De pie, frente al juzgado, Adeline esperaba a su esposo para firmar los papeles del divorcio, mientras miraba su reloj con impaciencia, sintiendo cómo el tiempo parecía detenerse.
Después de cuatro años casada por conveniencia con un hombre que jamás había visto en persona, todo acabaría con una simple firma.
El frío aire de la mañana la envolvía, pero todo lo que podía pensar era en recuperar su libertad.
A lo lejos, un auto, Range Rover gris, se detuvo suavemente frente al edificio, sus vidrios polarizados reflejaban el sol de la mañana y no dejaban ver nada, pero Adeline no le prestó demasiada atención.
Seguro era él, Theodore Donovan, aunque ni siquiera sabía cómo era, solo conocía su nombre y la distancia fría con la que manejaban su relación a través de su abogado.
Dentro del auto, Theo observaba con desconcierto, a través de la ventana, a la mujer que esperaba fuera del juzgado y sus ojos la siguieron con curiosidad.
—¿Qué hace Adele aquí? —murmuró en voz alta con su ceño fruncido, y no pudo evitar mirar a su asistente como si esperase que él le diera una respuesta.
—¿Adele? —repitió con extrañeza—. ¿Qué está haciendo aquí?
El abogado, quien llevaba tiempo manejando todos los acuerdos entre ellos, miró extrañado a su cliente.
¿Acaso no sabía que era su esposa?
Con una leve sonrisa, reveló la realidad, que aparentemente, el Sr. Donovan desconocía.
—Sr. Donovan, —dijo con tranquilidad—, esa mujer es la Sra. Donovan, su esposa. —Hizo una pausa antes de continuar, al ver que la mirada de su cliente cayó sobre él como una losa—: Adeline Prescott, está aquí para firmar el divorcio, ¿lo recuerda?
Theo se quedó helado en su asiento, sintiendo que el aire comenzaba a faltarle y las palabras se le quedaron atoradas en la garganta
¿Adeline? ¿Ella era su esposa secreta? El mismo nombre que había pronunciado en tantos contratos fríos, ahora cobró un significado totalmente diferente.
Adeline... Adele Prescott, la mujer que lo había cautivado desde el primer día en que la vio en su empresa, la que, sin saberlo, había robado su atención, su mente... y su corazón.
La misma mujer por la que había estado tan apresurado en finalizar ese divorcio… y ahora, sin saberlo, estaba a punto de dejarla ir para siempre.
—¿Mi esposa? ¿Es mi esposa secreta? —repitió en voz baja, incapaz de procesar la magnitud de lo que acababa de descubrir.
Su esposa era la misma mujer que, sin siquiera intentarlo, había capturado su corazón en silencio.
¿Qué estaba a punto de hacer?