Salí del baño sujetándome el brazo derecho, aunque no me dolía realmente. Luego hice una mueca de disgusto cuando vi que mis dedos se habían manchado de sangre, sólo yo podía caerme mientras me cepillaba los dientes y cortarme, aún no sé cómo, con el borde del retrete; Es que si no era posible... yo encontraba una manera de que lo fuese, ni siquiera sabía cómo me había resbalado en primer lugar.
Fui hasta mi closet y abrí el cajón de Primeros Auxilios, sí, porque personas como yo deben tener material de primeros auxilios siempre a la mano. Yo particularmente tenía un kit en mi habitación y por supuesto llevaba uno en mi bolso también, para tenerlo siempre a la mano; las estadísticas demostraban que yo, el imán de desastres, debía estar preparada todo el tiempo y en cualquier ocasión.
Saqué una gasa, la mojé con un poco de antiséptico y me la pasé por la herida sin que la expresión de mi cara se alterara en lo más mínimo, ni siquiera al notar que el corte era más profundo de lo que imaginaba.
"Quién iba a pensar que los retretes podían llegar a ser tan peligrosos"
Pensé mientras seguía limpiándome, aún sin quejarme.
Es que después de haber sobrevivido a tantas caídas y golpes, me había acostumbrado al dolor, no importaba dónde o cómo cayera, o con qué me golpeara... Simplemente a estas alturas ya era inmune al dolor. Saqué una venda y me envolví el brazo con ella.
Luego de ponerme la pijama, caminé hacia el interruptor, era tarde y tenía que irme a dormir, ya que al día siguiente iniciarían nuevamente las clases, por lo que debía procurar dormir bien esa noche. Era mi segundo año en la Universidad de Murdoch y estaba algo nerviosa, el estómago se me retorcía con esa sensación de ansiedad tan familiar para mí.
Y digo para mí porque aunque es normal para cualquier persona sentir nervios al comenzar clases... Mi caso era un poco distinto, no era por aberración a los estudios, ya que aunque no me consideraba a mí misma una estudiante sobresaliente, sí me gustaba ver clases, mis calificaciones estaban apenas un poco por encima de la media, pero nunca me veía en muchos aprietos en ese ámbito.
El motivo de mis nervios se debía a que la universidad representaba un constante recordatorio de que para el mundo, yo, Sabrina Spencer, era un muy minúsculo, insignificante y prácticamente invisible cero a la izquierda. No tenía amigos, no era capaz de ganármelos, no sobresalía en clases y la única vez que llamé la atención de todos en el aula fue el año anterior cuando casi maté al profesor de Diseño en plena clase.
Esa era una historia un tanto vergonzosa, porque de alguna forma, que aún escapa de mi entendimiento, caí sobre la mesa de trabajo donde mi compañera y yo teníamos nuestros materiales de dibujo, la mesa se volteó hasta caer al suelo y en medio de todo eso... lo que había sobre ella salió disparado en dirección al profesor que al ver mi caída se había acercado un poco.
El pobre hombre fue golpeado por esa lluvia de cosas y su pómulo quedó marcado con el corte de un compás que se había estrellado en su rostro, el profesor empezó a sangrar y todo el salón se quedó en un incrédulo silencio. Transcurrieron unos incómodos segundos hasta que sentí la mirada de todos sobre mí mientras me ponía de pie... Definitivamente esa no es la clase a atención que alguien busca despertar, sin lugar a duda yo no la quería.
Sin embargo a pesar de todo eso, extrañamente yo tampoco era víctima de burlas o ataques como podría esperarse de alguien tan torpe, ese tipo de cosas no me ocurrían tampoco, por supuesto que cuando me ocurría algún incidente cómo el de la clase de diseño todos se reían y hablaban de eso durante unos días, pero jamás me decían o hacían algo directamente, nunca sentía murmullos cuando pasaba por los pasillos y nunca nadie hacía chistes a mi costa.
Yo simplemente no era importante, no tenía ningún papel en la obra de la vida, sólo ocupada un asiento en el salón, y por todo esto mi día a día en la universidad no era nada digno de admirar, y era algo que tendía a deprimirme, pues aunque a esas alturas de mi vida ya me había acostumbrado a estar sola, muchas veces me encontraba sintiéndome realmente... Sola, y esa era una sensación poco placentera.
Llevaba ya nueve años viviendo en Perth, me mudé con mis abuelos paternos a los doce años unos meses después de la muerte de mis padres en un accidente de tránsito y nunca pisé Londres nuevamente, me crié con dos ancianos que rara vez hablaban o se mostraban afecto entre sí ni me lo mostraban a mí, nunca me maltrataron pero tampoco puedo decir que fue un hogar amoroso.
Así que ser callada y taciturna se volvió parte esencial de mí, lo cual no me ayudó a hacer amigos en la escuela, donde no sólo era la chica nueva sino la extranjera. Fui una niña muy retraída y continué siéndolo de adolescente, y aunque llegué a tener compañeros regulares por cuestiones de estudio, esos lazos se rompieron en el instante en que nos graduamos.
Ahora era una adulta solitaria que vivía sóla en un pequeño departamento en una remota ciudad de Australia, prácticamente en los confines del mundo, lo cierto es que tenía cierto encanto poético si se quiere; y aunque ya había asumido mi realidad desde hacía muchos años... De vez en cuando estos eventos, como el inicio de clases, que deberían representar emoción, alegría o algún tipo de excitación, no representaban más que el incómodo recordatorio de que en muchos sentidos me encontraba sola y desamparada en el mundo.
Ya que no tenía familia realmente y aunque durante un tiempo albergué la esperanza de que la universidad representara una nueva etapa en mi vida, eso nunca ocurrió, seguía sola y sin amigos, ni nadie a quien le importara mi bienestar.
Con un suspiro de resignación dispersé esos deprimentes pensamientos, apagué la luz y cuando me dirigía a la cama, mi pie izquierdo dio contra la esquina de la mesa de noche lanzando una desagradable corriente eléctrica desde mi dedo hasta el mismísimo centro de mi alma. Lancé una maldición muda al aire y me senté bruscamente en el borde de la cama sosteniendo mi pie entre las manos, balanceándome hacia adelante y hacia atrás. Obviamente no era inmune a ese tipo de dolor... Dudo que alguien lo sea.
Tras unos minutos tratando de contener las lágrimas, finalmente me acosté y me repetí por millonésima vez que tenía que comprar una lámpara de mesa.
Como siempre mi mente empezó a divagar sobre cosas sin importancia y no lograba relajarme para poder descansar, lo cual era típico... El día siguiente sería importante y yo no lograba dormir la noche anterior.
"Esto es increíble, no basta con no tener nada interesante que hacer durante el día, sino que a demás, no logro dormir por las noches"
Pensé con frustración.
– Patético... Realmente patético – dije en voz alta.
Una hora y media después se me ocurrió que tal vez podía contar ovejas, era una idea que siempre me había parecido tonta pero eran circunstancias extremas y a muchas personas les funcionaba, así que lo hice. Al poco tiempo me aburrí así que me puse a jugar un poco. Ya había contado doscientas ovejas, ochenta conejos y treinta perros cuando empecé a adormilarme, me relajé, y a los pocos minutos, sin darme cuenta, me quedé dormida.
***
Abrí los ojos y me encontraba en un angosto y oscuro pasillo que daba entrada a una gran habitación de paredes blancas y piso de madera oscura perfectamente pulido, un majestuoso candelabro de oro y cristales colgaba del techo iluminando el lugar, y su tintineo otorgaba cierta sensación de paz.
Habían dos grandes ventanales a cada lado del lugar que daban hacia un prado intensamente verde e interminable en ambas direcciones, como si nos encontráramos en medio de la nada. Los ventanales estaban decorados con hermosas cortinas de color rojo sangre, estas rozaban el suelo y estaban sujetas a cada lado con ganchos de metal dorado.
No se veía ni una sola mota de polvo, nada fuera de su sitio y todo el lugar olía a vainilla haciendo que el ambiente fuese cálido, agradable, y sin duda muy lujoso; Pero había un bajo y muy desagradable sonido rompiendo la calma del lugar. Era repetitivo y molesto, un taquetéo interminable.
Caminé unos cuantos pasos hasta entrar en la sala y pude ver la fuente de mi irritación. A mi derecha, detrás del único escritorio del salón, estaba una mujer que tecleaba sin parar en la moderna computadora frente a ella, estaba como poseída por el teclado, sus manos se movían tan rápido que imaginé que de un momento a otro la máquina comenzaría a emanar humo sobrecargada.
Miré a mi alrededor y me di cuenta que éramos las únicas personas que se encontraban allí, lentamente caminé y llegué hasta ella. Era anciana y extremadamente blanca, su piel parecía de papel, de papel blanco y arrugado, y dado que vestía un traje n***o muy formal y su cabello gris humo estaba recogido en un moño clásico sin un solo mechón fuera de lugar, poseía un aire tenebroso.
Sin embargo, parecía no ser consciente de mí, lo que sea que escribía en su computadora captaba toda su atención. Esperé un poco pero cuando siguió sin notar mi presencia, decidí tosí sutilmente para hacerme notar, sus manos se detuvieron en seco sobre el teclado, alzó la vista y posó su penetrante mirada sobre mí.
Me miró sin hacer ningún gesto en particular, pero provocándome un escalofrío en todo el cuerpo. Antes que pudiera decir una sola palabra alzó un dedo indicándome que no hiciera nada y tomó el teléfono que tenía a su izquierda.
- Señor, la señorita Spencer ya ha llegado – hizo una pausa mientras escuchaba la respuesta del otro lado de la línea para luego asentir – De acuerdo – volvió a mirarme – El señor la está esperando, ya puede entrar – dijo mientras me indicada con la mano en dirección a la puerta central de la habitación, una gran puerta de madera grabada en la que yo no me había fijado minutos antes .
– Gracias – dije un poco desconcertada, y mientras caminaba hacia la puerta no dejaba de cuestionarme todo aquello.
"¿Cómo es que me conoce? ¿Y quién se supone que me está esperando? Este sin duda promete ser un sueño bastante raro"
Giré la antigua manija, abrí la puerta y entré.
Del otro lado de la puerta había como una especie de oficina, decorada igual que el salón de afuera, sólo que en esta había un gran estante que cubría toda la pared frontal, era de madera y estaba repleto de libros de cuero n***o, todos con un grabado dorado en el lomo, pero no logré leer ninguno de los escritos. Era una cantidad exorbitante, parecía una especie de biblioteca pública.
"Deben tener como mil libros allí"
Pensé mientras cerraba la puerta, entonces el hombre que estaba sentado detrás del gran escritorio, bajó las hojas que estudiaba, me miró y sonrió alegremente.
– ¡Sabrina, cariño, por fin llegas! – Exclamó mientras me indicaba que me sentara con un gesto de sus manos – Qué mala costumbre la tuya de dormirte tan tarde ¡Llevo dos horas esperando que llegaras! – me reprendió.
Era un hombre muy alto y gordo, era inmenso en todo sentido; un poco mayor, de unos cuarenta y tantos o cincuenta y pocos, moreno de cabello n***o y ojos oscuros, llevaba un traje gris humo, una camisa blanca y corbata azul eléctrica, en su cara se podían notar antiguas cicatrices curadas; el hombre en sí no era feo pero sus múltiples cicatrices y arrugas le hacían verse un poco acabado, aunque su simpática expresión le devolvía belleza a su rostro.
En silencio y sin dejar de mirarlo empecé a caminar pero de repente mi pie se enredó con la gruesa alfombra que cubría la zona central de la oficina y sin poder evitarlo... empecé a caer. En un acto reflejo traté de sujetarme de la silla cercana a mí, la que estaba frente al escritorio, pero esta también cayó al suelo conmigo. Al caer mis pies dieron con algo duro a mi espalda y cinco segundos después se escuchó el estallido de lo que parecía ser algo, muy grande debo agregar, de cristal.
Con una mueca de vergüenza cruzando mi rostro me levanté rápidamente y con toda la dignidad con la que pude contar, levanté la silla y me senté en ella mientras me sacudía el pantalón sin emitir sonido alguno, procurando no mirar atrás para saber qué había roto, aunque estaba segura, por lo que oí, que lo que haya sido, estaría hecho polvo y aunque girara no podría saber de qué se trataba.
Una parte de mí divagó sobre estar muy agradecida de que, por ser un sueño, no me vería obligada a pagar lo que había roto, bastaba sólo con estar en la habitación por dos minutos para notar que hasta la pintura que cubría las paredes era costosa. Luego me sentí un poco confundida, por lo general, mis sueños eran "Zona Neutra" para mi torpeza, en ellos yo era como una especie de modelo cuyo caminar era firme y seguro... Era perfecto, no había tropezones, y sin duda no había aparatosas caídas como aquella.
Eso era bastante inusual si se le sumaba el hecho de que yo aún iba en pijamas, me encontraba en ese lujoso lugar vistiendo nada más y nada menos que una camiseta vieja y un tanto agujerada con mis pantalones desteñidos de animalitos, cerré los ojos y apreté la boca tratando de controlar el rubor que amenazaba con cubrir toda mi cara.
La oficina estuvo en silencio por unos cuantos minutos y al abrir los ojos noté que el hombre de traje miraba en dirección de los, supuse yo, restos de alguna rara y costosa relíquia de cristal, luego llevó la mano al intercomunicador sobre su escritorio y pulsó el botón.
– Susan, ven un momento, por favor – dijo y cruzó los brazos luego de escuchar el "En seguida" como respuesta.
A los pocos segundos la mujer que me recibió entró a la oficina, tuve que girarme para poder verla, llevaba una pequeña pala y una escoba en las manos, él no se lo había pedido pero aún así las llevó, supuse que había escuchado el estallido y sacó sus propias conclusiones... Todo el mundo lo hacía.
Ella miró hacia abajo y de forma inconsciente mis ojos siguieron la misma dirección. Vi, al mismo tiempo que ella, la pila de diminutos trozos de porcelana que se encontraban sobre otra pila aún más grande de... Aún más diminutos trozos de vidrio. Eran en su mayoría transparentes pero se podían ver algunas vetas de colores, y había una corona dorada tirada cerca de los restos de cristal y junto a ella estaba lo que quedaba de una mano de porcelana.
"¡Vaya! Lo hice polvo"
Pensé impresionada con mi propia torpeza, Susan empezó a negar con la cabeza y giró hacia el hombre que aún mantenía los brazos cruzados.
– Se lo dije, le dije que tenía que esconder todas estas cosas y cubrir el cuarto de espuma si quería traer a Spencer hasta acá ¡Esta niña es una amenaza universal! pero nooo, usted dijo que poniendo una alfombra no tendría cómo resbalarse... ¡Claro! Con lo que no contaba era con que Miss Torpeza Andante no supiera caminar sobre alfombra – dijo en tono burlón pero enojado al mismo tiempo – Por lo menos no se cortó y manchó todo de sangre, eso se lo reconozco – dijo mientras recogía los cristales rotos.
Él suspiró, cerró los ojos y bajó la cabeza, yo me puse roja como un tomate y recé, como hacía cada vez que me pasaba este tipo de cosas, o sea... siempre, que me tragara la tierra. Me incorporé de un salto sobre mi asiento cuando, después de terminar, Susan me miró directamente. Dos segundos después sentí cerrarse la puerta a mi espalda y sólo entonces tuve valor para subir la cabeza y recibir mi regaño.
El hombre me miraba con una mueca en la boca mientras negaba con desaprobación y entornaba los ojos. Levantó un dedo y me señaló repetidamente.
– A pesar de todo... Me encantan las personas como tú, ustedes hacen mi trabajo mucho más sencillo – dijo sonriendo con un toque irónico, cómo si se estuviera riendo de un chiste privado. Me quedé extrañada por el comentario y superando la verguenza sin poder evitarlo pregunte:
– ¿A qué se refiere con eso? – él se encogió de hombros y se recostó un poco más en su silla, lo pensó un instante y luego levantó sus manos al aire mientras se disponía a darme su explicación.
– Bueno... Verás, para hacer mi trabajo como se debe hay mucho que tomar en cuenta Sabrina, los detalles lo son todo en esta organización, no pueden quedar cabos sueltos, debo colocar a las personas en el lugar y momento correcto, procurar que nadie modifique o interfiera con el plan original. Distraer al conductor el tiempo suficiente, asegurarme que los frenos del bus no funcionen y colocar la piedra en la posición precisa para que determinada persona tropiece con ella y caiga a la calle justo en el instante indicado para que el vehículo se lo lleve por delante – abrió más los ojos y agitó las manos en el aire con dramatismo.
-_ Todo y todos deben estar perfectamente sincronizados, como un reloj suizo... Son muchos detalles, si algo no sale bien, debo comenzar desde el principio. Pero entonces con personas como tú es mucho más fácil, porque no hay necesidad de tantos planes, no hacen falta piedras en el camino ni frenos defectuosos, ni siquiera tengo que empujarlos a la calle, ustedes simplemente... – tardó un poco buscando las palabras. - Ustedes simplemente se arrojan frente al bus, es maravilloso lo fácil que es trabajar con ustedes, y muy rápido – agregó sonriendo.
Yo estaba más que perpleja por lo que acababa de decir. Trataba de analizar sus palabras y darles sentido, pero todo era muy perturbador y al cabo de cinco minutos de pensarlo, sólo pude establecer una teoría, una espeluznante teoría, pero la única que parecía tener sentido.
– Intenta decirme que usted... se dedica a... ¿Matar personas? – dije con dificultad y un gesto de horror en el rostro. Él sonrió ligeramente y asintió mientras se encogía de hombros.
– Personas, animales, incluso seres sobrenaturales. Me encargo de todo aquel al que le llegó la hora de partir – me respondió encogiéndose de hombros nuevamente, y no sé cómo fue posible, pero mis ojos se abrieron mucho más que antes, él me miró entrecerrando los suyos y ladeando un poco la cabeza. - ¿Tienes idea de quién soy Sabrina? – cuando me vio negar con la cabeza, se levantó, rodeo el escritorio y se detuvo frente a mí apoyándose en el borde del escritorio - Yo, mi querida niña, soy La Muerte – dijo abriendo los brazos y bajando la cabeza a modo de presentación.