Perspectiva de Esther:
Estaba lloviendo a cántaros, el cielo estaba prácticamente oscuro por las pesadas nubes que había en el cielo. El sonido de los caballos galopando a toda prisa golpeando el suelo lodoso, hacían juego con el ruido de la tormenta que cernía sobre nosotros. Las pesadas gotas de lluvia caían sobre mi rostro, pero a causa de la velocidad con la que iban mis captores, ni siquiera me permitían abrir los ojos para ver el camino que recorría. En ese momento me encontraba en una carreta sin techo, con cuatro desdichadas muchachas que me acompañaban en mi incierto destino.
Todas tenían expresiones de terror en sus rostros, porque las cinco habíamos sido raptadas por guardias del castillo de los reyes vampiros que nos gobernaban, ninguna de nosotras tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero lo que si estábamos seguras era que nos encontrábamos en nuestras últimas horas de vida. Todas sabíamos que estas carretas que iban rumbo al castillo, eran sinónimo de una muerte lenta y dolorosa en manos de los demonios que nos gobernaban, por eso era entendible ver como la única expresión que mostraba nuestros rostros, era el terror y la desesperanza.
Tenía miedo, demasiado, a decir verdad, sentía como el corazón se me iba a salir por la boca, mis manos temblaban, pero no sabía si era a causa del frío o del terror de no saber que tan horrible y tortuosa seria la forma como iba a morir. Sin embargo, a pesar de eso me encontraba en silencio, a diferencia de mis compañeras que chillaban sin consuelo, y algunas rezaban plegarias rogando ser escuchadas por algún ser superior que lograra sacarnos de este infierno. Y así, en medio de la desesperación puedo ver como una de las chicas que no deseaba terminar siendo comida de vampiros, se lanza de la carreta saltando como toda una suicida que prefería quitarse la vida ella misma, a terminar en las frías manos de esos demonios disfrazados con piel humana. Cuando eso ocurrió, la carreta se detuvo abruptamente, ocasionando que el resto de las chicas y yo nos chocáramos una con la otra, mientras uno de los tres guardias se acercó a nosotras, dándonos fuertes cachetadas como si hubiésemos sido las culpables porque esa chica se lanzara a morir por cuenta propia.
—¡Amárrenlas a la carreta, así ninguna cometerá la estupidez de lanzarse!, agradezcan que el rey nos pidió que llegaran sin un rasguño, porque de lo contrario las dejaría inconscientes a todas de la golpiza que se merecen, humanas inútiles —nos grita aquel vampiro con un tono de voz lleno de rencor.
Sin perder tiempo, otro guardia se sube a la carreta con una larga cuerda para amarrar muy fuerte nuestras manos sobre los bordes de la carreta. Las cuerdas estaban tan apretadas, que siento como mis manos se ha cortado la circulación. Duele mucho, pero prefiero no quejarme porque no deseo que me golpeen más. Para sorpresa y terror de todas, logran encontrar a la chica que se lanzó de la carreta, estaba hecha un desastre: llena de raspones por todos lados, y juzgando como se veían sus piernas se las había fracturado, pero, para su mala suerte, no había muerto.
—Esta ya no sirve para el rey, pero nos servirá de cena esta noche —dice uno de los guardias con una sonrisa malvada en su rostro.
Yo abro mis ojos a mas no poder viendo como la chica que pretendió salvarse, al final terminó en el destino que decidió huir, eso me hizo pensar: «no hay escapatoria, vamos directo a la muerte» me digo a mí misma pensando que al menos había tenido una vida medianamente feliz durante dieciocho años.
Mis padres, habían decidido llamarme Esther, porque decían que ese era el nombre de una reina. Siempre que ellos decían eso me causaba risa, porque en el mundo donde vivíamos, los vampiros y los lobos eran los reyes de todo, mientras que nosotros los humanos éramos la principal fuente de alimento para los vampiros, y un medio de entretenimiento de los licántropos que nos cazaban como deporte y diversión. Por ese motivo los vampiros “nos protegían” de sus eternos rivales, solamente porque éramos su comida preferida, a diferencia de los lobos que solo éramos vistos ante sus ojos como una especie de juguete que usaban para divertirse, o quizás para molestar a sus enemigos de pieles pálidas.
Todos los pocos humanos que quedaban vivíamos en el reino de los vampiros, una tierra que durante los 365 días que tenía el año, 200 días llovía y el resto nevaba, siendo ese un ambiente perfecto para que nuestros gobernantes pudieran pasearse por sus dominios sin temor a los rayos del sol. Yo vivía a las afueras del reino, en una pequeña aldea agrícola que estaba alejada del bullicioso pueblo cercano al castillo. Mis padres y yo éramos granjeros; cultivábamos betabel, y zanahorias, además criábamos cerdos que era lo único que podíamos tener sin ningún inconveniente. En mi pequeña aldea solamente vivían cinco jóvenes, incluyéndome; vivíamos con nuestras familias que ya no existían porque fueron brutalmente asesinadas por nuestros captores que, nos llevaban rumbo a nuestro destino fatal. Era normal, después de todo, era muy extraño cuando un humano tan simple como todas nosotras teníamos largas vidas.
Y así varios minutos mas tarde, nos desataron y bajaron de las carretas, sin embargo, todavía no habíamos llegado al castillo. A todas nos ataron una vez más una detrás de la otra para que camináramos en fila, jalándonos con tanta fuerza que varias chicas y yo caímos en el lodoso suelo frío, pero luego con un solo jalón nos volvieron a poner de pie para que siguiéramos caminando a quien sabe qué lugar, porque en ese instante nos estábamos adentrando a un bosque. Ese tipo de lugares era peligroso, porque los hombres lobos les encantaban entrar ahí para cazar humanos y animales de bosque, pero según las conversaciones entre los guardias, las chicas y yo escuchamos que ahora ellos se encontraban en tregua. ¿En tregua? ¡Imposible!, los hombres lobos y los vampiros eran enemigos naturales, pero ahora sorpresivamente ya no lo eran, ¿Por qué?
***
Caminamos y caminamos durante horas hasta el anochecer y conforme mas nos adentrábamos, el camino se hacía más difícil y pantanoso. Mi vestido viejo estaba lleno de lodo, y mi rostro también, debido a las ocasiones cuando me limpiaba el sudor de mi frente con mis manos sucias. Me dolían las piernas, las manos, y mi corazón porque ya todo estaba perdido para mi y mis compañeras de infortunio. Pero luego vimos que nos acercábamos a un pequeño castillo que jamás había visto, seguramente era territorio de los reyes, porque ellos eran los únicos que podían tener semejantes construcciones, y fue ahí cuando muchas comenzaron a llorar porque nuestra hora final ya se acercaba, pero a pesar de eso, yo no deseaba llorar, no quería que mis últimos momentos de vida fueran tristes. Estaba asustada, por supuesto que sí, pero a pesar de todo decidí traer a mi memoria buenos recuerdos, para sentir que mi vida no fue en vano, y que al menos fui feliz.
Cuando llegamos al castillo, vi con sorpresa como más chicas estaban ahí presentes ¡No éramos las únicas!, había un total de sesenta, todas igual de lamentables, cansadas y tristes como mis compañeras y yo. Sin esperar mucho, a todas nos llevaron por otro lado del castillo, era evidente que íbamos rumbo a los calabozos, porque nos guiaron por un pasadizo secreto que era iluminado con antorchas. Conforme íbamos bajando esas escaleras, se podía sentir como ahí dentro estaba mas frío que afuera, y cuando llegamos el calabozo estaba iluminado con mas antorchas que nos permitieron ver lo que ocurría con claridad.
Con mucho asombro vi al rey Dorian, la reina Isabella y la princesa Hella, los amos y señores de esas tierras y de nuestras vidas. Cuando nos vieron llegar, se voltearon para vernos a todas con una mezcla de asco y asombro, quizás porque todas nosotras estábamos hechas un desastre, a diferencia de ellos, con sus trajes reales, sus joyas y todo lo demás, lucían como dioses al lado de nosotras. De inmediato nos pusieron de rodillas ante ellos con la vista baja para que ninguno se atreviera a verle el rostro, porque estaba prohibido hacerlo, hasta el día de hoy no sabía por qué. En mi posición de rodillas y con la vista en el suelo, temblaba del miedo viendo como las botas de cuero del rey se paseaban de un lugar a otro viéndonos. De reojos pude ver como él se acercaba a cada una de mis compañeras, sujetándoles el rostro con violencia, verificando “la calidad” de todas esas jóvenes como si fuéramos un objeto, mientras decía:
—No sirve, esta tampoco sirve… esta menos. Llévenselas de aquí, extráiganles toda la sangre y viértanlas en los jarros reales. Tampoco vamos a desperdiciar este néctar lleno de juventud —escucho que el rey dice esas palabras, que solo hacen que mi piel se erice del miedo que siento.
«Así será mi final, está bien, lo acepto… no está tan mal. Quizás mi nombre Esther significa: comida de reyes» pienso para tratarle de ver el lado divertido al asunto, aunque ciertamente no existía ninguno.
Cuando llegó mi turno, el rey me sujetó el mentón con violencia, fue ahí cuando pude ver su rostro claramente. Su cara era perfecta, como todos los vampiros, era un hombre hermoso, su cabello era oscuro, sus facciones simétricas, y encima de su cabeza ostentaba esa corona de oro y piedras preciosas para dejar en claro a todos quien era él, sin embargo, esa mirada sin vida en aquellos ojos oscuros delataba su verdadero ser. El rey se tomó su tiempo mirándome, me volteaba el rostro de lado a lado, incluso me abrió la boca para ver mis dientes, podía sentir sus dedos fríos estirando mis labios, y después con mucha facilidad me levantó sujetándome un brazo con violencia, mientras Hella, la princesa vampiro, se acercó también para verme de pies a cabeza. Al instante yo bajé mi mirada al suelo porque me sentía tan poca cosa al lado de esos reyes que no dejaban de inspeccionarme de una manera que incomodaría a cualquiera, quizás yo sería la que tendría la muerte mas dolorosa, de eso no había dudas.
—Ella será la elegida para tomar tu lugar, Hella. Llévensela, el resto mátenlas—dicta el rey mientras dos guardias me toman con fuerza sacándome de ahí.
¿Tomar su lugar? ¿de qué estaba hablando el rey? ¿Cómo iba a ser posible que una humana pudiera tomar el lugar de una vampira? ¿A dónde me llevaban? No tenía la mayor idea, y eran tantas las preguntas que tenía en ese instante que, decidí guardar la calma, porque de lo contrario iba a caer en la desesperación por no saber lo que me ocurriría.