Capítulo 22

1776 Words
Lucien Mientras me deslizaba sigilosamente entre los estantes polvorientos de la biblioteca personal de la Diosa Luna, cada libro que tocaba parecía susurrar secretos antiguos y oscuros. La biblioteca, un laberinto de conocimiento prohibido, estaba iluminada por tenues velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes. El aire estaba cargado con el olor a pergamino viejo y tinta, un aroma que me resultaba extrañamente reconfortante en mi búsqueda clandestina. Finalmente, mi persistencia dio frutos. Encontré una página que detallaba el ritual de amplitud, las palabras exactas que la Diosa Luna necesitaba pronunciar para despertar sus poderes por completo. Con un rápido vistazo a mi alrededor para asegurarme de que estaba solo, arranqué cuidadosamente la hoja del libro y la escondí dentro de mi chaqueta. Luego, coloqué el libro en su lugar, asegurándome de que no pareciera tocado. Me moví entre las sombras con una habilidad nacida de años de práctica, evitando que cualquier sirviente o guardia me detectara mientras me dirigía a la sala de reuniones. La Diosa Luna nos había convocado para discutir estrategias, y sabía que debía presentarme con la información que acababa de descubrir. —Hemos descubierto y atacado un Búnker dónde se encontraban escondidos mis hijos traidores, —siseó la Diosa Luna con una frialdad que heló el aire. Su voz resonaba con un poder que hacía temblar las mismas paredes de la sala. En su discurso, la Diosa había declarado a los hombres lobo como traidores, evidenciando su deseo de exterminarlos, tal como había hecho con los humanos. Su ambición era clara: quería dominar el continente y, eventualmente, extender su reinado de terror al resto del mundo. La ausencia de oposición de las brujas, quienes se mantenían al margen, parecía darle vía libre para sus planes. La reunión continuó, y mientras los demás discutían tácticas y planes, yo me concentraba en mis propios pensamientos. La hoja arrancada de aquel libro antiguo pesaba en mi bolsillo como un secreto oscuro, un arma que podría cambiar el curso de esta guerra. Mientras la Diosa Luna continuaba hablando, una parte de mí se enfocaba en sus palabras, analizando cada detalle, cada estrategia. Pero mi mente, inevitablemente, se desviaba hacia pensamientos más oscuros y dolorosos. Su petición de mis servicios después de la reunión era algo que ya anticipaba, pero no dejaba de ser una carga. Tras la reunión, cumplí con lo que ella demandaba, pero cada momento era una tortura para mi alma recién descubierta. Cada gemido, cada grito con mi nombre, no era más que un recordatorio de lo que realmente deseaba y lo que había perdido. En esos momentos, la imagen de Octavia aparecía en mi mente, evocando recuerdos de nuestros encuentros. Recordaba cada detalle, cada caricia forzada, cada mirada amenazante. Pero esos recuerdos estaban manchados por el dolor de saber cómo había abusado de ella, cómo había desaprovechado la oportunidad de simplemente amarla. La culpa y el arrepentimiento me consumían. Había dejado que mi naturaleza vampírica tomara el control, permitiendo que mis instintos más oscuros y destructivos guiaran mis acciones con ella. La había lastimado, la había traicionado, y ahora, en la soledad de mi ser, enfrentaba la magnitud de mis errores. Reflexionando en la quietud de la noche, me di cuenta de lo ingenuo y simplista que había sido mi plan original con Octavia. Ahora, con una comprensión más profunda de mis sentimientos por ella, veía cuán vano había sido mi intento de oprimir la faceta humana de mi ser. No podía simplemente apagar esa parte de mí y dejar que la otra tomara el control. Mis emociones, mis deseos y mi naturaleza estaban intrínsecamente entrelazados, y cualquier intento de dividirlos solo resultaba en más conflicto y sufrimiento. El amor que sentía por Octavia no era algo que pudiera ser manejado o controlado por una parte de mí y no por la otra. Era un sentimiento que me consumía por completo, un fuego que ardía en cada fibra de mi ser, tanto humano como vampiro. Y con esa comprensión, supe que mi enfoque tenía que cambiar. Decidí que, a partir de ese momento, dejaría dominar a la parte humana de mi ser, la que aún albergaba emociones genuinas y compasión, fuera la que interactuara con Octavia. Permitiría que ese lado de mí, el que había sentido amor real por ella, el que lamentaba profundamente el dolor que le había causado, se encargara de nuestras interacciones. Sería esa parte de mí la que buscaría su perdón, la que intentaría sanar las heridas que había infligido. Al mismo tiempo, mi naturaleza de vampiro, esa parte fría y calculadora, se dedicaría a protegerla. Usaría mi fuerza, mi astucia y mi poder para asegurar su seguridad, para defenderla de cualquier amenaza que se cerniera sobre ella. Sería su escudo contra los peligros del mundo que habíamos creado, un mundo de sombras y sangre donde la Diosa Luna reinaba con un puño de hierro. Con determinación renovada y un plan formado en mi mente, me dirigí rápidamente hacia la celda de Octavia. Mis pasos eran firmes y decididos, cada uno llevándome más cerca de ella, de la oportunidad de redención, de una nueva vida juntos lejos de la oscuridad que nos había consumido. La idea de enfrentar a Octavia, de revelarle mis verdaderos sentimientos y mis planes, me llenaba de una mezcla de miedo y esperanza. No sabía cómo reaccionaría ella, pero sabía que tenía que arriesgarme. Llegué a su celda, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Tomé un momento para respirar profundamente, tratando de calmar la tormenta de emociones que me agitaba. Después de un instante, abrí la puerta de la celda lentamente. Allí estaba Octavia, su presencia era como un faro en la oscuridad de mi existencia. A pesar de las circunstancias, se veía fuerte, su espíritu indomable aún brillaba en sus ojos. Me miró con sorpresa y cautela, consciente de la complejidad de nuestra relación. —Octavia, —comencé, mi voz más suave de lo que esperaba. —He venido a decirte que... podemos salir de esto. Vi cómo sus ojos analizaban mi rostro, buscando la verdad en mis palabras. Había tanto que quería decirle, tantas disculpas que quería ofrecer, pero sabía que las acciones hablarían más fuerte que cualquier palabra. —Lucien, ¿cómo puedo confiar en ti después de todo lo que ha pasado? —su voz era firme, pero en sus ojos vi un atisbo de la esperanza que yo sentía. —Te entiendo, cielo, y no espero que confíes en mí de inmediato. Pero te prometo, desde lo más profundo de mi ser, que te protegeré con todo lo que tengo. No permitiré que nadie te haga daño. Había una sinceridad en mis palabras que esperaba que ella pudiera sentir. Era un voto, una promesa de un futuro mejor, lejos de la sombra de la Diosa Luna y de las atrocidades que habíamos vivido. Octavia me miró en silencio, evaluando mis palabras, mi intención. En su mirada, vi una mezcla de desconfianza, dolor y, en algún lugar profundo, un destello de esperanza. —No puedo prometerte nada, Lucien, —dijo finalmente. —Pero estoy dispuesta a escuchar lo que tienes que decir. Ese pequeño gesto de apertura fue todo lo que necesitaba. Con cuidado, comencé a hablarle de mis planes, de cómo podríamos escapar y buscar un nuevo comienzo, lejos de todo y todos. Mientras hablaba, sentí que una puerta se abría entre nosotros, una oportunidad para redimirnos y reconstruir lo que habíamos perdido. Era un comienzo frágil, pero era un comienzo, y estaba decidido a hacer todo lo posible para convertirlo en una nueva realidad para nosotros. —Entonces, ¿la Diosa Luna no tiene sus poderes al máximo? —había preguntado ella, intentando comprender la situación. Le expliqué que la Diosa Luna aún necesitaba realizar un ritual para alcanzar su plena capacidad, y que ese momento no llegaría hasta dentro de tres semanas. —Tiempo suficiente para que ya no estemos aquí, —afirmé con confianza. La idea de huir juntos, de comenzar una nueva vida lejos de este lugar maldito, se sentía cada vez más real y posible. Fue entonces cuando Octavia compartió su preocupación. —Necesito decirte algo... Yo... Cada vez que salgo de aquí, una fuerza en la puerta principal me hace mucho daño... No sé qué es, —dijo con dolor evidente en su voz. Inmediatamente supe a qué se refería. Las cadenas de seguridad que la Diosa Luna había mandado colocar eran una medida para asegurarse de que nadie escapara, y ahora entendía que también servían para infligir dolor y mantener a los reclusos sometidos. —No te preocupes, tengo la llave para eso también, —le aseguré tocando mi bolsillo, sintiendo una oleada de determinación. —Vendré a buscarte en unos días y... No pude terminar mi frase. Octavia se lanzó hacia mí y me abrazó con una intensidad que me dejó sin aliento. En ese momento, todos mis planes y pensamientos se desvanecieron, reemplazados por la simple y poderosa emoción de tenerla entre mis brazos. Me tomó por sorpresa, pero rápidamente reaccioné, devolviéndole el abrazo con un sentimiento de protección y cariño que había estado reprimido durante mucho tiempo. Sentí su cuerpo tembloroso contra el mío, y un calor que hacía mucho no sentía se extendió por mi pecho. Octavia levantó su cabeza y me besó, con una mezcla de emociones contradictorias; había una dulzura en él, pero también una amargura profunda, como si cada uno de nuestros errores y dolores pasados se condensaran en ese simple gesto. Sin embargo, lo que no esperaba era la sensación fría y cortante que de repente atravesó mi pecho. Sentí el puñal antes de verlo, una punzada aguda y profunda que se clavó en mi ser. Mi sangre comenzó a fluir, caliente y viscosa, manchando mi ropa y la piel de Octavia. En un estado de shock, apenas podía procesar lo que estaba sucediendo. —Lo siento mucho, —murmuró ella, sus palabras apenas audibles, su aliento cálido contra mis labios. La sorpresa y la confusión me inundaron mientras trataba de comprender sus acciones. —Te amo Octavia, y entiendo por qué hiciste esto... Solo vete, —dije, con la voz quebrada por la emoción. Miré a Octavia por última vez, viendo en sus ojos un torbellino de emociones: miedo, dolor, y quizás un atisbo de amor. Quería creer que había una parte de ella que me amaba, que lamentaba lo que había hecho. Pero también sabía que ella debía huir, que su vida estaba en peligro si se quedaba, si yo vivía. Con ese amor como mi último pensamiento, cerré los ojos, dejando ir el mundo que me rodeaba.
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