CAPÍTULO 6

1789 Words
PROMESAS, PROMESAS «Dicen que a las palabras se las lleva el viento. A las promesas, la cobardía».     Quella está sentada frente a Ethan muy asombrada por lo que le ha confesado. Ethan, con la paciencia que en realidad no tiene, espera a que Quella de su veredicto. Aunque había desviado su mirada a otra parte, muy lejos de su rostro, podía sentir sus ojos en él. —No lo entiendo. ¿Por qué, Ethan? Ella intenta sujetar sus manos, pero él es más rápido y se echa atrás antes de mirar sus ojos llorosos. —Porque ya no la amo —declara con seguridad, o, al menos, lo intenta. Su voz le ha temblado al final. —No puedo creértelo. —¿Por qué? —Porque este hombre que tengo enfrente, no parece ser tú. Ethan, recuerdo el día que me dijiste que te casarías. Lo que vi en tus ojos era amor, no había nada que pudiera decirte para disuadirte de esa decisión, dijiste que estaba equivocada y te juro por Dios que nunca he estado más de acuerdo contigo sobre eso. Estabas tan feliz y seguro de ti mismo que, parecía, que ibas a comerte el mundo. —Pues me equivoqué y tú tenías razón. —No. No es cierto. Algo está atormentándote, dime ¿qué es? Nunca se ha quejado sobre sus problemas con Elena. Y si su esposa no se lo ha confesado a su mejor aliada, ¿por qué lo haría él? Entiende su vergüenza. —¿Es que ella no te lo ha dicho? —No. Con lo de la mudanza y todo, no he tenido tiempo de quedar con ella o Sophia. Ethan se extraña, podría jurar que, en uno de los torpes intentos de Elena por llamar su atención con charlas vacías, le mencionó que estaría ayudando a Quella con la mudanza. Pero como en realidad él fingió no escucharla, ella no volvió a tocar el tema. —¿No ha venido ayudarte? —No. Ethan asiente, toma un trago de vino. Ya sea porque necesita valor o porque la resequedad en su garganta se lo exige. —Ya no puedo vivir con ella, ya no la amo y solo estoy haciéndole daño, Quella. Es lo mejor para los dos. —Tal vez solamente fue una pelea que han llevado al extremo. Esas cosas pasan, nada más queda en uno superarlas. ¡Vamos, Ethan! ¡Sacúdete esas ideas tontas de la cabeza! Sea lo que sea que haya pasado entre los dos, van a superarlo. Lo sé, porque todos sabemos lo mucho que se aman. —No es una simple pelea que se nos fue de las manos, Quella, esto viene de tiempo atrás. Lo hemos intentado una y otra vez, no obstante, con cada tropiezo es cada vez peor. Hay más rencor y la brecha es más grande, irreversible. —¿Es otra mujer? Ethan sonríe e intenta ser honesto consigo mismo: «¿Es por su amante que desea ser libre? No». En realidad, ella podría ser una de las tantas razones que tenía para dejarla; pero no es la principal. Es por él, después de todo nunca fue de los que se sacrifican por otros. —Por supuesto que no. —¡Si no te conociera, Ethan! —Escucha, Quella. Sé que la amas, sin embargo, yo soy tu hermano y, por eso, te pido que seas neutral. Lamento ponerte en esta posición. Por favor, solo te pido que respetes mi decisión y que la apoyes como amiga. —¡Ethan! No lo hagas, no destruyas tu matrimonio. —Es que, ¿no has escuchado nada? ¡Ya no la amo! ¡Dime si acaso te importa más su felicidad que la mía! ¡Yo soy tu hermano! El rostro de Quella está marcado por el dolor. —No es eso, me importan ambos. Por favor, Ethan, no seas injusto conmigo. —Únicamente mantente al margen, ¿quieres? Ethan quería su ayuda, pero, si Quella se negaba y le hablaba sobre lo que piensa hacer, solamente estaría perjudicando a Elena y abriendo cada vez más la brecha entre ellos dos. Sus padres no los educaron para ser indiferentes el uno con el otro. —Está bien. Solo, por favor, prométeme reflexionarlo un poco más. —Ya tomé la decisión, Quella. Analizar más mi vida no me hará cambiar de opinión. Ya no insistas, hermana. —Entonces, no tienes nada que temer si lo reflexionas un poco más. Solamente inténtalo. ¿Quieres? JURAMENTOS ROTOS «Y la ingenua Caperucita creyó en sus juramentos, creyó en su amor. Inocente le entregó su corazón en aquel bosque oscuro, solo para que el lobo lo devorara y luego se marchara sin mirar atrás».     Cuando Ethan la invitó a cenar con su familia, lo primero que le vino a la mente fue: «¿qué hago si no les agrado?». Recordó a su abuelo, quien se convirtió en su tutor después de perder a su padre. La niña lo conoció gracias a que servicios sociales la llevó con él. Al principio, la interacción entre ambos fue incómoda, era pequeña y tímida, no sabía cómo acercarse al hombre sombrío que la ignoraba y que parecía no querer cargar con ella. Con el tiempo, cayeron en una cómoda rutina en la que se acostumbraron a sus silencios. Hasta que un día lo encontró borracho delirando en el piso de la entrada del departamento. Él le confesó crudamente lo que pensaba de ella. La experiencia fue dolorosa y la confesión acabó con su autoestima. La odiaba, no la quería en su casa; porque lo decepcionaría al igual que Anne lo hizo al casarse con su padre: «Un bueno para nada». Elena creyó que, si su madre y su abuelo no la amaron, entonces, nadie más aparte de su padre lo haría. «¿Y si los padres de Ethan deciden que no soy buena para él?». —¡Hola! Si estaba molesto por hacerlo esperar por más de quince minutos detrás de la puerta, no mencionó nada, solo se detuvo un momento para contemplarla de arriba abajo, antes de soltar un silbido seguido de: —Luce hermosa, señorita —su sonrisa era deslumbrante sin una pizca de hipocresía. Luego del piropo añadió—: ¡Hace frío! Deberías ponerte un abrigo. —¡Oh, sí, claro! —Elena, regresó dentro de su departamento por el abrigo y su bolso. Ethan, quien la llevaba de la mano, la situó frente a un coche color n***o, que parecía recién salido de agencia. Le abrió la puerta del copiloto y al agacharse para apreciar el interior, aspiró el aroma de la piel de los asientos. Se enderezó deprisa y vio a Ethan con una sonrisa divertida. —¿Y este coche? —preguntó con verdadera curiosidad y asombro a la vez. Ethan sonrió. —Mi jefe creyó que merecía un aumento de sueldo. —¡Oh, por Dios! ¡Ethan, es un coche rojo muy hermoso! ¡Felicidades! Elena lo abrazó tan fuerte que los hizo tambalear. Demasiado acostumbrado a sus arranques de efusividad, no permitió la caída. —Gracias, hermosa —le agradeció, luego de besarla. Elena subió al coche, y aspiró de nuevo el rico aroma del perfume de Ethan mezclado con el olor propio de las vestiduras de los asientos blancos. Inspeccionó todo a lujo de detalle, desde la tapicería hasta la comodidad de los sillones, le pidió que la dejara manejar unas cuadras. Él aceptó después de preguntarle si sabía cómo hacerlo. —Por supuesto que sí. Emocionada aceleró de inmediato provocando que Ethan se sujetara del tablero. Al detenerse y observar a su lado, encontró a su novio fingiendo estar aterrorizado. Apiadándose de él, se estacionó en la siguiente esquina e intercambiaron lugares. Echó una mirada a los CD, y al no encontrar algo que le gustara, encendió la radio. Ethan solo sonreía en silencio. Se notaba feliz. Minutos más tarde, aparcó frente a un parque. —Todavía es temprano, ¿quieres dar un paseo? Ella le respondió con una tímida sonrisa, Ethan parecía emocionado y a la vez nervioso. Su actitud esa noche era extraña, pero había creído que era por su juguete nuevo. Se preguntó, si sus padres se molestaron por invitar a la novia a cenar con ellos y esa caminata solamente era para ponerla sobre aviso. Caminaron tomados de la mano por el sendero que conducía al centro del parque, ella miraba el cielo en busca de alguna distracción y así poder calmar su ansiedad. La luna llena resplandecía y las estrellas alrededor la adornaban. Minutos más tarde, llegaron al final del camino donde estaba una hermosa fuente con efectos de luces de colores que salían de sus profundidades, la fuente parecía cobrar vida con el hermoso espectáculo. Ethan la abrazó por la espalda y aspiró el perfume de su cabello. Elena se exaltó en el momento que la tomó del brazo para girarla hasta que estuvieron frente a frente. Sin previo aviso, el hombre que amaba, se arrodilló como un caballero de brillante armadura, poniéndose al servicio de su reina. Mostrándole una pequeña caja forrada de terciopelo rojo en forma de corazón y, con manos temblorosas, la abrió despacio mientras pronunciaba su declaración con voz ronca, pero segura: —Mi amada Elena, mi amor por ti conoce el principio mas no el final, te amo más que a mi propia vida y si aceptas unirte a mí en sagrado matrimonio, te prometo que nunca te faltará nada. Te seré fiel en pensamiento, corazón y cuerpo. Eres tú la mujer que quiero a mi lado para ser mi amiga, esposa y amante. Además, ten por seguro que, amarte hasta el término de nuestras vidas, será mi único propósito. Elena creyó en sus palabras. Olvidó respirar, su nombre o el hecho de contar con tan solo veintiún años. ¿Qué podía pensar una joven que se hallaba sola en el mundo? Ethan se convirtió en su oportunidad de amar y ser amada, su príncipe al que no estaba dispuesta dejar escapar. —Sí, acepto. El joven tomó el anillo y se lo colocó suavemente. Las manos de Elena temblaban tanto como las de Ethan. Asimismo, para cerrar la promesa, Ethan besó con suavidad la frágil mano de su amada, todavía de rodillas. Ella no pudo controlar más la emoción, se lanzó a sus brazos besándolo en los labios, ahora sí, cayeron al piso.     Años después, se encuentra de pie frente a la misma fuente. Nunca la verá tan hermosa como esa noche.     «¡Cuántas promesas rotas y juramentos en vano!», reflexiona. Le da la espalda. Ya no quiere llorar. Ansía dejar de ser la víctima y con determinación se promete reconquistarlo.
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