La mirada de Lucas era una mezcla de seriedad y desprecio, su semblante estaba impregnado de una frialdad glacial. —¿Crees que estoy jugando? —gruñó—. Coge tus cosas y lárgate. Esther tragó saliva, su cuerpo se quedó paralizado por segundos. —Yo p**o el alquiler…—susurró cuando la voz le volvió. —Pero este cuarto lo consiguió mi amigo. Así que te vas —gruñó Lucas, agarrándola del brazo y lanzándola a la calle como si fuera un paquete inútil. Esther se recargó en uno de los muros, empezó a llorar, su madre había tenido razón y ahora, no tenía la cara, ni el valor del regresar a su lado. —¿Qué voy a hacer? —cuestionó sollozando. **** Durante el resto de la noche, Mercedes se quedó al lado de Miguel, con una dedicación que lo conmovió profundamente. Juntos, compartieron risas, con