El otoño había llegado y con él, el nacimiento de mis hijos. Esperaba con muchas ansias su nacimiento, no solo porque su llegada era sinónimo de gozo y alegría, sino porque mi embarazo no había sido lo que yo había imaginado.
Luego de perder a su padre, sufrí a causa de la soledad que me rodeaba y no exactamente porque mis conocidos me hubiesen abandonado, sino porque en realidad era una soledad interna, lo que me afligía, puesto que aunque estuviera acompañada ame sentía sola e incomprendida. Nada me alegraba, excepto ver a mis hijos crecer en las ecografías y ellos eran el único motivo que me mantenía con vida. ¿Me habría quitado la vida de no ser por ellos?
La respuesta era obvia, pero era algo que no podía compartir con alguien, ni siquiera con un terapeuta, porque no quería admitir frente a nadie lo que estaba pasándome, tenía sentimientos encontrados, entre culpa y también odio. ¿Por qué?
Era sencillo. No había podido despedirme adecuadamente de Arthur y aun después de varios meses de su muerte, la herida seguía tan fresca como el mismo instante en que supe que él había fallecido. ¿Cómo podía vivir sabiendo que me arrebataron el último momento con mi esposo? ¡Los odiaba!
La familia Sallow me había tratado como a una marioneta que podían manipular a su antojo y eso era una cuestión de la que ya no estaba dispuesta a soportar, pero en mi estado de salud, no podía hacer nada en contra de la familia Sallow y por supuesto tampoco sabia que hacer exactamente como venganza.
—¿Christine?— escuché la voz de la señora Martha, no muy lejos de donde yo me encontraba observando la lapida en donde se encontraba descansando mi esposo. Me volví hacia ella con evidente sorpresa, puesto que ya tenía algunas semanas que no nos veíamos a causa de mi embarazo, tenía treinta y siete semanas de gestación, pero ya que se trataba de un embarazo gemelar, apenas si podía caminar, pero venía de vez en cuando para hablar con Arthur, para informarle todo cuanto me pasaba y todo respecto a sus hijos—¿Pero qué haces aquí? Crei que estabas en casa descansado.
—Vine a ver a mi esposo— expresé, pero en respuesta un viento helado, acaricio mi mejilla y ondeo mi cabello, recién comenzaba el otoño, así que no era extraño que el viento soplara de esa manera— quería decirle que el viernes nacen nuestros bebes.
—¿Finalmente te agendaron la fecha para la cesárea?—cuestiono la señora Martha, alzando las cejas mientras avanzaba hacia mí, llevaba en las manos un pequeño ramo de flores blancas para Arthur.
—Sí, la doctora dijo que ya no podíamos esperar más tiempo—me anime a contarle, aunque sin mucho ánimo, ya que en cierto modo me sentía culpable, ya que uno de mis gemelos, la niña, tenía problemas de crecimiento y ya me habían advertido que tendría que quedarse en terapia intensiva neonatal una vez que naciera. Me sentía culpable porque durante mi embarazo había estado llorando bastante. L a señora Martha me había dicho que eso era normal en una mujer en cinta, puesto que mi cuerpo reaccionaba así ante las hormonas del embarazo, pero de algún modo, quizás mi instinto sospechaba que había sido la misma tristeza que me había acechado estos meses, la que le había hecho eso a mi hija.
—No debiste venir, querida—dijo mientras envolvía mis manos en las suyas para reconfortarme. Me miro con cierta ternura nostálgica, ya que ella más que nadie sabía lo mucho que había sufrido ante la ausencia de mi esposo, ya que ella más que nadie se había preocupado por mí, yendo a visitarme cada vez que podía para saber sobre mi estado de salud, quizás era lo más cercano que tenía a una madre— si querías decirle algo a Arthur me lo hubieras dicho, sabes que yo vengo cada domingo en las tardes.
—Lo sé, pero...— miré la lápida fría que tenía en medio una fotografía de Arthur. Cuando la veía siempre me preguntaba como es que la muerte se había llevado a alguien tan atractivo y joven, la vida era injusta y gustaba de hacerme sufrir cada vez que podía— quería ser yo quien le diera la noticia porque no creo poder venir durante un largo tiempo después de que nazcan los gemelos.
—Entiendo— dijo con cierta amargura mientras se apartaba de mí para poder dejar el pequeño ramo de flores delante de la lápida de mi esposo. La contemplo en silencio durante un par de segundos y luego se giró en mi dirección— ¿Te acompaño a casa?
—No, estoy bien, un taxi me espera en la entrada del cementerio.
—Entonces, déjame acompañarte hasta alla, me preocupa que andes por ahí como si no tuvieras dos criaturas en el vientre—dijo casi olvidando la razón que la había traído hasta aquí, lejos de casa. Arthur.
—No es necesario, después de todo vino a ver a Arthur y la entrada no está muy lejos de aquí—me vi obligada a decir por qué no quería acaparar la atención de la señora Martha, después de todo éramos las únicas que visitábamos a Arthur, según el vigilante de la entrada, porque en el libro de visitas las únicas que firmábamos éramos ella y yo, pero nadie más, era como si su familia que tanto peleaba por su fortuna se hubiera olvidado de Arthur como si él no hubiese existido.
—Vamos, yo te acompaño, después volveré a ver a Arthur— expreso mientras enredaba su brazo en el mío para asegurarse ella misma que volvería al taxi intacta, así que seguí su andar lento mientras bajamos por la pequeña colina, solo que en ese momento sentí una ligera presión en la pelvis, era como un ardor, aunque era un dolor que últimamente estaba experimentando, pero según la doctora era normal, puesto que los bebes ya estaban empezando a descender, en específico el niño a quien tenía pensado nombrar "Arty" puesto que era un nombre muy parecido al de su padre.
El pequeño niño era fuerte y muy inquieto, aunque eso era un tanto preocupante por su hermana, quien apenas se movía dentro del útero o al menos así había permanecido durante muchas semanas, por ello se había decidido que se adelantara la fecha de parto para poder comenzar con su tratamiento y así evitarle sufrimiento fetal.
—Te envié un regalo esta mañana. ¿Lo recibiste?— cuestiono la señora Martha queriendo hacer un poco de conversación a pesar de que nos encontrábamos en un cementerio, pero supuse que solamente quería hacerme olvidar el hecho de que mi esposo se encontraba ahí a tres metros bajo tierra y posiblemente en proceso de descomposición, aunque eso era algo que ni siquiera quería imaginarme.
—Recibí una caja, pero la verdad no la abrí— me digné a responder y es que tenía muchas cosas por hacer, cosa que la misma señora Martha y mi doctora me habían prohibido hacer porque debia descansar, pero eso era algo que últimamente no me permitía hacer, porque el hecho de descansar me permitía quedarme quieta, sola conmigo misma y eso daba paso a la depresión y miles de pensamientos intrusivos que me hacían pensar en estupideces.
—Entonces no te diré que hay adentro, es una sorpresa— dijo mientras caminábamos, pero en ese momento, aquella punzada que me aquejaba se hizo un poco más intensa, así que tuve que detenerme— ¿Estás bien?
—S-sí— dije tratando de no sonar nerviosa, ya que ese dolor no era algo que hubiera sentido antes, pero no quería preocuparla por nada, ya que bien podía ser que solo necesitaba descansar, tal y como ya se me había dicho.
Intente dar un par de pasos, así que ella me tomó de la mano y frunció el ceño preocupada, cosa que no quería que ocurriera, pero lo cierto era que yo también estaba un poco confundida con lo que estaba sintiendo, ya que me parecía que no era exactamente normal.
—Si no se preocupe—exprese, pero justo al dar otro paso, el dolor comenzó a hacerse mucho más intenso y no solo como una punzada, sino que parecía que algo estaba lastimándome la pelvis, por lo que de pronto y sin previo aviso un grito emergió de mi boca.