Capítulo 16

1685 Words
Heider Habían pasado horas desde que Orión y los demás partieron para ayudar a la aldea que había sido atacada. La espera se sentía interminable, y cada minuto que pasaba la ansiedad aumentaba en mí ya inquieto corazón. Estaba sola, sentada en el frío y duro suelo cerca de la puerta del búnker, abrazando mis rodillas contra mi pecho, tratando de encontrar un poco de calor en el aire helado de la noche. La soledad de la espera era abrumadora. El silencio del búnker, roto ocasionalmente por el sonido del viento que soplaba a través de los árboles cercanos, se hacía cada vez más opresivo. Mis pensamientos iban y venían, oscilando entre la preocupación por la seguridad de Orión y los demás. Fue en medio de estos pensamientos cuando una joven se me acercó. Su aproximación fue tan silenciosa que casi me sobresaltó. Levanté la mirada y vi a una chica que no debía tener más de veinte años, con los ojos llenos de una mezcla de miedo y desesperación. —¿Eres Heider? —preguntó con una voz que temblaba ligeramente. —Sí, soy yo. ¿Puedo ayudarte? —Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía en ese momento. La joven se sentó a mi lado, manteniendo una distancia respetuosa. —He oído hablar de ti, —comenzó, mirando hacia el suelo. —Dicen que eres buena con las hierbas y los brebajes. Necesito tu ayuda. Su petición me sorprendió, pero también me dio un propósito, algo en lo que concentrarme mientras esperaba el regreso de Orión. —¿Qué necesitas? —pregunté, mi curiosidad despertada. —Mi hermano... está enfermo, —explicó, y pude ver la preocupación en sus ojos. —He probado todo lo que sé, pero nada funciona. Tal vez tú pudieras hacer algo. —Llévame a él, —dije, levantándome. —Veré qué puedo hacer. Mientras caminábamos juntas hacia el búnker, la joven se presentó con timidez. —Mi nombre es Elisa, por cierto, —dijo, mirando hacia el suelo como si le costara hacer contacto visual. —Eres la compañera de Alfa Declan, —susurré al oír su nombre. —Sí, lo soy, —confirmó con una sonrisa en sus labios. —Pero Declan... él no sabe que mi hermano está tan grave. No quería preocuparlo con esto. —Entiendo, —dije, dándome cuenta de la carga que Elisa debía estar llevando. Al llegar, vi a un joven tendido en una cama improvisada, con la piel pálida y los labios secos. Elisa se acercó a él con cuidado, su amor de hermana evidente en cada gesto. El estado del chico me preocupó profundamente. Al tocarlo, sentí el frío de su piel y noté que su respiración era tan tenue que casi parecía ausente. Era evidente que su situación era crítica. —Lo lastimaron cuando veníamos hacia aquí, —susurró Elisa, su voz llena de angustia. —No ha despertado desde entonces. Mientras examinaba sus heridas, una voz familiar resonó en mi mente, la voz de la Bruja Madre. —Él está decidiendo, —me susurró. —Él quiere volver, pero no encuentra el camino... —¿Qué puedo hacer? —pregunté en voz baja, casi para mí misma, sabiendo que la Bruja Madre me escucharía. —Ayúdalo a volver, —fue su respuesta, antes de que su presencia se desvaneciera en el aire. Sabía lo que tenía que hacer. Me volví hacia Elisa. —Tráeme una vela y enciéndela, —le pedí, recordando un ritual que Eira, otra maestra bruja, me había enseñado para situaciones como esta. Elisa rebuscó rápidamente en un cajón cercano a la cama y sacó una vela, que encendió con manos temblorosas. La llama titiló en la penumbra de la habitación, proyectando sombras danzantes en las paredes. Susurré unas palabras en un lenguaje antiguo invocando luz y guía para el espíritu del chico. El aire en la habitación parecía vibrar con la energía del hechizo, y la llama de la vela brilló un poco más fuerte. Elisa y yo nos quedamos en silencio, observando, esperando algún signo de cambio. La espera era tensa, pero había una chispa de esperanza en la habitación. Si el ritual funcionaba, tal vez podríamos traerlo de vuelta del umbral entre la vida y la muerte. La luz de la vela oscilaba, como si estuviera respondiendo a las palabras que susurré. El rostro del chico, antes pálido y sin vida, comenzó a mostrar signos de calidez. Su respiración, todavía débil, se hizo más regular y su frente comenzó a sudar ligeramente, signos alentadores de que estaba luchando por volver. Elisa, a mi lado, observaba con los ojos muy abiertos, sus manos apretadas en una plegaria silenciosa. Después de lo que parecieron horas, pero solo fueron unos minutos, el chico dio un suspiro profundo y sus párpados empezaron a temblar. Finalmente, abrió los ojos. Aunque su mirada estaba nublada y confundida, era evidente que había regresado del umbral de la muerte. —Lo hiciste, Heider, —susurró Elisa, su voz llena de asombro y gratitud. —Le salvaste la vida. Mientras observaba al chico recuperar lentamente su consciencia, mi mente no dejaba de dar vueltas alrededor de Octavia y su misteriosa ausencia. Era extraño, realmente extraño, que no se hubiera manifestado en forma espiritual, sobre todo si consideramos la fuerte conexión que tenía con Orión. Si realmente hubiera muerto, lo lógico sería que su espíritu hubiera buscado estar cerca de él, pero no había ni rastro de su presencia. —Ella no está preparada, —dijo suavemente la voz de la Bruja Madre, —ella está... —Sí, pero si encontráramos su cuerpo, aún después de tanto tiempo, ¿podría traerla a la vida? —interrumpí, ansiosa por encontrar alguna esperanza, alguna posibilidad de devolverle la vida a Octavia. La Bruja Madre suspiró, y su voz se hizo más tenue, como si se alejara. —Sabes que así no funcionan las cosas, pequeña, —dijo, y su tono llevaba un peso de verdad que no podía ignorar. Sus palabras me dejaron pensativa, con un sentimiento de impotencia. Si Octavia realmente había muerto, y su espíritu no estaba listo para pasar al otro lado o para manifestarse, entonces ¿qué podíamos hacer? ¿Había alguna manera de alcanzarla, de ayudarla, o incluso de traerla de vuelta? Decidí mantener mis pensamientos y teorías para mí por el momento. No quería decirle nada a Orión hasta que tuviera algo más concreto. La última cosa que deseaba era darle falsas esperanzas. La ausencia de Octavia, su falta de aparición en cualquier forma espiritual, era desconcertante y planteaba más preguntas que respuestas. Si Octavia se hubiera presentado en espíritu, tal vez podría haber ayudado a Orión a encontrar un cierre, a procesar su duelo y seguir adelante. Pero su silencio total era un enigma. Me pregunté si su ausencia indicaba algo más, algo que aún no entendíamos. La experiencia de haber ayudado al chico a volver de las garras de la muerte había dejado en mí una profunda impresión. Sabía que tenía habilidades especiales, una conexión con lo espiritual que me permitía comunicarme con entidades más allá del mundo físico. Pero a pesar de estas capacidades, la duda seguía rondando en mi mente: ¿estaba realmente preparada para enfrentar y explorar las profundidades completas de mis dones? Me detuve un momento, reflexionando sobre mis propias limitaciones y el potencial que aún no había explorado completamente. Había momentos en los que sentía que apenas había arañado la superficie de lo que podía hacer. La magia, el espiritismo, el misterioso mundo de lo sobrenatural eran vastos y complejos, y a veces me sentía abrumada por las posibilidades y responsabilidades que conllevaban. —Aún hay tanto que aprender, —murmuré para mí misma. Había una parte de mí que anhelaba sumergirse más profundamente en estos misterios, descubrir los secretos ocultos y las capacidades que yacían en lo profundo de mi ser. Pero también había miedo, una cautela ante lo desconocido y el poder que podría desatar. Decidí que lo mejor sería avanzar paso a paso, expandiendo mis habilidades y mi comprensión de manera gradual y cuidadosa. Si iba a explorar más a fondo mis dones, quería estar segura de que podía controlarlos y usarlos sabiamente. Mientras regresaba a la puerta del búnker para seguir esperando a Orión y los demás, mis pensamientos estaban enredados en las palabras de la Bruja Madre y en las enseñanzas de Eira. Sabía que contaba con su apoyo para profundizar en el conocimiento de mis habilidades, pero también era consciente de que su presencia en este mundo era temporal, que en algún momento tendrían que partir hacia un plano más allá del alcance humano. Perdida en estas reflexiones, no me percaté de que alguien me estaba esperando cerca de la puerta del búnker. Levanté la vista, esperando ver a Orión o a alguno de los otros, pero en su lugar, me encontré con una figura que no esperaba: Robert. Su aparición fue tan sorpresiva como desconcertante, especialmente considerando su reciente muerte. —Las cosas no son como parecen, hay algo que no nos deja hablar, no quieren que sepan la verdad sobre ella... —Las palabras de Robert fueron apenas un susurro, llenas de un misterio inquietante. Antes de que pudiera preguntarle más, su figura se desvaneció, dejándome sola con más preguntas que respuestas. Recordé entonces las ocasiones anteriores en las que los espíritus habían intentado comunicarse conmigo, cómo en momentos críticos, justo cuando estaban a punto de revelar algo importante, la conexión se rompía, desapareciendo sin dejar rastro. Era frustrante y desconcertante, un patrón que sugería que había fuerzas trabajando activamente para impedir que ciertas verdades salieran a la luz. ¿Qué verdad estaban tratando de ocultar? ¿Y quién o qué estaba detrás de este velo de silencioso? Me quedé en la puerta del búnker, mi mirada fija en el camino por donde eventualmente regresarían Orión y los demás. Sabía que tenía que ser cautelosa con cómo manejaba esta información. Había verdades ocultas esperando ser descubiertas, y estaba decidida a llegar al fondo del asunto, por peligroso que pudiera ser.
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