el dolor.
Ataqué a Nate tomando la iniciativa mientras él esperaba a que me recuperara de la última caída. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y algo que no podía identificar, un destello de admiración quizás.
Logró esquivarme moviéndose a mi derecha, su agilidad desbordante, y golpeándome las costillas con su codo en un movimiento preciso y certero. El dolor me dejó sin aliento, una explosión de agonía que recorrió mi costado, pero no me detuvo.
Con un gruñido, lancé un puñetazo hacia él, pero Nate lo desvió con facilidad, atrapando mi muñeca y torciéndola ligeramente para desequilibrarme. Aproveché el momento para intentar una patada lateral, pero él la bloqueó, su fuerza y precisión me sobrepasaban en cada movimiento.
Nos llevó a ambos al suelo, su cuerpo firme y seguro sobre el mío, sus manos firmemente sujetando mis muñecas sobre mi cabeza. La electricidad se movía de cuerpo a cuerpo en cada punto de contacto.
—Vamos, Lena, ¿es todo lo que tienes? —susurró en mi oído, su aliento caliente y provocador enviando escalofríos por mi columna vertebral. —Pensé que serías más dura.
Sus palabras me enfurecieron, una chispa de rabia que se encendió en mi interior. Me retorcí bajo su peso, tratando de liberarme, pero él era demasiado fuerte. Nate se levantó, permitiéndome incorporarme, solo para derribarme nuevamente con un barrido de su pierna.
—Tienes que hacerlo mejor que eso, Lena —dijo otra vez, su tono burlón mientras me observaba desde arriba, su cuerpo relajado pero preparado.
Finalmente, logré una patada que lo hizo retroceder un poco, pero su reacción fue rápida, atrapando mi pierna y derribándome una vez más. Cayó sobre mí, su peso aplastante y su rostro peligrosamente cerca del mío.
—¿Te rindes? —murmuró, sus labios a unos centímetros de los míos curvándose en una sonrisa.
El calor que sentía se volvió insoportable, mi cuerpo temblando con una fiebre que parecía venir desde dentro. Nate debió notarlo porque, por un instante, la preocupación destelló en sus ojos.
—Lena, estás demasiado caliente, esto no es normal —dijo, su tono serio y preocupado, sus manos aflojando su agarre.
Ignoré su preocupación y me levanté una última vez, mi cuerpo tambaleándose mientras mis ojos apenas se mantenían abiertos. Mi respiración era un jadeo entrecortado, cada inhalación un esfuerzo titánico. Miré a Nate, mis ojos ardiendo con una determinación que no podía abandonar.
—No... me... rendiré —murmuré, mi voz apenas un susurro antes de que mis piernas cedieran y todo se volviera n***o poco a poco.
Caí en la colchoneta, mi cuerpo finalmente sucumbiendo a la extenuación y al calor insoportable que había estado ardiendo dentro de mí.
Antes de perder la conciencia, sentí los brazos de Nate rodeándome, su voz llamándome desde algún lugar lejano.
—¡Lena! —gritó, su tono desesperado y lleno de una preocupación genuina que no había escuchado antes.
La última imagen que capté fue su rostro, una mezcla de angustia y culpa, mientras me sostenía en sus brazos, el sudor perlado en su frente y su mandíbula apretada. Luego, todo se desvaneció en una oscuridad profunda y silenciosa, llevándome con ella.
***
La oscuridad me envolvía por completo. No había ni un solo rastro de luz, solo una vasta extensión de sombras que parecían infinitas. Caminé a ciegas, mis pasos resonando en el vacío, el eco de mi propia presencia era la única compañía en este mundo sombrío.
De repente, sentí un cambio en el aire. Un susurro de movimiento, un ruido suave que rompió el silencio. Me quedé inmóvil, mis sentidos alerta. De la negrura, surgió una figura majestuosa: un león de ojos brillantes y pelaje dorado, resplandeciendo con un brillo etéreo que contrastaba con la oscuridad que nos rodeaba.
El león se acercó lentamente, sus pasos seguros y poderosos, cada uno haciendo vibrar el suelo bajo mis pies. Su presencia era imponente, irradiando una fuerza y una dignidad que me dejaban sin aliento.
Se detuvo a unos pasos de mí, sus ojos fijos en los míos. Pude sentir su respiración cálida y rítmica, su aliento mezclado con un ligero aroma a tierra y naturaleza.
Mi corazón latía con fuerza, una mezcla de miedo y asombro. Me dije a mí misma que debía ser un sueño, que todo esto era una creación de mi mente.
"No te muevas", me repetí internamente, tratando de mantener la calma. "Es solo un sueño, Lena. Solo un sueño."
—No es un sueño —la voz de una mujer, suave pero firme, resonó a mi alrededor, proveniente de todas partes y de ninguna en particular.
Mi corazón se aceleró aún más. El león me olfateó, su enorme cabeza moviéndose cerca de mi rostro, sus ojos aún fijos en los míos. Me quedé inmóvil, mi respiración contenida, esperando a ver qué sucedía.
—Estás en otro plano —continuó la voz —uno de los tantos que aún no conoces.
La figura de una mujer emergió de la oscuridad, su presencia luminosa y serena. Vestía una armadura que parecía hecha de luz y sombras entrelazadas, y sus ojos brillaban con una sabiduría antigua. Caminó hacia mí con una gracia que desafiaba la gravedad, sus pies apenas tocando el suelo.
—Soy La Fuerza —se presentó, su voz calmada y tranquilizadora.
El león se sentó a su lado, aún observándome con sus ojos penetrantes. Sentí que la presión en mi pecho disminuía ligeramente, pero la confusión aún reinaba en mi mente.
—Lamento lo que te ha ocurrido, Lena —dijo, su voz cargada de una empatía sincera. —La fiebre y el malestar que experimentaste fueron consecuencia de mi intento de vincularme contigo. Tu cuerpo no está preparado para soportar tanto poder.
Traté de procesar sus palabras, de comprender la magnitud de lo que me estaba diciendo. El león, La Fuerza, mi propio cuerpo fallando bajo el peso de un poder inmenso...
—¿Entonces, qué sucederá ahora? —pregunté, mi voz temblorosa pero determinada.
La arcana me miró con una expresión de compasión y determinación.
—Tendrás que aprender a canalizar y fortalecer tu vínculo con los Arcanos —explicó. —Esto es solo el comienzo de tu viaje.
La Fuerza me observó con una mezcla de intensidad y serenidad, su figura luminosa contrastando con la oscuridad del plano en el que nos encontrábamos. El león a su lado permanecía en silencio, su presencia tan poderosa y tranquilizadora como la de la mujer.
—Lena —dijo, su voz resonando con autoridad —debes buscar el Libro Prohibido de los Arcanos. Allí encontrarás todo lo que necesitas saber para estar lista cuando llegue el momento.
—¿Dónde puedo encontrar ese libro? ¿Por qué está prohibido? —comencé a preguntar, pero La Fuerza levantó una mano, pidiéndome silencio.
—No hay tiempo para preguntas ahora, Lena —dijo, su tono inapelable su mirada atendiendo todo a nuestro alrededor. —Ellos te están reclamando, y debes prepararte. Recuerda esto: no confíes en todos los que parecen estar de tu lado. La verdadera lealtad se revela en los momentos de mayor oscuridad.
Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de una gravedad que me llenó de inquietud.
Antes de que pudiera responder, su figura comenzó a desvanecerse, la luz que la envolvía disipándose en la oscuridad.
—Confía en ti misma, Lena. El poder está dentro de ti —fue lo último que dijo antes de desaparecer por completo, dejándome sola en la vastedad de la oscuridad.
Me quedé ahí, en silencio, sintiendo el vacío que había dejado su partida.
Finalmente, todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse, y sentí que era literalmente arrastrada de regreso al mundo real. La oscuridad se disipó, y el peso de la realidad volvió a caer sobre mí.
Abrí los ojos, encontrándome en mi cama, el sudor frío pegado a mi piel y mi respiración agitada.
Ahora tenía una misión clara y una advertencia que no podía ignorar. Estaba decidida a encontrar el Libro Prohibido de los Arcanos y a descubrir la verdad sobre mi vínculo con ellos, por más peligrosa que esa verdad pudiera ser.