Prólogo.
Hunter.
Las luces de la casa de mi tía están encendidas lo cual me resulta extraño porque a estas horas, suelen estar apagadas, a no ser que sean las de su habitación. Observo el reloj en mi mesa de noche, no puedo pasar desapercibida a la mujer que está recostada en mi cama, la misma que es mi esposa hace más de una década.
Suelto un suspiro, pienso en regresar a la cama pero se me quita el sueño cuando pienso en la pelea que tuvimos con Terry hace unas horas. Algo banal, tan mínimo que ni siquiera recuerdo de qué demonios se trató, sin embargo no tengo ganas de recostarme, dormir junto a ella y luego despertar por la mañana haciendo de cuentas de que nada sucedió. Tal y como llevamos haciendo desde hace años.
Nuestra relación, la que al principio se vio envuelta en una especie de espiral donde solo ascendíamos, lleva años siendo lo mismo, solo que en sentido contrario pues no hemos hecho más que discutir, caer bajo el uno con el otro, faltar a los votos que un día nos juramos y a decir verdad, estoy cansado de tanta mierda.
Pensar en cómo demonios dejé que mi vida llegue hasta este punto no hace más que provocarme jaquecas. Mi propia familia, mis padres, la detestan. Desde un principio lo hicieron, odiaron que la hubiera traído a casa, que me encaprichara con esta mujer como lo hice y más que nada, que me hubiera casado con ella. Justo por eso no hablo con nadie sobre lo que sucede dentro de nuestra relación porque si hay algo que detesto más que mi matrimonio, es darle la razón a los demás.
Aburrido, me coloco mi bata de dormir bajando hacia la cocina. Las luces están encendidas, y apenas tengo visión, logro ver a mis padres quienes apresurados están colocándose sus abrigos. Eso es aún más extraño, porque no hay nada en el mundo que distraiga a mi padre de dormir.
—¿Qué está pasando? —les pregunto, con el ceño fruncido.
Papá se voltea a verme. Solo su expresión es necesaria para comprender que sea lo que sea que esté sucediendo, no es nada bueno.
—Tus tíos están regresando.
—¿Es que habían salido?
—Mia—dice mamá—Mia viene con ellos y parece que no es nada bueno.
No entiendo nada de lo que dicen, ni por qué el que su hija venga con ellos es tan desalentador o alarmante, pero dado que se trata de mis tíos, a quienes les tengo una gran estima, voy hacia mi habitación sin decirles nada.
Nunca les ha gustado que yo intervenga en asuntos de “mayores”. Mis padres han intentado siempre mantenernos alejados de todo lo que sea ajeno a nuestras preocupaciones, y aunque cedí gran parte de mi vida, no estoy dispuesto a ceder ahora que parece ser grande el asunto como para que mis propios padres parezcan alarmados.
Estoy terminando de colocarme el pantalón cuando Terry se mueve en la cama. Parpadea unas veces antes de posar la mirada en mí.
—Son las tres de la madrugada, ¿Qué estás haciendo? —pregunta adormilada.
—Nada, vuelve a dormir.
Tenemos tan poca intención de interactuar con el otro que solo rueda sus ojos antes de voltearse, darme la espalda y volver a dormir, lo cual agradezco, porque es de madrugada y no quiero tener que pasar las siguientes horas discutiendo con ella por cualquier idiotez. Apago las luces, luego cierro la puerta con cuidado. Lo último que necesito es tener su voz taladrando mi cabeza, sus quejas de siempre en mi mente dando vueltas como una película rayada.
Bajo las escaleras de nuevo, mis padres ya están en casa de mis tíos puesto que han dejado la puerta abierta, así que camino hacia allí. La distancia no es tanta, mi padre, cuando se casó con mamá, dijo que no quería separarse de mi tía Megan con quien creció, así que hicieron la casa a unos escasos metros de distancia.
Para cuando llego a la entrada, los gritos y el bullicio son tan fuertes que me llevan a preguntarme ¿Qué demonios está pasando ahí dentro? No tengo necesidad de golpear, giro el pomo de la puerta, pero no encuentro a nadie en la sala una vez que estoy dentro, aunque los gritos prevalecen.
Son voces ininteligibles, unas sobre otras, todas gritando, mezcladas, con una sola cosa en común: el temor.
Camino con el ceño fruncido por toda la sala casi a punta de pie, luego voy hacia el despacho que es el área que está más cerca, aunque por los gritos, aumentando cada vez más de tono, noto de inmediato que provienen de la cocina.
Estoy por llegar cuando veo a mamá que se aleja, casi espantada, por lo que está viendo. Sus manos están temblando cuando se lleva las manos a la boca.
—¿Qué sucede? —pregunto al llegar.
Solo me apunta hacia el lugar. Cuando volteo, mi pecho se lleva una sacudida al ver a mis tíos intentando dialogar con una versión demasiado desmejorada de su propia hija, Mia.
El cabello rubio, el cuál solía presumir con tanta vehemencia cuando éramos niños diciendo que era igual al de Rapunzel, ahora está opaco, aunque no sé por qué razón. Se nota que está descuidada, y no es eso lo que me sorprende, sino el ver que está sudada, con los ojos enrojecidos, con un cuchillo en sus manos con el que amenaza a todos.
—¡No quiero estar aquí, déjenme ir! —reniega, llorando.
El grito que da es tan fuerte que de seguro se ha lastimado la garganta después de eso.
—Hija, déjanos ayudarte, sabemos que no quieres hacernos daño—menciona su padre, intentando acercarse con precaución cosa que no logra pues apenas da un paso, ella mueve el cuchillo hacia ambos lados, desesperada.
—¡Quiero irme!
Está temblando, y sucia, como si algo malo le hubiera pasado. A todo esto, su madre es más lágrimas que ser humano en estos momentos. Está tan mal, que mi padre la hace a un lado puesto que no está siendo de ayuda.
Mia se rasca, como si tuviera picazón, por los brazos y el cuello dejando marcas de sus uñas en su piel por la presión y la brutalidad con la que lo hace. Es ahí cuando noto las marcas en sus brazos, marcas de agujas.
Por todas partes. Pequeños pinchazos tornados azulados, violáceos algunos y otros amarillentos, como si estuvieran desapareciendo. Están alojados en sus venas, a lo largo del brazo izquierdo que es el más comprometido.
—Cariño ¿Por qué no dejas el cuchillo? Nosotros queremos conversar, podemos hablar, solo tienes que tranquilizarte porque nadie va a hacerte daño.
Papá intenta dialogar, ser alguien razonable, pero ella no coopera. Está negada, idiotizada con las drogas o con la idea de drogarse.
—¡No, ustedes no lo entienden!
—¿Qué no entendemos? —continúa mi progenitor—Dinos, por favor, explícanos porque eso queremos. Queremos entenderte.
Con más lágrimas en sus ojos, quizás por la batalla interna que está teniendo, vuelve a negar con su cabeza, jalando sus cabellos con la única mano que tiene libre.
—Que necesito esas drogas—dice, alterada, incluso un poco acelerada. —¡Necesito esas drogas para no pensar más!
Su madre da un paso al frente.
—No podemos dejar que hagas eso, bebé. Lo siento, pero...
—¡Las necesito! Por favor, papi, por favor, déjame ir, te prometo que será la última vez, pero déjame ir...
Su padre interviene, acercándose. Con ambas manos en alto, intenta razonar con su hija.
—Así nos dijiste la primera vez y ahora estás aquí, peor, casi al borde de ser una adicta—reniega, en medio de sus lágrimas. —¿Cuánto más, Mia? ¿Cuántas veces más rozarás la muerte? ¡Estás jugando con fuego!
—No lo entiendes.
—Claro que sí, podemos entenderte y ayudarte.
Ella niega, desesperada. Su mandíbula tiembla, su cuerpo entero está en una especie de shock, quizás porque necesita esas drogas, como dice, aunque es consciente de que solo está empeorando la situación.
—No, no puedes—responde—No sabes cómo se siente, no tienes idea de lo que es querer algo con tantas ganas que sientes que tu cuerpo va explotar. Mamá... no me hagas esto, por favor, por favor déjame ir porque no puedo resistirlo más.
Algo dentro de mi pecho se sacude. Mia tiene tanta tristeza en su pecho, en su cuerpo, en su voz, que me estremece de solo escucharla. Todavía no me ha visto, así que hago a un lado a mi tía, quien intenta detenerme, aferrándose a mi camisa con fuerzas.
—No está bien, Hunter, te hará daño—susurra.
Niego con mi cabeza.
—Se hará daño si nadie la detiene—explico, dando un paso al frente, dejando que sus ojos, los cuales siempre me recordaron al mar, se posen en mí.
Quizás no puedo explicarlo en voz alta, pero ella y yo siempre tuvimos una especie de conexión. Mia, desde el primer momento, fue una gran amiga, desde la infancia. Crecimos juntos, fuimos confidentes, mejores amigos y luego, cuando las cosas se salieron de control y nos alejamos por temas de la vida, nos volvimos dos desconocidos con solo recuerdos en común, sin embargo, eso no borra nada, y ella también siente lo mismo pues comienza a llorar, como solía hacer cuando estaba frustrada y buscaba en mí un poco de liberación.
—Hunter—susurra, aferrándose a la barra de la cocina.
—Suelta el cuchillo, Mia.
Niega con su cabeza.
—No, no te acerques, no quiero hacerte daño.
Me encojo de hombros dando un paso al frente. Quizás sea la confianza de saber que ella no sería capaz de hacerme daño lo que me lleva a acercarme lo suficiente, pero inconscientemente sé, mi mente sabe, que esta versión frente a mí, no es la misma que la que conocí. Aún así, no retrocedo.
—No lo hagas, solo lanza el cuchillo al suelo y todo estará bien.
Asustada, completamente fuera de sí, niega con su cabeza. Aunque está perdida, una parte de su cabeza sigue siendo coherente pues se aleja para no hacerme daño, como si quiera evitar hacer algo que no debería.
—No me hagas esto, por favor, vete, no es tu problema.
—Claro que sí—afirmo—¿Qué tienes? ¿Qué quieres?
—Quiero olvidar.
Trago grueso. No sé qué le pasó, cuando se fue hace un tiempo a la ciudad para la universidad, no se fue así. Esto... lo que tengo frente a mí, no es más que una versión desmejorada de la hermosa chica que dejó Montana cubierta de sueños y repleta de esperanza.
Doy otro paso más.
—No te acerques.
—No me harás nada.
Cuando estoy a solo unos pasos, lanza la primera puñalada que me roza el vientre, rasgando mi camisa. Es aquí cuando noto que definitivamente, no está en sus cabales.
El que mi madre grite y mi padre me aparte para ver si estoy bien, le da a ella el tiempo necesario para empujar a todos, salir corriendo directo hacia el primer piso.
—¡Mia!
—¡Déjala! —dice papá, levantando mi camisa, notando que no tengo nada. —No intervengas, va a herirte y...
Sacudo la cabeza.
—No me hará nada.
Lo aparto, corro siguiéndola por las escaleras. Estoy tan cerca que mi mano roza una parte de su prenda la cual se esfuma de entre mis dedos, pero la pierdo cuando se encierra en el baño, trabando la puerta con el seguro que tiene por dentro.
—¡Mia! —golpeo la madera—¡Abre, ya!
Su padre le pide lo mismo, su madre está completamente sacada con todo lo que pasa, quizás no comprende la gravedad de su enfermedad o de la situación puesto que se han guardado esto. Creo, firmemente, que ni siquiera sus otros hijos están al tanto de lo que está sucediendo con su hermana porque de ser así, ninguno la habría dejado llegar a tanto.
Me vuelvo hacia mi tío.
—¿Qué tiene? ¿Qué pasó?
Veo la desesperación en sus ojos. Esta chica, es su vida, parte de su corazón, lo más importante y yo lo sé. El mundo entero sabe que de pasarle algo, destruirá por completo todo lo que tenemos frente a nosotros.
—Es una adicta—afirma—La expulsaron de la universidad, por eso la trajimos.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo que adicta?—digo, completamente negado a lo que estoy oyendo.—¿Adicta a qué o qué?
Sacude la cabeza.
—No lo sabemos, no quiso hablar e intentamos...
—¿Acaso vieron su brazo? ¡Debieron hacer más que solo intentar!
Mi madre da un paso al frente, dispuesta a golpearme por hablarle a mi tío de esa forma, pero es mi padre quien la detiene.
—Hablaremos de esto más tarde—le dice a su esposa, calmándola. —Contigo también, pero ahora solo abre esa puta puerta.
Inhalo profundo. Me digo a mí mismo que sea cual sea el problema, tengo que quedarme callado pues no es mi puto asunto. Llevo años enteros sin verla, sin hablar con ella, sin tan siquiera mencionarla y me digo, me repito, que después de esto, todo tiene que volver a ser como era.
—Mia, abre la puerta—le pido de nuevo. —Si no lo haces, me veré obligado a tirar esta mierda.
Observo a mi tío, quien me da el visto bueno. Intento de nuevo, golpeando la madera, una y otra vez.
—Mia.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que me canso, por lo que me alejo un poco, tomo impulso y de una sola patada, hago estallar la maldita cerradura. La puerta se abre en un estilo vaivén por la fuerza, al mismo tiempo en que ella cae, pues sus piernas se debilitan enviándola directo a la tina que tiene detrás, justo donde su cabeza rebota sobre la cerámica. Con la mirada completamente perdida, apenas puede quitarse la aguja que tiene en el brazo.
—¡No, hija!
Mi mente se niega a creer lo que veo y mi cuerpo tiene razonamiento propio pues entro primero, tomándola en mis brazos. Su cuerpo medio frío, se siente tan ligero en mis brazos. Solo cuando la sacudo noto la delgadez que tiene, la forma en que sus huesos sobresalen, resaltan, al igual que el color rojo en sus ojos mientras el color carmesí de su sangre mancha mi playera.
Mis manos son rápidas buscando de dónde proviene el líquido, y no tardo en encontrar la procedencia. Detrás de su cabeza, tiene una herida abierta la cual tapo de inmediato.
—¿Qué hiciste? —pregunto, sorprendido, con nada más que miedo corriendo por mis venas al verla tan herida.—¿Por qué, Mia?
Me sonríe, en medio de su mente drogada.
—Estoy bien.
Enfadado, la sacudo de nuevo.
A mí alrededor, los demás están enloquecidos, corriendo de un lado al otro, gritando, pidiendo por una ambulancia, mientras que yo solo me quedo tendido en el piso del baño, con ella entre mis brazos, sonriendo como una idiota después de haber cometido está estupidez tan grande.
—No, no lo estás. —respondo, luego de revisar el panorama.
Con su mano intenta tocar mi rostro pero finalmente desiste porque no tiene control de si misma en estos momentos.
—Lo estaré—promete. Y es lo último que dice antes de cerrar los ojos, desvaneciéndose en mis brazos.