En la noche anterior, en una aldea remota cerca del reino de Vitra: Después de aquel beso inesperado entre Enzo y la princesa Hella, el cazador de inmediato se alejó de ella porque no podía permitir dejarse llevar por esa mujer demonio que, con sus encantos vampíricos, lo estaba arrastrando a un lugar donde él no deseaba estar. El hombre no podía ocultar el hecho que se excitaba cada vez que Hella le succionaba su sangre, en el fondo, muy en el fondo de su ser encontraba ese acto deleitable. Pero a pesar de eso él sabía que aquella sacudida de placer era un efecto de la propia saliva de Hella, porque ella como todos los vampiros utilizaba esa sensación placentera, para “adormecer” a sus presas. Pero lo que él no deseaba admitir, era que la saliva de los vampiros no tenía el poder suficien