Capítulo 24

1804 Words
Orión Sentado al lado de Heider, observaba cada pequeño movimiento, cada cambio en su respiración, esperando algún signo de que despertaría. Finalmente, sus párpados comenzaron a moverse, y ella abrió lentamente los ojos, ajustándose a la luz. Al ver que había recobrado la conciencia, sentí una mezcla de alivio y frustración. Alivio por verla despierta y aparentemente bien, pero frustración por la temeridad de su acto. —¿Cómo estás? —le pregunté, extendiéndole un vaso de agua. Mi voz era suave y baja, en ella yacía una corriente de enojo por el riesgo innecesario que había tomado. —Estoy bien, Alfa, —susurró después de beber un poco, su voz apenas audible. A pesar de sus palabras, podía ver el esfuerzo que le costaba incluso sostener el vaso. La miré, luchando para controlar mi enojo. Sabía que lo que había hecho, lo había hecho con buenas intenciones, pero el mero pensamiento de que podría haber perdido su vida en el proceso me llenaba de ira. —Heider, tienes que entender, —comencé, tratando de mantener mi voz calmada, —lo que hiciste fue increíblemente peligroso. Podrías haber muerto. Ella me miró, sus ojos reflejando comprensión y una tristeza profunda. —Lo siento, Alfa. Solo quería ayudar. Pensé que si podía traer a alguien de vuelta de la muerte... —Sé lo que pretendías hacer, —casi gruñí, incapaz de ocultar por completo mi enojo y preocupación. —Jake me lo ha dicho todo. Ella bajó la mirada, claramente avergonzada pero también decidida, como si aún creyera en la justificación de sus acciones. —Alfa, yo... yo solo quería ayudar. Pensé que si había una posibilidad... —Una posibilidad de traer a Octavia de vuelta, —terminé por ella, mi voz suavizándose a pesar de mi frustración. Ella asintió suavemente, sus ojos todavía llenos de esa mezcla de determinación y tristeza. —No fue una decisión fácil, Alfa. Pero yo... yo sentí que debía intentarlo. Por ti. Las palabras de Heider me golpearon como un mazazo. En ese momento, la magnitud de lo que había hecho, de lo que estaba dispuesta a hacer, se hizo dolorosamente clara. —¿Qué? —murmuré, incrédulo. —He visto cómo te hundes en tu propia miseria por la falta de Octavia, te he salvado la vida en más de una ocasión porque has intentado irte con ella, y tú no tienes idea de lo que eso me haría... —su voz era un murmullo cargado de emoción, sus ojos llenos de lágrimas. —Yo ya he tomado mi decisión, Heider, —admití, mi voz temblorosa al revelar mis planes más oscuros. —En cuanto esta guerra termine, me iré con Octavia. —¡No puedes hacer eso! —gritó ella, su reacción una mezcla de miedo y súplica. —Es mi decisión, no quiero vivir una vida sin ella, entiéndelo. Fue entonces cuando ella me reveló algo que me dejó helado. —Si tú mueres, Alfa, yo moriré contigo, —susurró, las lágrimas desbordándose por sus mejillas. —Y yo no quiero morir. —¿Qué diablos estás diciendo? —pregunté, confundido y alarmado. —El vínculo de sangre que hicimos... Yo até mi vida a la tuya, prometí servirte hasta el último día de mi vida, pero si tú mueres antes... Yo... —No pudo terminar, sollozando incontrolablemente. En ese momento, me di cuenta del peso de mis acciones y decisiones. La vida de Heider, una joven valiosa y llena de futuro, estaba irrevocablemente atada a la mía. Mi deseo de reunirme con Octavia en la muerte ya no era solo una decisión personal; ahora implicaba la vida de otra persona, alguien que había jurado lealtad y servicio. Sentado a su lado en la cama, sentía el peso del mundo sobre mis hombros. Mis manos descansaban pesadamente sobre mis rodillas, y mi mirada, fija en un punto indefinido del suelo, reflejaba la tormenta de emociones que me azotaba por dentro. —Por favor... dime que hay una manera de deshacer el vínculo, —susurré, mi voz apenas audible, cargada de una desesperación que no podía ocultar. La respuesta de Heider, pronunciada entre lágrimas, confirmó mis peores temores: —No, Alfa, el vínculo es de por vida... —¿Por qué lo hiciste entonces? —pregunté, luchando por mantener la calma, cada palabra teñida de incredulidad y dolor. —Porque tú me salvaste, —respondió ella, su voz temblorosa y llena de emoción. Recordé aquellos días oscuros, aquellos momentos en los que nuestras vidas se habían cruzado de manera tan dramática. —Si mal no recuerdo, —repliqué con un suspiro, —fuiste tú quien me salvó. La historia de Heider era como una ventana a un pasado que yo apenas conocía. Su hermana Alice, una figura que había desempeñado un papel crucial en nuestras vidas sin que nosotros lo supiéramos. —Mi hermana me había hablado mucho de ti y de Octavia, tanto que creí que eran una leyenda fantástica, cuando escapó los fue a buscar con la promesa de volver conmigo —comenzó, su voz entrecortada por el llanto. —Ella no volvió, —murmuré, compartiendo su dolor por la pérdida. —No, no lo hizo. —La historia de Heider, su conexión con su hermana y con nosotros, era una madeja de hilos entrelazados por el destino. —Pero entonces tú llegaste, —concluyó, sus lágrimas fluyendo libremente. —Heider, —dije, finalmente levantando la mirada para encontrarme con sus ojos llenos de lágrimas. —Confío en ti, creo en ti, —afirmó, sintiendo la verdad de esas palabras en lo más profundo de mi ser. —Por eso sentí que este vínculo era un regalo para ambos, y así como tú extrañas a Octavia, yo también... En ese momento, la abracé con fuerza, permitiendo que se desahogara en mis brazos. Sentía su dolor como si fuera mío, su pérdida resonando en mi corazón. —Alice, ella me prometió una familia... y ahora que la tengo... —dijo con voz temblorosa, cada palabra impregnada de emoción. La idea de que yo, de alguna manera, había llenado un vacío en su vida, era a la vez abrumadora y profundamente conmovedora. La miré a los ojos, encontrando en ellos una mezcla de tristeza y esperanza. —Y sé que ustedes son mi familia, —continuó, su voz ganando fuerza a medida que hablaba. —Eres como el papá que nunca tuve... Aunque más joven. —A pesar del dolor y las lágrimas, una pequeña sonrisa iluminó su rostro. No pude evitar sonreír a cambio, conmovido por sus palabras. La idea de ser considerado una figura paternal para ella me llenó de un sentido de responsabilidad y cariño que no había anticipado. —Heider, —dije, mi voz suave pero firme, —si eso es lo que represento para ti, entonces lo acepto con honor. La abracé con más fuerza, sintiendo cómo se relajaba en mis brazos. En ese momento, no éramos solo Alfa y m*****o de la manada; éramos familia, unidos por algo más profundo que la sangre o el deber. —Prométeme que no intentarás hacer nada así de peligroso por nadie en el futuro, —le pedí con seriedad, consciente del peligro que tales actos implicaban para ella y para todos nosotros. —Solo por ti, —respondió Heider, su voz suave pero firme, —porque si tú mueres, yo también moriría y, créeme... No quiero morir ahora. —Sus ojos se desviaron hacia la puerta justo en el momento en que Jake entraba. Al notar la mirada de Heider hacia Jake, algo se encendió en mi interior. Me separé ligeramente de ella y le dirigí una mirada cómplice, enarcando una ceja. Era una expresión silenciosa que decía mucho sin necesidad de palabras. Ella captó el significado inmediatamente y su rostro se iluminó con una sonrisa, sus mejillas adquiriendo un encantador tono rojizo. En ese momento, vi no solo a la bruja talentosa y valiente que había arriesgado tanto por mí, sino también a una joven que estaba descubriendo nuevos aspectos de la vida, más allá de la magia y la guerra. Jake, al entrar en la habitación, se detuvo por un momento, notando la energía en la atmósfera. Su expresión reflejaba una mezcla de preocupación por Heider y curiosidad por lo que estaba sucediendo. Sin embargo, su presencia en la habitación añadió normalidad a la situación, recordándonos que, a pesar de las circunstancias extraordinarias en las que nos encontrábamos, todavía éramos seres humanos con emociones y conexiones personales. —Estoy bien, Jake, —dijo Heider con una voz más fuerte, como si su interacción conmigo le hubiera dado nueva energía. —Gracias por preocuparte. —Jake, cuida a Heider, tengo que ir a hablar con Alfa Adrián, —dije, consciente de la necesidad de darles un poco de espacio. Jake me miró con una mezcla de gratitud y preocupación, asintiendo en silencio mientras yo me retiraba de la habitación. Caminando por los pasillos del búnker, sentía cada paso como un eco en mi mente. Encontré a Alfa Adrián en el comedor comunal, inmerso en sus pensamientos. Al verme, su expresión se endureció, preparándose para la conversación que se avecinaba. —Tenemos que hablar, —le dije, mi voz firme pero teñida de una seriedad sombría. —Vamos a mi oficina, —fue su respuesta. Se levantó de la mesa y tomó dos tazas de café, un gesto que parecía tan normal en circunstancias tan anormales. Mientras caminábamos hacia su oficina, el silencio entre nosotros era elocuente. Al llegar a la oficina, un espacio pequeño pero funcional, me senté frente a él. No pude evitar preguntar lo que había estado pesando en mi mente desde que había oído sobre el ataque. —¿Qué ocurrió y cuántas bajas fueron? Alfa Adrián tomó un sorbo de su café antes de responder, su rostro reflejando el dolor de un líder que había perdido a muchos de los suyos. —Los Elegidos de la Diosa descubrieron el Búnker y atacaron... Solo unos cuarenta lobos de los ciento cincuenta que había sobrevivieron, —dijo, su voz temblorosa por la emoción. Sus palabras cayeron sobre mí como un golpe. El coste de esta guerra se hacía cada vez más real, cada vez más devastador. Sentí un dolor profundo en mi corazón, no solo por las vidas perdidas, sino también por el dolor que Alfa Adrián debía estar sintiendo. Sabía que cada lobo perdido era más que un número; era una vida, una historia, una parte irremplazable de nuestra comunidad. Mirándolo a los ojos, llenos de una tristeza que conocía demasiado bien, asentí con respeto y solidaridad. —Lo siento mucho, Adrián, —dije sinceramente. —Me quedaré unos días para ayudarte a organizar todo por aquí. —Gracias Alfa —murmuró él antes de que nos pusiéramos a trabajar.
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