Vladimir estaba en el taller de su tío cuando recibió un mensaje con la locación para una carrera clandestina que se efectuaría a medianoche durante un día del fin de semana de la semana en curso. Gilberto estaba invitándolo a una de las avenidas más importantes del Distrito Nacional, una en la que los ciudadanos de la cuidad capital estaban hartos del comportamiento de estos corredores, pero era una tradición que después de las diez de la noche, sin importar el día que fuera, aunque mejor si era día feriado, una serie de personas se daban cita allí para hacer gala de sus autos y de sus instalaciones de música de alta definición, y cosas por el estilo.
Durante el resto de la semana Vladimir estuvo nervioso pensando en la carrera que presenciaría en la noche del domingo. Él nunca había par
