Nuestras miradas estaban fijas en los rostros de cada uno. Me miraba y yo lo miraba a él. Pero, la distancia que realmente debíamos mantener el uno con el otro era contraria a la que nuestros cuerpos mantenían en ese momento. Sentí calor y el soltó un suspiro, pero no por desagrado, sino porque parecía que estaba conteniendo el aliento. Luego me acarició la mejilla. Su mano era tan grande que hubiera podido cubrirme la cara por completo. Pero, era algo extraño. Un momento raro. Ninguno de los dos hacía nada significativo. Es decir, ni nos besábamos ni nos alejábamos el uno del otro. Era como si nos estuviéramos conociendo a través de la mirada. No me molestaba en absoluto. Los ojos de Osiris eran como el mar, parecían estar en constante movimiento y poseían tornasoles de azul a celeste. Un