02.

2328 Words
Hunter. Saber que Mia está en casa me tiene algo inquieto. La última vez que la vi, las cosas no salieron muy bien que digamos y aunque ha ido a rehabilitación durante años, no veo ninguna mejoría en ella. Todos en casa esperábamos que mejorara, pero se nota a leguas que todavía está batallando con sus demonios internos. Mamá me asegura que no ha vuelto a drogarse, según lo que le dijo mi tía, sin embargo sigue estando esa negativa a dejarla sola en casa. —Creo que de ser mi hija, yo también me quedaría—comenta mamá, mientras continúa cocinando. —No debe de ser fácil tener que pasar por eso. Dejo el vaso de agua sobre la encimera. —Supongo que no. Digo, todos vimos lo que pasó, pero nunca es tarde para darle otra oportunidad. Terry, mi esposa, me observa con una ceja en alto. —¿Una oportunidad más para hacerte daño? No, gracias. Esa chica está loca, tiene que salir de aquí lo antes posible o sino nosotros tendremos que huir. No quiero que te haga daño. Papá inhala profundo. Desde mi posición veo que aprieta con su mano el control remoto y es que le molesta cada cosa que dice mi esposa, pues no tiene consideración antes de abrir la boca. —Es un asunto que no nos incumbe—dice él. —¿No? Casi asesinó a su hijo, suegro. Es claro que es una amenaza, además... Papá se pone de pie, lo cual termina por completo la oración o intención de Terry de continuar criticando a la niña de la casa. Mia, desde el momento en que llegó a este mundo, fue un obsequio, para todos. Papá ama a esa chica como si fuera suya, tiene adoración por su sobrina y detesta a mi esposa así que es demasiado sencillo saber hacia qué lado va a tirar. —Iré al granero. Avisen cuando esté lista la comida—comenta al pasar, hasta salir por la puerta. No es hasta que pasan segundos, cuando Terry se voltea hacia mí. —¿Dije algo mal? —Como siempre—aseguro—Te dije miles de veces que no te metieras con la familia pero no entiendes. Tengo que hablar con mi tío, nos veremos para el almuerzo. Hago ademán de caminar hacia la puerta cuando siento que me toma del brazo. Inhalo profundo, sentir que me toca me provoca tantas cosas a la vez, que termino necesitando de varios segundos para recomponerme. Quisiera que todas esas cosas fueran buenas, pero es todo lo contrario. Llevo casado una década con esta mujer. Una historia que comenzó siendo algo básico, ni siquiera formal, y terminó convertido en un matrimonio forzado que con el tiempo se volvió real. Tan real que el pensar en terminarlo me provoca ansiedad. Es una situación difícil. Si bien al principio las cosas fueron difíciles, con el tiempo comencé a quererla, a quererla tanto que deseo muy en lo profundo de mi ser, que las cosas entre nosotros funcionen, pero sé que no será así pues no está dispuesta a cambiar y yo no estoy dispuesto a dejar el pasado atrás. —¿Quieres algo? Se posa frente a mí, enseñando esos ojos verdes que tanto drama trajeron a mi vida. Si la miro desde esta posición incluso parece inocente, indefensa, cuando en realidad es todo lo contrario. —¿No vas a darme un beso, cariño? Trago grueso. Su rostro se acerca a mí, sus labios rozan los míos despertando un poco de sentimientos, algo parecido a lo que siento cuando saludo a alguien a quien no he visto en años. Algo diminuto. Finalmente se aleja, sonriendo porque acaba de ganar de nuevo pues hace días le aseguré que nunca más dejaría que me besara. Siempre pierdo con ella, pues me da tantas vueltas, me enloquece tanto que creo que es por eso que todavía no he sido capaz de pedir el divorcio. Paso de largo, salgo de la casa hacia el jardín y luego atravieso los metros que nos separan de casa de mis tíos hasta llegar a su entrada. Con el pasar de los años, esto se ha convertido en algo mucho más grande de lo que solía ser puesto que tanto mi padre como mis tíos, compraron a lo largo de los años, las propiedades aledañas, agrandando aún más el patrimonio familiar. Mis padres ahora se retiraron, todo quedó en mis manos y prontamente mis tíos lo harán también así que necesito buscar a alguien para que me coopere, dado que solo es casi imposible hacerse cargo de tan grande terreno. Por eso es la reunión de hoy tan importante, hablaremos sobre el futuro del rancho. Apenas ingreso a la sala, el olor a galletas inunda mis fosas nasales. El olor exquisito del chocolate es lo que me tienta a desviarme de camino. A medida en que me acerco el olor se vuelve más y más potente. El aroma me recuerda a mi infancia, y no sé por qué Mia viene a mi mente, como si fuera un referente de aquella época tan hermosa. —¿Puedo tener unas? —pregunto, antes de entrar. Esperaba que fuera mi tía quien estuviera horneando, pero son esos ojos azules tan profundos los que me detienen en el umbral. Mia está cubierta de harina y pasta de galletas, tiene el cabello mal recogido en un moño y la blusa que trae le va tan corta que enseña su abdomen el cual apenas se está recuperando pues ya no le veo tanto las costillas como el día en que se fue de aquí para rehabilitación. —Hola—saluda con una sonrisa tímida. Casi de forma instintiva, me acerco a ella. Observo el desastre que armó, todo lo que hay en el suelo y sé que no lo limpiará ella, apenas y puede cocinar, lo que me saca una sonrisa porque es como si una niña hubiera preparado todo. —No te burles—amenaza, antes de siquiera decir una palabra—Llevo años sin estar en la cocina y es prácticamente nuevo para mí. Alzo ambas manos al aire. —No iba a decir nada—miento—¿Están listas? El aroma es exquisito. Mi halago le hace brillar los ojos, como si tuviera dos zafiros en su lugar. Hermoso. —No, todavía no. ¿Vienes a ver a papá? —Sí, ¿Cómo lo supiste? Rueda los ojos. —Está esperándote en el despacho—comenta, volviéndose hacia el horno. Me crié junto a esta chica, de hecho hemos sido más que simples vecinos y la conozco tan bien que me sé de memoria sus tácticas previas a pedir algo. Como ahora, que se hace la de buscar algo o estar ocupada en otra cosa cuando en realidad, tiene su pedido en la punta de la lengua. Me apoyo en la encimera de la cocina, cruzando los brazos sobre mi pecho. —¿Vas a decirme qué quieres o tendré que adivinar? Hace un puchero volviéndose hacia mí. No sé por qué ese simple gesto me deja perplejo, como si mi propia esposa no hiciera lo mismo o como si no hubiera visto a más mujeres hacer ese gesto, sin embargo, esta reacción de confusión solo me la ha provocado ella. —¿Podrías abogar por mí ahí dentro? Junta las manos como si estuviera haciendo una plegaria. —¿Qué quieres? —Papá se niega a ir en el crucero con tus padres. Llevan dos años asegurándose de que mejore, que pueda valerme por mí misma y créeme que estoy lista para hacerlo, pero no quiero que se pierdan su primer viaje de retiro. Suelto un suspiro. —¿Qué quieres que le diga? ¿Qué me haré responsable de ti hasta que regresen? —bromeo. Ruedo los ojos esperando a que ella responda, pero como no lo hace, la miro. —Fue una broma ¿Sabías? El que se quede callada me hace maldecirme por haber dicho tal estupidez. Por primera vez en años tendremos la casa para nosotros solos, mi esposa y yo podremos reconectar, quizás incluso hablar de divorcio o de continuar, no lo sé, pero estaba esperando este momento y no precisamente para hacer de niñera. —Mia, no puedo decirle eso. No puedo asegurar que vas a estar bien si... —¡Te prometo que seré una buena chica! —asegura, como si fuera una adolescente. —Me portaré bien y haré lo que me pidas, pero por favor, convéncelo para ir. No lo pienso demasiado. —Veré qué puedo hacer pero no te aseguro nada—digo, enderezándome. —Guárdame algunas, vendré a buscarlas luego. Ella sonríe. —Claro, lo haré. Salgo de la cocina yendo ahora sí, al despacho de mi tío. Conozco esta casa como si fuera la mía, me crié aquí junto a mis primos y nada a cambiado a lo largo de los años, más que la decoración, por eso me muevo con facilidad. Cuando llego, golpeo dos veces la puerta hasta que siento que me da permiso. —Hola tío—saludo al entrar. —Hola, muchacho. ¿Estás listo para hablar de negocios? Estrecho su mano cuando me acerco, para luego tomar asiento frente a él, del otro lado del escritorio. —Sí, claro que sí. —Bien, en una semana se llevará a cabo una venta de ganado en Stevensville. Son mínimo seis horas de viaje en coche y tendremos que llevar los tráilers por si acaso. Quiero salir en la madrugada, ser de los primeros—me tiende una carpeta con información. —Nos hospedaremos un poco lejos de la ciudad porque no quiero que sepan que iremos. Siempre guardan a los mejores para sus amigos así que quiero sorprenderlos esta vez. Me río porque tiene razón. Cada vez que intentamos comprar ganado en otro condado, tenemos que ir casi a hurtadillas para que no se corra la voz de que el rancho de Montana está en el pueblo. De no ser así, quieren cobrarnos más del doble por cada animal. —¿Habrá rodeo? Me sonríe en complicidad, pues sabe que adoro los rodeos, más cuando hay dinero implicado. —Serán dos noches seguidas de competición pero si quieres, nos podemos regresar antes. Hago una mueca de disgusto. —Claro que no, iremos a todos los eventos. Entonces recuerdo la mirada de su hija y la promesa que me hizo hacerle. Mi mente no tarda más de cinco segundos en comprender que quizás este sea el momento oportuno para hacerle ver que de hecho, está recuperada o al menos que puede valerse por sí misma durante algunas semanas. Carraspeo, levantando la mirada. —¿Algo qué decir? Suelto un suspiro. —Hablé con Mia en la cocina—apenas la menciono, cae sobre su silla—Dijo que... —Que interfirieras para que vayamos a ese retiro—termina por mí. —No lo intentes, porque no va a pasar. Me río. —Solo quiere una oportunidad para demostrar que está mejorando. Alza una ceja. —¿Y crees que dejándola sola durante semanas enteras es buena idea? Acaba de regresar de rehabilitación. La conozco mejor que nadie y conozco su manipulación. No quiero sonar duro, pero es así. Mia necesita de cuidados, que alguien... —Sé a lo que se refiere—le corto—Y quizás dejarla sola le moleste porque no sabe cómo va a reaccionar pero ¿Qué tal si le da una oportunidad para demostrar que está vez sí será diferente? Frunce el ceño. —¿Qué propones? —Permítale hacer este viaje conmigo. Abre los ojos sorprendidos. —¿Piensas llevar a Mia al rodeo? Hijo, es una princesa, jamás se ensuciaría las manos con este trabajo. Bien sabes que hacerse cargo del rancho implica suciedad, estar entre la mierda de los animales, las mierdas de personas que hay en el mercado y sin sonar machista, la harán a un lado por ser mujer. —Ambos lo sabemos, pero tiene que darle una oportunidad—recalco—Mia siempre ha tenido más afinación por este lugar que cualquiera de los otros. Se hacía cargo de los establos, limpiaba mierda antes de ir a la universidad, claro que sin dejar sus esmaltes de lado, pero lo hacía. Entiendo que está pasando por una mala situación pero si no le da una oportunidad, jamás podrá dejarla sola, ni siquiera para salir a cenar. Mi tío se la piensa demasiado. Está con el ceño fruncido, preocupado de todo lo que dije, pero sé que lo está pensando al menos. Mia sí tiene problemas, no podemos negar eso, pero tampoco podemos negar que durante años ella fue la mejor en el establo. Cuidaba de los caballos, los sacaba a pasear, ayudaba con el ganado, cuidaba de cada animal dentro de estas hectáreas así que no me parece una mala idea llevarla conmigo. Quizás, el hacerle ver que este trabajo no es para ella, la impulse a mejorar para volver a ser independiente y querer salir de aquí, tener la vida de princesa que debe llevar. —¿Tú la cuidarás? —¿No vendrá con nosotros? Se ríe. —Tú eres quien pretende hacerme cambiar de opinión, así que intentaré contigo lo mismo—se encoge de hombros—Te harás cargo de Mia en el viaje, y cuando regreses, me dirás si en serio crees que vale la pena darle una nueva oportunidad. Dependiendo de tu respuesta, iré a ese retiro. Parpadeo sorprendido. —Son días de viaje y yo... —¿No crees ser capaz? ¿Ahora sí piensas que es mucha responsabilidad? Nunca he sido de dejar nada a medias y mucho menso darle la razón a otro, justo por eso niego con mi cabeza, aceptando el reto de llevar a Mia conmigo, a sabiendas de que este arrebato puede salir muy, pero muy mal.
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