Bienvenid@s a esta historia: Novia Fugitiva. Empezar de cero
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Francis Romano, ha sido un alma libre y en sus planes siempre estuvo el enamorarse realmente del hombre de sus sueños, con el cuál casarse y formar una familia, pero todo esto se ve arruinado cuando su padre la obliga a casarse con un hombre al que no conoce, para así saldar una deuda que adquirió muchos años atrás y en la que ella es parte del acuerdo de p**o.
¿Es posible dejar todo tu pasado atrás?
¿Decidir empezar de cero lejos de quienes te conocen y esperan que seas la salvación de todos sin tener en cuenta tus sentimientos y deseos?
Francis huye a un pueblo costero, lindo y olvidado en el que una nueva oportunidad de vida se le presenta. Aunque no lo crea, ahí no solamente ella será de gran ayuda, sino que recibirá el apoyo de quien nada material tiene para dar.
Cambiar su nombre por el que siempre usaba cuando jugaba de pequeña, ahora como Angélica se comportará como una mujer del común llena de ilusión y ahí conocerá a Franco, un chico misterioso, pero muy amable que pondrá su mundo de cabeza.
Lastimosamente escapar de su vida real no será algo que su padre esté dispuesto a aceptar y la buscará hasta debajo de las piedras de ser necesario.
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—¡Francis, Vete! —me dice mi prima, aprovechando el revuelo que hay afuera de la habitación en la que me encuentro.
—Pero… —contesto dudosa porque no entiendo lo que está pasando.
—Pero nada, vete —abre la puerta y se asegura de que no haya nadie cerca que nos esté escuchando, la cierra y vuelve a donde estoy. —Toma esto, sal por atrás y corre —me entrega un dinero enrollado y un pequeño bolso con mis pertenencias.
En eso se abre la puerta, lo que nos hace quedar estáticas, pero al ver a Ricci que se asoma con cuidado y entra intentando no querer ser visto.
—¡Nos asustaste! —lo reprende Nicolette.
—Perdón, perdón… —camina hasta nosotras. —¿Se puede saber qué estás esperando? —me dice él, mirándome con una ceja levantada. —Creí que ya habías salido —trago saliva y mis ojos se llenan de lágrimas.
—No te atrevas a llorar —me dice mi prima, amenazante —no quiero ponerme a llorar.
—Los amo —me lanzo a abrazarlos con fuerza y aunque me quisiera quedar en sus brazos por más tiempo, ella es la que corta el abrazo y me empuja hacia la salida.
Mientras camino rápidamente para salir por la parte de atrás de la Iglesia, ellos se quedan cubriéndome… cada vez escucho más lejanos los gritos y cuchicheos de la gente.
Una vez pongo un pie fuera del lugar, corro esperando no ser vista y con unas lágrimas cayendo por mis mejillas, voy sin rumbo, lo único que sé es que debo alejarme y lo más seguro es que al hacer esto lo esté perdiendo todo, pero también espero estar ganando algo… libertad.
Un taxi se acerca por la calle y sin pensarlo mucho, le hago la parada, el conductor me mira extraño mientras me subo al auto.
—¿A dónde la llevo? —pregunta.
—Mmmm, lejos, necesito irme lo más lejos posible —contesto y tras un asentimiento, arranca.
Voy tan concentrada en mis pensamientos que no me fijo hacia dónde me está llevando el conductor, hasta que él mismo llama mi atención.
—Señorita, hemos llegado —me dice.
Miro por la ventana y estoy frente a la estación Rome Tiburtina Largo Mazzoni, abro los ojos de par en par y lo miro.
—Usted dijo que quería irse lejos… esta es la mejor forma —levanta los brazos y creo que tiene razón.
Pago la carrera y empieza a sonar mi celular dentro del bolso. Al mirar la pantalla, sale la foto de mi padre llamando, rechazo la llamada rápidamente y mi corazón empieza a latir acelerado.
Entro corriendo a la estación bajo la mirada sorprendida de los viajeros y trabajadores. Llego a la primera ventanilla.
—Necesito un pasaje en el bus que esté más próximo a salir —digo afanada.
—Bueno, pues tengo pasajes a… —sigue hablando la joven de la empresa de buses, pero no le pongo atención porque mi celular vuelve a timbrar insistentemente.
—Sí, no importa… ¿tiene un papel y un esfero? —le pregunto y ella asiente al tiempo que me alcanza lo que le solicito.
Busco rápidamente en la memoria de mi celular los números de Nicolette y Ricci, los anoto y guardo el papel en mi pequeño bolso. Apago el celular y lo tiro en una papelera cercana.
—Listo, señorita, serían veinte euros—. Me informa, así que cancelo. —Acá está su pasaje, el autobús sale en diez minutos, por lo que ya puede subiendo al autobús —recibo el tiquete y empiezo a caminar hacia la puerta que me había señalado.
Las miradas de los demás pasajeros se fijan en mí, lo que me hace desviar la mirada porque me siento incómoda… llego a mi puesto, el cual me indica uno de los trabajadores de la transportadora, me siento y para no llorar cierro los ojos.
Huir, me ha dejado completamente agotada, tanto así que caí profundamente dormida en el asiento mullido del bus en que me monté y del cual no sé a dónde se dirige, simplemente necesitaba que me llevara lejos y al parecer lo he conseguido.
Un hombre de mediana edad se aproxima a mí y con cuidado hace presión sobre mi hombro en repetidas ocasiones, al inicio intento ignorarlo y seguir durmiendo, pero su insistencia me hace abrir los ojos y pego un salto al darme cuenta de que el bus se ha detenido y soy la única pasajera que queda.
—Señorita, que pena, pero ya hemos llegado al último destino, así que necesito se baje del bus —me dice un poco avergonzado y evita mirarme fijamente, lo que me hace pensar si es que tengo algo extraño en la cara.
Bajo mi mirada y ahí es donde recuerdo que estoy usando un vestido de novia…
—Qué pena con usted —me levanto rápidamente de la silla y salgo del bus.
No llevo equipaje, solamente un pequeño bolso con un brillo de labios, quinientos euros y un papel con el teléfono de Ricci y Nicolette anotados. Eso es todo lo que llevo y con lo que de ahora en adelante debo empezar una nueva vida, aunque la verdad me siento tan extraña, poco comprendida y en especial dolida por las decisiones que tomaron para mi vida, siendo que en ningún momento contaron conmigo o me preguntaron si estaba de acuerdo con eso…
El sol está empezando a salir en el horizonte, mis ojos pican acostumbrándose a la luz, pongo mis puños sobre mis ojos y hago tres movimientos de muñeca. «¿Dónde diablos estoy?»
Doy algunos pasos, pero me devuelvo a preguntarle al conductor en dónde estamos y como es de esperar, pues me mira extraño porque «¿cómo es posible que haya comprado un pasaje sin saber el destino?»
—Mmmm, estamos en Peschici, en Puglia —me contesta y trago saliva, al tiempo que abro los ojos.
—Muchas gracias —me despido y me alejo lo más rápido que puedo porque me está mirando como a una loca.
«¿Ahora qué voy a hacer al otro lado del país y sin conocer a nadie?», siento mi corazón acelerado. Miro para todos lados y apenas el pueblo está despertando, lo que quiere decir que por lo menos estuve más de doce horas viajando, sin comer y no sé cómo, pero sin entrar a un baño.
Llego a una pequeña boutique de ropa, pero se encuentra cerrada, así que mientras espero a que la abran, voy hasta una pequeña cafetería esquinera de donde sale un delicioso olor a pan fresco y café. Pido el baño prestado y la chica que me atiende me mira con el ceño fruncido, lo que me hace voltear los ojos.
«¿Nunca han visto a una novia fugitiva? ¡Hay hasta películas con ese tema!», entro al baño y más ganas de cambiarme de ropa me entran, ya que el tener que levantar esas capas de tela blanca que no me deja ni mirar, me pone los pelos de punta.
Por fin logro comprar algo de ropa cómoda, el vestido de novia, la joven de la tienda no me dejó botarlo, por lo que lo llevo cargando bien doblado dentro de una bolsa de tela… por lo menos ahora no me miran como bicho raro.
Llego hasta un risco de rocas color beige, junto a un castillo de piedra del mismo color, lo que lo hace camuflarse y mimetizarse. Frente a mis ojos está el vasto mar, azul, grande y profundo, se escuchan las olas romper contra las rocas y el viento despeina mi cabello. Algunas pequeñas embarcaciones se ven zarpando seguramente para ir a pescar, porque por la cantidad de lanchas sencillas, es evidente que es un pueblo de pescadores.
Un paso más al frente y siento como la brisa de las olas que rompen contra el risco, cae sobre mi piel… en este momento saco el vestido de la bolsa en que se encuentra y al ver como el viento lo hace mover, lo suelto y empieza su caída al tiempo que vuela un poco, hasta llegar al agua… libre.
Respiro profundo, cierro los ojos y ahora que no tengo a nadie, que no sé qué hacer, ni cómo empezar de cero lejos de mi casa, saltar al vacío y dejarme llevar por el mar, no suena tan mala idea.
Vuelvo a asomar mi cabeza por el borde del risco, viendo como las olas rompen y se me hace un vacío en el interior.
«A la una… a las dos… y a las…», una risa me saca de mis pensamientos.