Layla era una mujer artística y dedicada. Siempre estaba produciendo obras de arte, desde libros y pinturas hasta esculturas impresionantes. Las primeras las publicaba bajo el seudónimo de Linda Moon y solía guardarlas en caso de necesitar dinero en algún momento difícil. Lo que producía como obra de arte solía donarlo por completo a sus ONG. Le encantaba ver las caras de las familias y las personas cuando recibían el dinero necesario para su educación o vivienda. Eso le daba sentido a su vida.
La mujer fue a reunirse con su editora, Marcela Powell, quien la había animado a escribir algo más que una novela infantil. La había animado a vivir el romance que sentía que se merecía a través de sus personajes y, de alguna forma, a alcanzar el éxito internacional en el género del romance.
La princesa había volado a Mainvillage para firmar su contrato y entregar su próximo libro. Su editora la invitó a comer para celebrar las ventas, la confianza y el éxito.
—Estoy tan emocionada por ti —reconoció Marcela.— ¿Qué te gustaría hacer?
—Estoy emocionada, pero no quiero comprar algo o hacer nada, creo que debería donar el dinero.
—Nunca te sientas mal por tu éxito y no deshonres a Dios tirando el dinero. Sé que donar no es tirar, pero soy tu apoderada financiera y no voy a permitirte donar los casi cincuenta millones de dólares que has ganado. Algún día tendrás un esposo, hijos, tienes un padre enfermo, el dinero es útil, no lo gastes todo.
—Tienes razón, pero donaré cinco millones a la causa de la señora Bradford, me gusta mucho su trabajo.
—Hablando de ella, está organizando una fiesta y sabe que estás en el país y que has donado mucho dinero a sus causas. Quiere invitarte a una fiesta familiar para que conozcas gente. En realidad, es una fiesta enorme. Su cuñado y su esposa cumplen veinte años juntos, lo cual es un milagro porque han estado batallando contra el cáncer.
—Ahh, qué fuerte.
—Sí.
—¿Entonces, me dejas ser la madrina de la princesa? ¿Vendrás a la fiesta?
Marcela había intentado hacer que asistiera a esos eventos famosos en Mainvillage. Por no hablar de Aurora Bradford, se habían conocido hace unos años y ambas eran fanáticas del bien social y de lo que para muchos suena como una causa perdida.
—¿Como en Cenicienta?
—Algo así, eres preciosa y quiero que vayas guapísima y te diviertas más que nadie. En lugar de decirme que no, ¿qué te parece si lo dejamos hasta las 12:30 am, después de los fuegos artificiales? Podrás huir en tu carroza. Ojalá que no sea con un príncipe azul que te respete, sino con un multimillonario, salvaje en la cama y guapo.
Marcela, mientras la ve partir, le informa a su amiga en común que ambas estarán en la fiesta. Layla no tuvo que pensárselo más y decidió esta vez decir que sí, vivir un poco. Solo vivía cuando estaba junto a él. Elías, príncipe del desierto y amor de su vida, era una pena que estuviese al otro lado del mundo conociendo a sus hijos e intentando reconciliarse con el amor de su vida.
—¿Bueno, cuándo es?
—Mañana. ¿Qué tal si descansas y vienes?
Layla aceptó, pero antes se fue a dar una vuelta por la ciudad. Mainvillage le parecía un cuento de hadas. Esa combinación entre lo clásico, romántico y lo moderno le encantaba. Este país le gustaba mucho más que su lugar de nacimiento, el cual le resultaba oscuro, frío y lleno de obligaciones deprimentes.
Entró a su cafetería favorita, la cual estaba en su hora de máxima afluencia. Por milagro, consiguió una mesa junto a la ventana y uno de los encargados la reconoció, la miró y le ofreció su bebida favorita en tamaño gigante. La joven sonríe y da las gracias.
—¿Le apetece algo más?
—Quiero el pastel de chocolate buenísimo con crema de café. Me da el pastel de limón y un emparedado de quesos con jamón. Dos de esos, uno es para llevar.
—¿No me guardaste la mesa? —interrumpe un hombre con una sonrisa encantadora, mientras la señala. Él era el primo del dueño y le encantaba comer ahí en las tardes, en medio de libros, revistas y la vista de la ciudad cuando todos tenían demasiada prisa por tomar el tren, el bus o simplemente por volver a casa.
—¿Era su mesa? —pregunta la princesa y él repara en ella. Leonel sonríe mucho más y los ojos se le achican y se llenan de alegría.
—No pasa nada.
—Podemos compartir —propone la princesa. —¿Puede traerle un café y algo de comer? ¿Qué le gustaría? Yo invito.
El joven la ve con esa sonrisa tímida y la elegancia. Todo en ella grita dinero, clase, seriedad, lo opuesto de las mujeres con las que suele salir. Así que no se niega a la posibilidad de conocer a alguien que parece perfecta. El joven toma asiento y ordena al mesero:
—Un par de botellas de agua, café n***o, el especial de la casa. Nos trae dos bandejas con papas fritas, quesos aparte y mayonesa adicional. Las chicken tenders del menú de niños. ¿Ha probado las mini hamburguesas?
—No.
—Vale, nos trae eso y lo que ella haya pedido.
El mesero se va y la princesa quiere reírse, de verdad que sí, porque la gente suele limitarse a la hora de pedir cuando les invitan, pero el tipo frente a ella no parece entender las normas comunes de educación y a ella le encanta.
—¿Quieres hablar o quieres silencio?
—Podemos... hacer lo que planeáb
amos.
—Hoy tuve un día de mierda. Mi... ¿Mi compañera s****l?
—¿Por fútil? —pregunta y ella ríe.
—¿Cómo te atreves a juzgarme? —pregunta Leonel en medio de risas. —No... solo... Sexo. Yo solo tenía sexo con ella, unas dos veces a la semana. Solo un mensaje de texto, todo súper bien, limpio y muy bueno. Y esta gilipollas me ha montado un pedo frente a mi madre. La pobre mujer que me ama y me parió y siempre ha querido que me case y sea normal, me lo ha tirado en la cara que soy un sobón, que es cierto, pero, bueno... y mi jefe me ha dicho que estoy mayor y que debería plantearme mis opciones. —Suelta el tipo con todo el enojo del mundo.
El camarero les pone los cafés en la mesa y ella le da un sorbo a su bebida. Los tres se miran y en les dan las gracias al unísono. Leonel le pide que cierre los ojos y se lave el paladar de lo que sea que está tomando con el agua. La invita a cerrar los ojos y respirar profundo, inhalar y exhalar. La joven obedece y sonríe, él la mira. A pesar de todo el cascarón de mujer de mundo y elegante, es preciosa, con la piel bronceada, unas cejas gruesas pero cuidadas, pestañas naturales, labios carnosos, es hermosa.
—Tienes que dar un sorbo pequeño, muy pequeño, y que raspe en el paladar duro. Cuando lo hagas, saborea, intenta oler y disfrutar de la temperatura y la potencia del sabor.
Una gota de café se escapa por el labio de la princesa y él la seca con uno de sus dedos. La joven abre los ojos asustada ante el contacto masculino.
—Perdón, te asusté. Yo...
—No... esto sabe muy bueno, está caliente, perdón. Este tiene canela, tiene chocolate y algo que lo hace ahumado. Es el mismo proceso de tostado, asumo.
—¿Qué más?
—Bueno, está menos caliente de lo que me gusta. Creo fielmente que tu este medio porque me encantó, pero tiene algo rico y ácido y algo que no sé qué es.
—Eres buena degustando. —responde emocionado y les traen todo lo que han ordenado. Los dos se miran y ella comenta que no todo lo que pidió es para comer, sino para probar y ahora pueden compartir. —No eres alérgica al gluten o esas cosas dietas raras.
—Como de todo, no sé qué son esos problemas alimenticios. —Leonel se ríe. —Mi papá nos daba de comer lo que se le ocurriera, o sea, miraba un animal, lo mataba él mismo y nos obligaba a comer hasta las tripas. Es... un tirano.
—¿De dónde eres?
—Soy de un país pequeño, Azalam en...
—El desierto árabe, son liderados por una monarquía.
—Sí, ¿cómo sabes?
—Mi abuelo es... el presidente. —Ella asiente.
—Y le ayudaba con sus campañas, así que conozco a muchos gobernantes.
—Claro, tiene sentido.
—¿Entonces, eres una princesa?
—Lo... soy...
—¿Cómo es tu título?
—Bueno, soy Layla, la princesa de Azalam, el sol y el desierto.
—Wow.
—¿Y tú?
—Soy el duodécimo en la línea de sucesión de la familia Westborn.
—¿En serio?
—No, soy... una decepción. —Responde con tristeza. —Se me da bien la velocidad y conduzco autos de carrera, y nadie cree que deba seguir haciéndolo. Tengo treinta y dos años, mi familia opina que debería estar haciendo campaña o como mínimo ejerciendo leyes o alguna mierda, mi empleador está a un minuto de despedirme. Soy un fraude, una decepción, una mierda. —Ella le mira divertida y le toma de la mano.
—Yo también. Soy un fraude. Una decepción. No estoy dispuesta a llamarme mierda por nada del mundo, pero así se siente mi vida.
—¿Quieres contármelo?
Chicas... ¿les gusta este comienzo? ¿Qué opinan de todo el drama que ya debería sospechar que se viene si leyeron "Todo por el reino"? Si no, pueden hacerlo o no porque aquí se enterarán de todo lo necesario. Las leo y desde ya GRACIAS por leer.
Para quienes no saben, soy Jade, autora de las novelas Mainvillage y esta novela está disponible de forma GRATIS en la aplicación Sueñovela (si la encuentran en otro lugar, está de forma ilegal, por favor reportar). Me encuentran en redes con más historias y anuncios, como @Mainvillage.historias o Mainvillage, no duden en seguirme y comentar a lo largo de la historia.