Capítulo 1
Ethan observa a Elena recostada en una camilla de hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Su rostro lleno de magulladuras y cortadas no es lo peor que ha visto; sí, lo que más le ha dolido. Recuerda la primera vez que la vio: era joven, dulce e ingenua; su cabello oscuro estaba más largo, y por ese entonces tenía un cuerpo con bonitas curvas que le provocaron insomnio durante muchas noches después. Puede enumerar cada una de las cualidades que descubrió la noche en que la conoció. Sin embargo, los ladrones de su corazón, no fueron otros que sus dos grandes ojos verdes que lo miraban con desconfianza. Reconoce que la mujer de los recuerdos no se parece en nada a la que hoy duerme frente a él. Cierra los ojos y respira profundo, trata de encontrar el momento exacto en el que ocurrió su cambio, pero no lo encuentra; no lo recuerda.
«¿Cómo no me di cuenta?», se reprocha en silencio. Sabe que puede ser demasiado tarde para salvarla o para arrepentirse.
Desea poder regresar el tiempo para desechar el orgullo y reconocer que nunca dejó de amarla; y que fue un tonto por negarse a sí mismo la verdad. Sí, todavía siente amor por ella.
«¡Estoy tan avergonzado! Y todavía así, rechazo la idea de suplicarle perdón».
Arrastra una silla al lado de la camilla dispuesto a continuar velando el sueño de Elena. La culpa lo atormenta por toda la humillación y el sufrimiento que le causó. Coloca los codos en las rodillas y una vez inclinado, se cubre el rostro con la palma de sus manos en un intento vano de esconder su vergüenza al mundo. Sabe que la vida no tendrá misericordia con él, o, al menos, no lo hará su conciencia. Por eso su mente prodigiosa lo tortura con los recuerdos de su estupidez y con las fantasías de lo que pudo haber hecho bien. Arruinado y solo, se deshace en ira, lágrimas y desconsuelo.
PARAÍSO
«El infierno existe, y está aquí, en el mundo terrenal».
Ethan juega con la cabellera rubia de la joven que abraza contra su pecho. Su respiración acompasada es una melodía que lo mantiene relajado y pensativo. En ella principalmente: una mujer apasionada y con metas ambiciosas.
La alerta del móvil de su amante es la que interrumpe tan maravilloso momento desterrándolos de su paraíso. Con una mueca dibujada en el rostro, Caroline trata de alcanzar el aparato y silenciar la maldita canción.
Ethan se lamenta por no poder ofrecer nada más que trozos de su tiempo; así que, una vez que la mujer vuelve a la posición de antes, la presiona contra su cuerpo y le da un beso en la coronilla que significa: ¡Te quiero!
Entre risas y tirones, ella forcejea contra su agarre hasta conseguir su libertad. Al final, le regala una sonrisa de triunfo. Sin embargo, su fachada cínica no consigue engañarlo: Caroline está locamente enamorada. Y son sus ojos los que le hablan del dolor que acompaña la aceptación del lugar que ocupa en su vida.
El sentimiento de melancolía es el que lo impulsa a hacer de su poco tiempo juntos algo que valga la pena. Además, la maldita mujer se había pasado la tarde alimentando su lujuria con insinuaciones atrevidas y para nada discretas. Por eso cuando la puerta de la habitación del hotel se cerró, dio rienda suelta a sus instintos. Le hizo el amor con la pasión que ya no siente por su esposa.
Los ojos grises de Ethan buscan la evidencia de su crimen:
Primero encuentra la blusa de seda blanca que le arrancó a tirones en el rincón izquierdo de la habitación. El sujetador, había salido volando hasta una mesilla. La falda y los tacones, a un lado de la cama. Y las bragas las mantiene escondidas debajo de su almohada. No es hasta que la escucha maldecir lo suficiente que decide actuar.
—¿Buscas esto? —le pregunta a la rubia mientras le presume el trofeo con orgullo.
Luego de atraer su atención, Ethan le arroja el trozo de tela con la intención de golpear su rostro. Pero ella la atrapa en el aire.
Él no quiere que se marchen pronto, por lo que lleva los brazos detrás de su cabeza y se ajusta en la cama, como un príncipe vicioso. La mira entrecerrar los ojos en comprensión. Lo conoce bien y sabe exactamente lo que le gusta.
Caroline, sin una pizca de pudor, le da la espalda a Ethan para darle una mejor vista de su culo desnudo. Y una vez que le ha mostrado lo que puede tomar, se coloca la diminuta prenda con movimientos suaves y eróticos. Incitándolo a mantener la mirada hambrienta en su cuerpo. Lo reta a quedarse un poco más de tiempo y elegirla en lugar de correr al lado de su esposa para suplicarle perdón por otro largo y duro día de trabajo.
Ahora le muestra los senos, los acaricia lenta y seductoramente con la punta de sus dedos. Sus ojos azules —más oscuros por la lujuria—, observan su reacción.
Ethan le sonríe a su amante antes de saltar de la cama y atraparla de nuevo entre sus brazos. Besa sus labios carnosos con ardor y luego los muerde; únicamente, por el placer de escuchar su chillido indignado de dolor.
Siente como el deseo y la pasión la desbordan. Caroline acaricia su espalda desesperadamente. Su cuerpo se restriega con el suyo. Sus uñas largas y bien cuidadas se entierran en la piel de sus hombros cuando amasa con una mano un seno y con la otra toca su centro. Es tan fácil llegar al paraíso con ella que no le quedan ganas de acostarse con su esposa, o con ninguna otra mujer. Convirtiéndola en la única. Por supuesto, que si de intimidad s****l se habla.
Es la mitad de la noche cuando abandonan el hotel. Dentro del coche, Ethan toma la mano de Caroline mientras se dirigen al departamento de la rubia. En el instante en que sus miradas se cruzan, ella le sonríe. Y el brillo que hay en sus ojos le habla de amor. En ese momento desea con más fuerza poder hacerle promesas, lamentablemente, no es capaz de hacerlo. Todavía no ha tomado la decisión de abandonar a su esposa. No puede negar que ha fantaseado con la idea; sin embargo, la pregunta era si se atrevería.
No es que fuera un cobarde. Él no lo era. Simplemente, siempre pensó en Elena como la esposa ideal; y vaya que resultó ser una horrible decepción. La pobre mujer era tan sensible y débil que jamás podría lidiar sola con el divorcio. Luego, estaba su propia familia: extremadamente encariñada con ella. Si no los conociera, diría que la aman más que a él.
Caroline no le demuestra cuánto le duele ser su amante y en silencio le agradece su comprensión. Y, aunque pareciera que no le importan sus sentimientos, la verdad es que admira su fuerza. Esa que la mantiene firme para no pedir nada más de él. Piensa en lo mucho que han cambiado después de dos años. Y reconoce que lo que inició como una adicción a su belleza, ahora es un fuerte enamoramiento.
Caroline no es la primera mujer con la que engaña a su esposa, sí, la que ha significado más que satisfacción. Ethan se declara enamorado. Algo que no creyó que pasaría de nuevo en su vida.
La cita concluye con un beso apasionado cargado de intensos sentimientos. De esos que no pueden ser hablados en voz alta.
EL ESPEJO
«En este lugar el tiempo y la distancia no existen. Es la quimera, pero también es la realidad».
Elena mira la horrible figura de su cuerpo desnudo en el espejo, y, aunque siente asco de sí misma, le es imposible desviar los ojos a otra parte, al menos, no de inmediato. Coge del tocador un peine de cerdas gruesas, y sin despegar la mirada del espejo, comienza a desenredar la cabellera rizada que cuelga sobre sus hombros. Da un fuerte jalón a la mecha enmarañada y con pánico la ve caer al piso. Al levantar la vista hacia su cabeza, se da cuenta de que sus rizos ya no son tan abundantes. Echa un vistazo al rostro regordete y no puede evitar llevar la mano a su mejilla, para pellizcarla y medir su grosor. Tras un suspiro se anima a bajar la mirada. Con la punta de los dedos recorre las estrías que adornan el vientre saturado de grasa. No le sorprende que Ethan, su esposo, ya no la ame. Elena es consciente de su apariencia monstruosa.
El dolor lacerante que se manifiesta en su estómago a causa del hambre se intensifica y su cuerpo se estremece con cada punzada; es la falta de nutrientes la que le provoca un vértigo. Se tambalea y trata de alcanzar el espejo para sujetarse, pero antes de lograrlo, pierde el equilibrio y finalmente cae al piso. El cepillo queda olvidado a un lado, mientras que ocupa sus manos en aferrar las piernas contra su pecho.
Se mantiene tan quieta, como una estatua. Apenas y se atreve a respirar, pues hacerlo le provoca más dolor. Y no es capaz de ponerse de pie, ya ni siquiera lo intenta, porque sabe que no podrá hacerlo hasta que el martirio disminuya. Solamente le queda esperar.
Cuando se levanta, no tiene conciencia de cuánto tiempo ha pasado. Con un par de pasos cortos se acerca a la báscula que está a un lado del espejo. Y con los nervios revolviéndole las entrañas, mira los números marcados. Su peso se mantiene y lo detesta, porque eso significa que el esfuerzo por mantener la dieta ha sido inútil. Recoge del piso el albornoz que había llevado horas atrás y cubre su robusto cuerpo. Luego abandona la habitación, pero no sin antes asegurar la puerta con llave en un intento por dejar atrapada a la sombra que se alimenta de sus inseguridades, y que goza martirizándola con aterradoras fantasías.
Sus pies descalzos la dirigen hasta la sala de estar, y al mirar la chimenea sin vida, un escalofrío recorre su cuerpo. Le ha dado frío, o tal vez, ya lo sentía y no se había dado cuenta. Se apresura a encender la chimenea, puesto que tiene la imperiosa necesidad de ver el fuego consumir los leños, a la vez que le brinda un poco de calor. Además, cree que el fuego también extinguirá su ira. Se sienta sobre la alfombra que una vez fue su lugar favorito para hacer el amor en los días fríos de invierno. Cuando la amaba y eran felices. Cierra los ojos mientras abraza sus rodillas e intenta poner su mente en blanco. Pero…
«¿Cómo eludir la verdad? —ya no puede engañarse más—. ¡Él está con su amante!», finalmente, lo reconoce.
Se imagina a una mujer de figura perfecta y andares elegantes. No se decide si ella es castaña o rubia, piensa que cualquiera es mejor siempre que no le recuerde a su esposa: La obesa. Tal vez es su homóloga o un cliente. No le importa de dónde viene, solamente que existe y que está robándole el tiempo con Ethan. La odia desde lo más profundo de su ser y sabe que la fulana no se detendrá hasta destruirlos.
LA CONFRONTACIÓN
«La primera señal de haber perdido el alma… Es cuando te das cuenta de que solamente tu felicidad es lo que de verdad te importa».
Ethan conduce el coche a una alta velocidad, sus manos sujetan con fuerza el volante. Espera que Elena se encuentre dormida; pues está demasiado cansado para soportar los celos y lloriqueos de la deprimente mujer. Sí, cansado de eso y de que no entienda que nunca la perdonará por destruirlos a ambos; y que es por amor a otra mujer, que ha comenzado a desear su libertad. Ya no puede negarse a sí mismo sus verdaderos sentimientos: ama a Caroline.
¿Por qué Elena tiene que aferrarse a él como si fuera un salvavidas?, ¿por qué tiene que sentirse obligado a compartir su vida con alguien a quien ya no ama?, ¿por qué debería que renunciar a su felicidad por la de ella? ¿Acaso merecía menos que Elena? Esas son las preguntas que cada noche al volver a casa se hace.
Estaciona el coche y sale con su portafolio en mano. Toma el camino habitual al elevador y al llegar, entra y marca el número de su piso. Más sosegado, cierra los ojos para revivir los deliciosos momentos con su amante: su maravillosa piel sedosa tan libre de imperfecciones y que amaba recorrer con caricias sutiles y sensuales. Luego, estaba su larga cabellera rubia que se mecía al ritmo de su cabalgata. Y qué decir de los labios carnosos y la lengua afilada que no nada más ocupaba para hablarle descaradamente, también, para rodear y succionar su m*****o hasta dejarlo seco. Sus pechos eran, simplemente, un elixir adicional a tanta belleza.
«¡No puedo cansarme de su cuerpo!», piensa.
Las puertas de la caja metálica se abren y el sonido lo trae de vuelta. Recorre el pasillo con la mirada antes de avanzar lentamente a su aburrida vida marital. Saca las llaves del bolsillo de su pantalón y abre la puerta. Al cruzar el vestíbulo, la luz de la chimenea capta su atención, allí está ella: su mujer.
Elena lo enfrenta con la cabeza en alto. Nota con asombro que no lo agobia con interrogatorios ni lo amarga con reclamos. Pero su mirada habla más que mil palabras y puede escuchar su desprecio. Y lo detesta, porque no es su culpa. Entonces, ahora prefiere sus gritos y lloriqueos.
Toma asiento en el sofá frente a su esposa, cruza una pierna y estira los brazos en el respaldo. Tan soberbio e impasible, se halla con la mirada fija en el rostro de Elena; retándola. Quiere hacerla perder los estribos, enfurecerla, gritarle y lastimarla. Recordarle que tampoco es perfecta. No obstante, Elena se mantiene en silencio y sin caer en su juego.
—Fui a tomar una copa con Jonathan…
Es Ethan quien inicia la confrontación.
—¿Jonathan Wood? —pregunta entre dientes la irritada mujer.
—¿Acaso hay otro, Elena?
—Mi pregunta es porque el único Jonathan Wood que conocemos, llamó hace un par de horas. Al no encontrarte en la oficina y con tu móvil apagado, intentó contactarte aquí.
Ethan la mira con dureza, pero ella parece adormecida ante su violencia pasiva; ya no la hace estremecer. Por lo que le lanza una mirada que le dice: «Sabes dónde y con quién estuve». Así, es como logra sobrepasar la valentía de Elena; y por un instante cree que logrará quebrarla, sin embargo, la ve caminar hasta la mesa del teléfono. Recoge la agenda y lo enfrenta de nuevo.
—Toma. Son los datos del hotel en Nueva York donde Jonathan se ha hospedado. Está esperando tus indicaciones, por favor, ya no lo hagas esperar. Es de madrugada y el pobre hombre necesita descansar, no todos encuentran tanto placer en el trabajo —explica, mientras le ofrece la agenda con la mano. El tono sarcástico no pasa desapercibido para Ethan, también, nota los nudillos blancos por la fuerza con la que sujeta la agenda. Tras un par de segundos más, estira la mano y se la arrebata de mal humor.
Elena asiente y tras darle un último vistazo lo deja solo.
Ethan lee el mensaje de Jonathan y maldice al hombre. Se levanta y toma el portafolio olvidado en el piso, lo coloca en la mesilla y después lo abre. Luego arranca la hoja del recado y la guarda en un compartimento. Pero sus dedos han notado algo extraño dentro. Al sacarlo ve que es una fotografía; es de Elena. No recordaba llevarla consigo. La foto era de sus primeros años de matrimonio. La regresa al compartimento, más por no saber qué hacer con ella, que por nostalgia. Posteriormente de cerrar el portafolio, lo deja en el piso.
Se aproxima al ventanal y observa la luna, no se considera un hombre romántico, mas no puede evitar recordar la piel blanca de su amante y lo hermosa que es. No como su esposa, una belleza clásica y que, al lado de Caroline, parece poca cosa. No es solamente la belleza física de su amante la que eclipsa a su esposa, es también su inteligencia y esa hambre por el conocimiento lo que lo mantiene siempre interesado en sus largas charlas. Con Elena no tiene nada de qué hablar, a pesar de compartir la misma profesión. Para él, es inevitable compararlas, así como desear estar muy lejos de ese lugar. Lamentablemente, no hay manera de reparar el daño, no existe nada en el mundo que pueda salvar su matrimonio, ni siquiera el amor verdadero que tanto se profesaron. No, no lo fue, ni es suficiente.
LA INVITACIÓN
«Cuando era niña, mi madre me contaba historias de príncipes y princesas. El recuerdo de esos cuentos nubló mi sentido común. Además, el príncipe resultó ser un buen actor».
Elena entra en la habitación y se dirige al tocador donde yace un frasco con medicamento controlado. Al tomarlo deprisa, y con manos temblorosas, se le resbala. Las pastillas desparramadas quedan olvidadas, sabe que él no las encontrará, pues ya no duermen en la misma habitación. Elena únicamente se preocupa por la píldora que ha quedado dentro del recipiente. La deja caer en la palma de su mano y tras observarla, la lleva a su boca para tragarla sin agua. Mira su rostro en el espejo y lo que ve, más que pena, es derrota. Le da la espalda a la imagen y camina hacia la cama desplomándose sobre ella.
Lo odia. Sí, pero más odia su indiferencia.
Se limpia las lágrimas mientras su risa amarga rompe el silencio al recordar lo ingenua que ha sido. Y es que Ethan, con su complejo de príncipe azul, le hizo creer que era su princesa perfecta...
La droga comienza a surtir efecto. El sueño la invade y su mente está confundida entre la fantasía y la realidad de un recuerdo que toca la puerta de la inconsciencia…
Un par de jóvenes estudiantes mantenía una conversación animada acerca de los planes para esa noche.
—Elena, no todo en esta vida son libros. ¿Por qué no vamos a la fiesta de Alison? —preguntó Sophia, su mejor amiga. Los grandes ojos de color marrón, detrás de los lentes de armazón amarillo, le dieron una mirada de súplica al mismo tiempo que caminaban a la siguiente clase.
—La última vez que hablé con Alison, se burló de mi enorme trasero. Por lo tanto, no iré a la fiesta de esa bruja —respondió antes de dar un mordisco al pastelillo relleno de queso con frambuesa, su favorito. Aunque tenía motivos para desquitarse de Alison, no carecía de modales, y no le parecía correcta la idea de acudir a un lugar sin invitación.
—Ella no dijo: «Enorme trasero».
—Tienes razón fue: «¡Gran trasero!».
La risotada de Sophia atrajo las miradas de los alumnos que transitaban por el pasillo de la universidad. A Elena no le gustaba ser el centro de atención, en cambio, Sophia, saltaba ansiosa por ganar un poco de popularidad cada vez que se presentaba la oportunidad. Tímida como era, le dio un codazo en el costado derecho debajo de las costillas. Luego, le susurró:
—¡Sophia, tranquila!
—¡Auch! —se quejó la joven sobándose el sitio maltratado—. De acuerdo, eso fue grosero. Pero insisto, no deberías tomártelo tan mal... Entonces, ¿vamos? ¡Por favor! Quiero conocer a mi futuro esposo. No hagas que me arrastre por los pasillos de la Universidad.
Elena ignoró a Sophia y su tonto puchero de bebé mimado. Se acercó a un cesto de basura, tiró el resto de su pastelillo y sacudió sus manos. Tras dar una mirada breve a su mejor amiga respondió:
—No necesitamos ir a una fiesta para que te presente a tu futuro esposo, ¿sabes? Te lo presento más tarde, si eso es lo que quieres.
Sophia, torció los labios.
Elena reanudó el camino en silencio y sonrió al llegar al aula, ya que pronto, Sophia tendría que dejar a un lado los ruegos, y sí tenía suerte, se olvidaría del tema, o ella podría escaparse al final de la clase.
—¡Obvio que sí la necesitamos! Me niego a no tener un baile de medianoche con mi príncipe azul. ¡Vamos! No me digas que nunca soñaste con ser Cenicienta.
Elena tomó su asiento habitual, Sophia, se sentó del lado de la salida; saboteando su plan de huir al terminar la clase.
—¡Elena!
—No me dejarás en paz, ¿verdad? —Sophia negó con la cabeza—. ¡No lo puedo creer! ¡Sophia!
—¡Vamos! Es un ratito. Pequeñito, ¿sí?
Elena suspiró y se preguntó por qué el profesor, el que siempre era puntual, no llegaba.
—Está bien. ¡Solamente un rato! No tengo el estado de ánimo para soportar a la bruja.
—¡Sí! —Saltó en su asiento con euforia—. Será divertido.
—¡Sí! ¡Ajá! —Elena imitó su entusiasmo con una grotesca mueca en el rostro, todavía nada convencida de exponerse a las burlas de
Alison.