Orlando, Florida, Estados Unidos: 4 de octubre
Me tiemblan las manos e intento mantenerme quieta para que mi madre termine de abotonar mi vestido de novia y no es para menos, hoy es el día más importante de mi vida; hoy me caso con Fabián. —Ya está— Me deja saber mi madre cuando termina con el ultimo botón y sonrió mientras que me miro al espejo que esta frente a mi.
—No lo puedo creer— Murmuro e intento no llorar al verme con este hermoso vestido y el maravillo maquillaje y peinado que completan mi imagen para el día más importante de mi vida.
—¿Nerviosa? — Pregunta y asiento.
—Mucho, un año planeando y soñando este momento y finalmente ha llegado— Digo y la sonrisa de mi madre lo dice todo.
—Lo sé hija, por fin ha llegado el gran día— Afirma mientras que me giro para verla de frente.
—Gracias por estar conmigo siempre, por ayudarme a planear todo esto y por ser mi gran apoyo— Le digo y si, estoy demasiado feliz y emocionada.
—Siempre estaré para ti hija— Rebate y me abraza con fuerza al igual que yo lo hago con ella —Vamos antes de que tu padre y el novio vengan por ti— Sugiere haciéndome reír.
—Vamos— Accedo y una vez que nos soltamos, ella abre la puerta de esta habitación de hotel para que me encuentre con mi padre.
Su mirada azul se encuentra con la mía color miel, y no hace falta que él me diga ni una sola palabra para que sepa que está completamente emocionado al verme vestida así —Te ves hermosísima hija mía— Me dice intentando no llorar y se acerca a mi para abrazarme con fuerza.
—Gracias, vos también te ves muy bien— Le respondo y sin poder evitarlo lo abrazo con todas mis fuerzas.
—Se te va a arrugar el vestido— Comenta haciéndome reír.
—Eso no importa, nada es más importante que este abrazo— Le dejo saber y tan solo unos minutos después lo suelto para que así salgamos de aquí.
—Te llevare con el novio antes de que me inicie una demanda legal por retener a la novia— Bromea.
—Por más que sea abogado, nunca se atrevería a demandar a su suegro— Rebato sonriente y le guiño un ojo antes de comenzar a caminar por el pasillo rumbo al jardín de este hermoso hotel donde se llevara a cabo la ceremonia nupcial.
—¿Quién lo diría?, mi princesa casándose — Comenta y sé que esto le cuesta mucho más a él que a cualquier otra persona.
—Siempre voy a ser tu princesa— Le dejo saber y de vez en cuando nuestra conversación se ve interrumpida por huéspedes del hotel que me felicitan por la boda.
—Lo sé, tú y tu hermano siempre serán mis dos chiquitos que corrían por la calle y andaban en bicicleta hasta que tu madre y yo prácticamente los obligábamos a regresar a la casa— Dice haciéndome sonreír.
—Te quiero, y gracias por siempre hacer lo mejor para nosotros— Le digo.
—Siempre lo hare— Me deja saber y antes de que las puertas dobles que dan al jardín se abran, él me mira —¿Lista? — Me pregunta y asiento.
—Lista— Le aseguro y con un pequeño gesto, los hombres que están a la puerta abren y puedo escuchar la marcha nupcial sonando a todo volumen mientras que los invitados voltean a mirarme ya estando de pie.
Intento concentrarme en todo el mundo, pero mi mirada tan solo se centra en ese hombre que conocí después de mi accidente de auto hace dos años atrás y que se ofreció a llevar mi caso para demandar a quien me choco. Pienso en como se dio nuestra relación y no puedo dejar de sorprenderme que los dos estemos aquí a punto de casarnos; definitivamente la vida da muchas vueltas.
Sus ojos café están cada vez más cerca a medida que mis pasos van llevándome al altar, escucho los murmullos de los invitados que halagan mi vestido, mi peinado, el maquillaje y demás accesorios que llevo puestos, pero en mi cabeza está solo él. Nuestra distancia desaparece y mi padre es quien une nuestras manos —Cuídala— Le pide y Fabián simplemente asiente para después tomar mi mano y ayudarme a ir frente al altar mientras que por el otro lado mi padre toma asiento junto a mi madre.
—Estoy nerviosa— Susurro cuando estamos parados lado a lado.
—Y yo…— Lo escucho decir, pero debemos callarnos cuando el cura comienza a hablar y contarnos todo lo que significa el matrimonio. Por mi podría evitarse todo este discurso y simplemente ir a las preguntas necesarias, pero sé perfectamente que esto forma parte de la ceremonia y con mucha ilusión escucho sus palabras hasta que la pregunta más importante me es hecha.
—Jianna Llambias, ¿quieres recibir a Fabián Hurtado, como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida? — Me pregunta y sonrió.
—Si, acepto— Respondo con toda esta felicidad que me acoge el alma y miro a mi casi esposo.
—Fabián Hurtado, ¿quieres recibir a Jianna Llambias, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida? — Le pregunta y Fabián simplemente guarda silencio.
—Amor, el cura te ha hecho una pregunta…— Le digo un poco nerviosa y él me toma de las manos y hace que nos miremos frente a frente.
—Jianna, lo siento, no puedo— Dice de la nada y sin darme más explicaciones, suelta mi mano, baja del altar y camina por el pasillo bajo la atenta mirada de todos los invitados y en medio de lo que yo creo que es una pesadilla, una mujer que nunca había visto en mi vida se pone de pie en la ultima fila de asientos, lo toma de la mano y se une a él en los últimos pasos hacia la salida.
《Esto no me puede estar pasando… tiene que ser una pesadilla》
—Hija…— Escucho la voz de mi padre mientras que las lagrimas caen de mi ojos.
No soy capaz de darme cuenta de nada de lo que sucede a mi alrededor, solo puedo sentir está sensación de que nada de lo que estoy viviendo en estos momentos pareciera ser real…
—Hija— Escucho esta vez a mi madre.
Intento reaccionar, pero los murmullos de los invitados me llevan a querer salir corriendo de aquí, me siento avergonzada, humillada… esto no me puede estar sucediendo, ¿Por qué me ha hecho algo así?
《Tengo que salir corriendo de aqui》Es lo único que se me cruza por la cabeza y en medio de este caos emocional que siento en estos momentos, me quito el velo, bajo del altar y miro a mi padre —Dame las llaves del auto— Exijo.
—Hija, por favor… escúchame… sé que es difícil— Intenta decirme.
—¡Que me des las llaves del maldito auto! ¡¿Es tan difícil de entender?! — Grito lo más fuerte que puedo y con algo de dudas él pone las llaves en mi mano y sin decir una sola palabra más, me echo a correr queriendo desaparecerme del mundo.