“Cuando se está en medio de las adversidades ya es tarde para ser cauto.”
Séneca.
Alexander Sotto disfrutaba hacer aquello, envase de aerosol verde en mano y su mente con alas teñidas de imaginación que le llevaban a expresar mediante la poesía todo su desacuerdo hacia el gobierno actual de su país.
Estamos atascados en las fauces del mismo demonio
Que con garganta ardiente nos relata falsas historias
Dándonos de comer con sabor a fango la lava roja
Tragándose nuestra esperanza, borrándonos las estrellas
Dibujó aquello en una de las blancas y extensas paredes de la alcaldía de la ciudad. Sonrió traviesamente. A pesar de sus veintitrés años de edad aún tenía la inclinación adolescente de meterse en líos, cabe decir que más que todo era una etapa infantil no quemada. Este era un realista y sarcástico joven que pasaba brincando de problema en problema con las autoridades locales por estar de valiente artista, pintando sus mensajes que a cualquier partidario del gobierno le caía como zumo de limón y sal en los ojos.
Alexander se veía como un joven Tumblr: franela bajo una desabotonada camisa de cuadros, pantalón de mezclilla, un tanto ajustado a su figura y tenis converse. Su teñida cabellera lacia de un plateado blanquecino bajo su gorro de pasamontañas le hacía parecer más un niño que una persona de 23 años de edad.
Poca era la atención que le prestaba en ese momento al mitin que ocasionaba el presidente a través de una pantalla, más útil le era plasmar su sello en cada pared despejada que se encontraba, de modo que mientras los adoradores se empeñaban en celebrar el presente gobierno aún con las tripas tronando, él hacía una obra social exponiendo arte muy deliberadamente a la vista de todos en aquella plaza.
Alexander era otro de los tantos jóvenes que habían renunciado a los estudios universitarios. Y, a pesar de no tener hijos ni alguna otra obligación, tenía sobre sus hombros la responsabilidad de cargar con la mayor parte financiera del hogar en el cual vivía. Hacer tatuajes y dibujos virtuales era un empleo que a la larga sólo daba para comer, algo para una familia en la que sólo uno era el que tenía fuentes de ingresos económicos. Su padre estaba ausente y su madre estaba enferma la mayoría del tiempo, razón por la cual era preferible que no hiciera tanto esfuerzo físico y sus dos hermanas menores, unas gemelas con bastante parecido a él se dedicaban a ir a la primaria cada día.
Alexander miró el escrito en la pared y sonrió. Entonces giró la cabeza un poco, visualizando y detallando el auto de alta gama que se situaba frente a la entrada de la alcaldía con el motor apagado. Era blanco de costosos neumáticos e impecables vidrios ahumados, el automóvil de la alcaldesa (partidaria del mismo gobierno). Alexander arrugó el entrecejo imaginando que, mientras él tenía que ingeniárselas para mantener a la familia, ella y la suya estaban bastante abastecidos y estudiando en el colegio más prestigioso de la ciudad con dinero robado.
Caminó a pasos decididos hacia el Ford Explorer Limited y después de agitar el frasco en su mano derecha se dispuso a escribir sobre el inmaculado capó: “¡Tenemos hambre!”
—Hey tú —un guardia que vigilaba la puerta de la alcaldía y que hasta ahora no había reparado en la presencia del poeta y su mensaje en unas de las paredes laterales, le hizo un llamado de atención— ¿Qué crees que haces?
En ese instante otro guardia más se acercó desde alguna parte y le asestó un golpe en el abdomen, por supuesto Alexander sintió aquello como una teletransportación directo al infierno con retorno al cabo de unos segundos.
—¡Opositor de mierda! —gruñó uno de los guardias antes de escupirle la cara al joven.
El guardia vigilante, viendo esto procedió a esposarlo para trasladarlo al calabozo del comando policial de la ciudad Puerto Libertad.
—Gusanos de acueducto —pronunció Alexander con las manos atadas por detrás aún con la sensación de estar a punto de botar el hígado por la boca—. Es hilarante ver como ustedes son manejados igual que perros hambrientos obedeciendo a ciegas únicamente para que les arrojen la mitad de un trozo de pan sobrado. ¿Qué diferencia hay entre un sucio delincuente y ustedes, eh? —el que lo esposó lo empujaba a trompicones hacia una patrulla mientras el otro amenazaba con tumbarle los dientes si no se callaba, pero Alexander era demasiado atrevido, bastante despierto y capaz—. La diferencia es que ustedes, miserables escorias, son deshecho biológico forrados con uniforme.
De un empujón lo hicieron aterrizar en el interior del cubículo trasero de la patrulla Toyota modelo Land Cruiser y rodaron hacia el comando policial.
* * *
Salomé tenía tanta rabia e impotencia que prefirió abandonar el lugar antes que seguir escuchando las cínicas mentiras del mandatario nacional. El rostro de aquel gordiflón la hacía anhelar ser parte de una conspiración en la cual lo atraparan para luego dejarlo morir de inanición.
Caminó por una de las calles rumbo a casa, sin nada en las manos qué llevar a sus padres, así que desalentada miró a los lados, deteniéndose en un lugar más despejado y tranquilo, vigilando no estar en peligro para sacar su celular móvil y consultar la hora.
—Dame el teléfono —pidió esa voz que le advirtió peligro.
Entonces, con vértigo giró lentamente sobre sus pies para después ver el sujeto que le apuntaba con una pistola. Se miraron a los ojos y el maleante repitió:
—Dame el teléfono.