Capítulo 20

1640 Words
Lucien Caminé por los pasillos del palacio, sintiendo cada paso como un eco en la inmensidad de mi ser dividido. El encuentro con Octavia había despertado algo en mí que había estado latente, algo que había estado luchando por suprimir desde que recuperé mis recuerdos bajo la influencia de la Diosa Luna. Al ver a Octavia alejarse después de nuestro breve acercamiento, algo dentro de mí se agitó dolorosamente. Mi corazón, que había estado silencioso y frío desde mi transformación, había latido de nuevo, un recordatorio de la humanidad que aún luchaba por existir en algún rincón de mi ser. Sentí una ola de emociones que no podía ni quería entender completamente. —No puedo permitirme esto, —me dije a mí mismo, intentando reafirmar el control que había ejercido sobre mi propia existencia. La parte humana de mí, aquella que recordaba y anhelaba los momentos compartidos con Octavia, era un riesgo, un peligro para el propósito que me había impuesto. Los pasillos del palacio parecían interminables, y el sonido de mis pasos resonaba en ellos, un recordatorio constante de mi soledad y mi conflicto interno. A medida que avanzaba hacia mi habitación, las sombras de las antorchas en las paredes se contorsionaban como si reflejaran la batalla que se libraba en mi interior. Una vez en mi habitación, cerré la puerta detrás de mí y me dejé caer en una silla, mi cabeza en mis manos. La habitación estaba sumida en penumbras, un reflejo perfecto de mi estado de ánimo. —¿Qué estás haciendo, Lucien? —murmuré para mí mismo, luchando con la dualidad de mis emociones y mi naturaleza. La humanidad que había sentido al estar cerca de Octavia era un peligro, pero también era una tentación. Una parte de mí anhelaba volver a esos momentos de conexión, a esa sensación de normalidad que Octavia representaba. Pero otra parte de mí sabía que ceder a esos sentimientos era traicionar el propósito que la Diosa Luna había establecido para mí. —Eso mismo me pregunto yo, ¿qué estás haciendo Lucien? —La aparición repentina de la Diosa en mi habitación me sobresaltó, aunque mantuve una fachada de indiferencia. Su presencia era imponente, una mezcla de belleza y peligro que siempre me mantenía alerta. —No sé de qué hablas, —respondí con frialdad, intentando ocultar cualquier indicio de las emociones que acababa de experimentar por Octavia. —Te has estado divirtiendo con tu mascota y lo entiendo, pero me has dejado sola mucho tiempo, —dijo la ella, su voz seductora enviando un escalofrío por mi espina dorsal. Había un tono de posesividad en sus palabras que me recordaba el peligroso juego de poder en el que estaba inmerso. —Tú no me has buscado bien, —contesté, tratando de mantener la situación bajo control. Me quité la camisa que llevaba puesta, una acción que tenía tanto de desafío como de distracción. La Diosa Luna se acercó a mí con una gracia felina, sus manos se deslizaron alrededor de mi torso desnudo. Sentí sus labios recorriendo lentamente mi pecho hasta llegar a mi cuello, cada beso una mezcla de deseo y dominación. Su cercanía era abrumadora, y a pesar de la tensión interna que sentía, no podía negar la atracción física que ejercía sobre mí. Era una persuasión que había aprendido a usar en mi beneficio, un juego peligroso de seducción y manipulación. Pero en mi mente, la imagen de Octavia aún estaba fresca, su presencia un recuerdo constante de la humanidad que luchaba por mantenerse viva en mí. La Diosa, con su poder y su seducción, representaba todo lo contrario de lo que Octavia significaba para mí. Mantuve la compostura, respondiendo a sus besos con una mezcla de pasión calculada y distancia emocional. Sabía que debía jugar bien mis cartas, manteniendo el equilibrio entre complacerla y proteger ese rincón de humanidad que Octavia había despertado en mí. —Eres todo lo que deseo, —murmuró la Diosa Luna, sus palabras un susurro seductor. —Y tú eres todo lo que necesito, —respondí, aunque en mi corazón sabía que la verdad era mucho más complicada. —¿Estás seguro de eso? Porque puedo sentir que ella te ha hecho algo... —me susurró, su voz era una mezcla de curiosidad y advertencia. —Es solo un entretenimiento, sabes que me gusta jugar con la mente de mis mascotas, —ronroneé, manteniendo el tono despreocupado y seductor. En ese momento, la levanté por los muslos, llevándola más cerca de mí. Su cercanía era abrumadora, pero sabía exactamente lo que ella quería, y estaba dispuesto a dárselo si eso significaba desviar su atención de Octavia. Ella respondió a mi acción con un gemido suave, sus ojos reflejando tanto deseo como satisfacción. Su agarre en mí se afianzó, sus uñas se clavaron ligeramente en mi piel, un recordatorio del poder que ejercía sobre mí y sobre nuestro entorno. Mientras me entregaba al juego de seducción con la Diosa Luna, una parte de mí no podía evitar sentirse como un traidor. Cada gesto, cada caricia, se sentía como una traición a la conexión que había sentido con Octavia. Pero sabía que este era el juego que debía jugar por ahora, un juego peligroso pero necesario. Cada beso, cada toque, era una máscara que me ponía, un papel que desempeñaba para mantener a salvo a Octavia y para preservar ese pequeño resquicio de humanidad que ella había reavivado en mí. La Diosa podía tener mi cuerpo en estos momentos, pero mi mente y mi corazón estaban en otro lugar, divididos entre el deber y el deseo, entre la oscuridad y la posibilidad de una luz que aún no podía alcanzar. —Sabes que la mataré... —dijo ella, su voz tranquila pero llena de una certeza mortal mientras yacíamos en la cama. Su mano se deslizaba sobre mi pecho, un gesto que buscaba tanto posesión como intimidad. —Lo sé, pero te pediría que me dejaras jugar un poco más, —respondí, intentando ganar tiempo, cualquier cantidad de tiempo, para Octavia. La Diosa me miró a los ojos, una mirada que era tanto calculadora como curiosa. —¿Sabes? Ella tendría que estar muerta, no podría haber aguantado cuando le robé a su loba... —Su comentario me sorprendió. Era la primera vez que mencionaba algo así. —Matando a su loba, querrás decir, —dije, mi voz teñida de intriga. Estaba intentando averiguar más, cualquier detalle que pudiera ayudarme a entender mejor la situación y, quizás, encontrar una manera de salvar a Octavia. —Dije lo que dije y punto. —me respondió, su voz fría como el hielo —Lo que importa es que ella no puede seguir viviendo, y tienes que hacerte a la idea de eso, —se levantó de la cama, su postura imponiendo una distancia entre nosotros. —Olvídate de ella, o yo tendré que obligarte a hacerlo. —Sí, lo haré, —dije, ocultando el miedo que sus palabras me habían generado. Era un miedo no solo por Octavia sino también por lo que yo mismo podría perder en este proceso. La Diosa Luna continuó hablando mientras se vestía, cambiando el tema a los rebeldes y a sus planes para consolidar su poder. —Hay movimiento de los rebeldes, he intentado ser buena con ellos, pero se nos está yendo de las manos. Vamos a tener que poner mano dura, Lucien, este es mi mundo ahora, nadie puede desafiarme. —¿Qué propones hacer? —pregunté, incorporándome en la cama. Necesitaba saber cuáles eran sus planes, entender hasta dónde estaba dispuesta a llegar. —Todavía no tengo mis poderes completos, necesito esperar al próximo eclipse lunar para realizar el ritual de amplitud, después de eso veremos. —Con esas palabras, salió de mi habitación, dejándome solo con mis pensamientos. Me quedé solo, pensando en sus palabras. El próximo eclipse sería en un mes, y eso me daba algo de tiempo. Tiempo para pensar, para planear. Tiempo para encontrar una manera de proteger a Octavia y tal vez, encontrar una solución a esta situación imposible. La urgencia de la situación con Octavia y la amenaza de la Diosa Luna me empujaban hacia un límite que no había explorado antes. En ese momento, una claridad inesperada me golpeó, como un rayo de luz atravesando la oscuridad que me rodeaba. La realización llegó a mí no como un susurro, sino como un grito ensordecedor. Acepté, finalmente, que mi corazón latía por Octavia. Acepté los sentimientos que ella generaba en mí, esos sentimientos que había intentado negar, enterrar y olvidar. Era como si una parte de mí que había estado adormecida durante tanto tiempo despertara con una urgencia abrumadora. En ese instante, abracé el amor que sentía por Octavia. Era un amor que trascendía la lógica, el deber y las expectativas. Era un amor que, hasta ese momento, había temido reconocer por completo. Pero ahora, frente a la posibilidad de perderla para siempre, ese amor se convirtió en la fuerza más poderosa dentro de mí. Con esa epifanía, sentí como si un peso se levantara de mis hombros. No había más dudas, no más indecisiones. Estaba decidido a hacer todo lo necesario para proteger a Octavia, incluso si eso significaba enfrentarme a la Diosa Luna o a cualquier otro enemigo. La protección de Octavia no era solo una necesidad desesperada del humano en mí; era mi propio deseo, mi propia elección. En ese momento de absoluta claridad, tracé un plan. No sería fácil, y estaba lleno de peligros y variables desconocidas, pero estaba decidido a seguir adelante. Mi amor por Octavia, ese sentimiento puro y poderoso, sería mi guía a través de las sombras y desafíos que tenía por delante. Me levanté de la cama, mi cuerpo y mi mente energizados por la nueva determinación que me llenaba.
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