Capítulo 3

1709 Words
Reí ante su sugerencia. Tan solo pensar en el precio de un boleto de ida y vuelta debía pasar de lo exorbitante y yo no podía pagar algo así y aunque Bianca seguramente lo decía con la intención de pagar por ambos pasajes, no quería abusar de su amabilidad y darle más motivos a su madre para regañarla por mi causa. —Aún falta mucho tiempo para mi cumpleaños, pero lo pensaré. —Está bien, entonces nos vemos el lunes—alzó la mano para despedirse de mí, el chófer corrió rodeando el auto hasta abrir la puerta del auto. La gente al ver que la dueña ya estaba en su interior decidió apartarse para darle paso a la elegante máquina. Y en unos segundos el auto encendió para después marcharse a una velocidad considerable. Me quede ahí, observando el camino que tomaba el automóvil de mi amiga hasta que desapareció de mi vista y un trueno resonó en el cielo anunciando el inicio de una fuerte lluvia. La gente comenzó a correr al sentir las primeras gotas de agua, subí el estuche de mi máquina de escribir sobre mi cabeza, pero antes de comenzar a correr y unirme a los peatones en la calle que buscaban refugio lejos de la lluvia, vi algo sobre el suelo, era un pequeño estuche n***o, me pareció que era un lápiz labial y al darle la vuelta vi el nombre: Bianca, escrito en dorado y letra cursiva. Lo guardé en el bolsillo de mi falda esperando que no cayera al correr por la calle ya empapada. Continúe mi camino hasta que llegue a una zona donde las casas y negocios ya no lucían fachadas blancas ni enrejados oscuros, qué dividían bonitos jardines delanteros con la calle. Aquí todo tenía un color cenizo, quizás por el tipo de piedra qué sé utilizaba en las construcciones o tal vez porque la pintura gris era mucho más barata, qué otras de color vistoso y llamativo. Ahi no había jardines ni enrejados, solo la calle y las pequeñas escaleras qué llevaban justo a la puerta de cada casa. Golpee la puerta de mi hogar rápidamente esperando que abrieran antes de quedar como un trapo mojado y tres segundos después me permitieron la entrada. Vi los ojos café claros de mi madre, como los míos, fruncia el ceño como si pretendiera estar enfadada, pero sus instintos maternales la obligaron a atenderme, me quito la máquina de escribir de las manos y la bolsa para que yo pudiera quitarme el suéter mojado de la espalda. —Llegas tarde—replicó señalando la escalera indicando que subiera para cambiarme inmediatamente. —Lo sé, perdón. Bianca me entretuvo de nuevo—explique encogiendo los hombros. La expresión de mi madre paso de la molestia a la desaprobación. Ladeo la cabeza confirmando mis sospechas, puesto que ella no terminaba de convencerse sobre mi amistad con Bianca debido a que su madre había hablado con ella explicándole las diferencias entre los niveles sociales y porque su hija y yo no debíamos ser amigas. En esa ocasión mi madre se enfadó mucho, pero no conmigo, por supuesto, sino con aquella mujer pretenciosa que no conocía nada sobre el respeto de las opiniones de los demás. Mi madre fue muy severa con ella y prácticamente la echo de la casa expresándole qué si su hija buscaba mi amistad era porque algo le hacía falta en su hogar. Esa semana no vi a Bianca, pero poco días después vino a mi casa a disculparse conmigo y con mi madre por la actitud tan grosera qué había tenido la suya. Mi madre acepto la disculpa y sugirió qué si queríamos ser amigas nos viéramos solo al salir de las tutorías, pero que no tardáramos hablando demasiado para que ella pudiera irse a su casa sin qué su madre sospechara qué aún seguía frecuentándome. —Cámbiate la ropa y después ve a saludar a tu padre— indicó desde el primer piso con ese tono de voz que advertía qué algo le molestaba —Si—respondí dirigiéndome hacia mi pequeña habitación. Un cuarto en el que apenas cabía una cama individual, una mesita y su silla, una cajonera y un ropero viejo al qué le faltaba una pata y solo se sostenía con un par de enciclopedias viejas que mi padre quería tirar a la basura, pero mi madre le había dado una mejor utilidad. Tomé del interior del ropero el vestido azul que tanto me gustaba y enseguida retiré de mi cuerpo la ropa que chorreaba de agua. No tuve más opción que ponerme el otro vestido así, aunque mi cuerpo aún se sentía húmedo porque al llegar a casa vi de reojo las toallas revoloteando en el aire colgadas en el tendedero de la azotea, a mi madre se le había olvidado meterlas antes de que empezara a llover. —¿Puedo pasar? —escuche su voz del otro lado de la puerta. Por instinto mi mirada se posó en mi vestido mojado y en lo que había en uno de los bolsillos, el labial de Bianca, si mi madre levantaba mi ropa mojada y lo hallaba, seguro estaría en graves problemas. No tuve más opción que sacarlo y meterlo en el bolsillo de mi vestido azul. —Adelante—dije. Entró con una toalla seca y limpia en las manos, se apresuró a ponerla en mi cabeza para frotarla suavemente, secando poco a poco mi cabello mojado. —Te olvidaste de meter la ropa seca—exprese evidenciando su olvido. —Aún no se secaban, así que las deje para qué terminarán de enjuagarse con el agua de la lluvia—se excusó—siéntate cepillaré tu cabello. Me senté sobre la silla y sus manos tomaron mi cabello castaño para cepillarlo, al principio con delicadeza hasta que encontraba un nudo y era ahí donde aplicada su fuerza para desatarlo. —Duele— Me queje. Gracias al espejo frente a mí, logre ver como alzó la vista para sonreír, era su manera de castigarme por llegar tarde. No dijo nada, se quedó callada mientras cepillaba mi cabello con una sonrisa en el rostro, parecía disfrutar de ello, tal vez le recordaba mi niñez, cuando vivíamos en Balmoral. No recordaba mucho de esa época, pero si recordaba el campo verde y nuestra vieja casa, era más amplia que esta, el interior estaba pintado de blanco y tenía una hermosa alfombra azul en la sala de estar donde yo no podía entrar. Mi madre era feliz porque tenía empleados, una sirvienta, una lavandera y una cocinera llamada Gertrudis, sus pasteles de manzana eran los mejores. Mi familia era feliz en Balmoral, pero todo eso había sido antes de que despidieran a mi padre por el ataque a la imprenta en donde la editorial para la que trabajaba lo perdió todo. Actualmente, nuestra economía no era buena, pero ver la sonrisa de mi madre a veces me ayudaba tranquilizarme, me hacía creer que todo estaba bien y de verdad lo pensaba. —Te pareces mucho a mí cuando era joven—interrumpió mis pensamientos— yo también tenía una amiga que mi madre nunca aprobó porque su familia era pobre. —¿Y qué paso? —desee saber. —Bueno, yo le hice caso a mi madre, dejé de hablarle a mi amiga—relato mientras sus manos hacían una trenza con mi cabello—no supe de ella hasta que me case con tu padre, ella había conseguido un empleo muy lejos en una gran mansión en donde gano lo suficiente para ayudar a su familia. Mi madre se arrepintió de haberme prohibido aquella amistad, tal vez de haber seguido siendo su amiga, ella me habría conseguido un empleo en ese lugar y mi madre no se hubiera decepcionado tanto como cuando me case con tu padre. —¿En ese aspecto me parezco a ti? ¿Soy rebelde? — cuestione soltando una risilla burlona. —Algo así. Eres obstinada y no te importa las malas opiniones de los demás y eso es bueno porque de esa manera nadie podrá lastimarte ni hacerte cambiar de opinión sobre lo que tú quieres en tu vida. —No creo que de verdad yo sea así—declare pensando en lo mal que me hacía sentir el señor Dudley respecto a la taquigrafía. —Eres muy joven todavía para darte cuenta, pero de verdad creo que serás una de las pocas personas en revolucionar este mundo, como tu padre— afirmo mi madre con gran orgullo— yo creo que la mecanografía te llevara muy lejos, ya lo verás. Sonreí porque me sentí obligada hacerlo, porque ella no sabía nada al respecto. Aunque sus palabras sí me incentivaron a seguir tratando. —¡Oh no! —expreso. Al mirar el reflejo del espejo vi como mi madre inspeccionaba su bolsillo mientras sostenía mi cabello sobre mi cabeza— tiene un hoyo, el alfiler debió caerse. Tome la trenza mientras ella buscaba por el suelo el alfiler de cabeza redonda que pocas veces usaba, pues era un recuerdo de la abuela, era como una reliquia familiar y que en mi cumpleaños número quince me había obsequiado. —Lo encontré—dijo para después colocarlo firme en mi cabello para sostener el peinado, luego sonrió satisfecha de su trabajo— ahora ve a saludar a tu padre mientras yo pongo la mesa para comer. —Está bien, pero me gustaría que me permitieras coser tu bolsillo antes de que pierdas otra cosa más importante. —Déjalo así, yo lo haré después. Ahora ve y saluda a tu padre—insistió empujándome fuera de la habitación. Bajamos a la primera planta, donde no había mucho, y los muebles, como todo lo que había en la casa, eran de segunda mano. Estaba una pequeña sala de estar donde había una chimenea con dos sillones frente a ella y una mesa de centro de madera alta donde estaba un florero vacío. Al lado estaba un comedor circular donde se encontraban cuatro sillas a su alrededor y al frente una pequeña librería de caoba en la cual no había libros, pero sí porcelana fina, exhibida y guardada como un gran tesoro para mi madre.
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