La princesa del pueblo

1665 Words
El piloto le había dicho a la princesa unos minutos antes que debía cargar el helicóptero y realizarle unas cuantas revisiones antes de volver. Habían salido tan a destiempo que solo había logrado hacerle una revisión básica. La mujer se había quedado por eso y escuchar las explicaciones de Layla y Kamal le habían dejado claro que no había pasado nada. De cualquier forma, no quería estar ahí, no quería sentirse como la otra en su propio matrimonio, ni como alguien que no recibía amor absoluto y exclusivo. Los empleados con el desayuno ingresaron a la casa y todos miraron a las princesas y los príncipes. —¿Quieren algo más de desayunar? —Mi batido, por favor —pidió Layla y una de las empleadas se lo entregó. —Majestad, hay una pequeña falla en el helicóptero —Selene rodó los ojos y exigió que le dieran una habitación. —Cuando esté arreglado el helicóptero, me voy a viajar. —Vijad le mostró a Selene el camino hacia su habitación. Su marido fue a saludar a sus hermanos y se sirvió un chocolate caliente y varios bollos de pan. Los hermanos asintieron. —Nos habíamos olvidado de que te gustaba el pan. —Sí, y mucho. Por eso tengo que ir a correr. —Kamal les mostró lo que estaban comiendo y sacó un cubierto, mantequilla, un poco de miel y canela. Layla, quien lo había visto hacerlo antes, lo miró incrédula. Luego partió cuatro pedazos y les dio uno a cada uno de ellos. Los chicos estaban sorprendidos por la calidad del postre matutino y se rieron de su hermano y de Layla. —Tengo planes para el día. Podemos andar a caballo, hacer senderismo, conocer nueva gente y luego en la noche podemos cenar en un restaurante muy bueno. Puedo hacer que lo cierren para nosotros. —Me gustaría cenar a solas contigo y con Selene. —Nosotros estaremos bien con una película —comenta Zair. —¿Tú crees que ella se quedará hasta que tú lo digas? —Voy a pedírselo con amabilidad y amor y espero que me escuche —todos en la mesa rieron. —Kamal, el príncipe del sueño —anuncia Amir y todos vuelven a reírse. Layla les propone a los príncipes cambiarse tan pronto como sea posible. Ella le asegura a Kamal que lo mejor es que vayan a un lugar no tan público y que salgan acompañados de mucha seguridad. A Layla le parecía excesivo, pero si bien su seguridad no parecía interesarle demasiado, tampoco quería que Zair y Amir, quienes apenas habían salido del palacio, se sintieran agobiados o tomaran medidas para mantenerlos lejos del reino. Layla llevó a los chicos por el territorio que conformaba el palacio en una caminata a caballo y seguidos por dieciséis guardaespaldas, lo cual le parecía una locura y una pérdida de tiempo. Selene había tomado una ducha, se había cambiado de ropa y se dispuso a tomar una siesta. No quería pensar, hablar o escuchar más cosas sobre su marido y Layla. Lo que más le molestaba era la falta de conciencia de Kamal hacia sus sentimientos. El joven ingresó a la habitación, la miró de costado y se dio cuenta de lo molesta que estaba. Selene es una persona única incluso cuando está enojada, suele dormirse. Kamal tomó asiento al pie de su cama y le acarició los pies. —No quiero hablar ni escuchar. —Está bien, voy a acostarme a tu lado y estaré en silencio hasta que estés en condiciones de hablar. —Kamal, ¿has pensado en mí? —Mi amor, pienso en ti todos los días, hablo contigo, te pregunto cómo estás, si necesitas algo o si quieres venir. —No quiero ser una imposición. —No eres una imposición, eres el amor de mi vida. Pero Layla es mi esposa y está pasando por algo serio, y tengo responsabilidades con ella y contigo que no puedo ignorar. No puedo evadir el hecho de que esta mujer, a la que mi familia le ha quitado todo y que ha perdido todo lo que amaba en la vida, se ha visto forzada a casarse conmigo e intentó suicidarse después de casarse conmigo. —Entiendo la depresión y el intento de s******o, y sé que debe estar pasándola mal. Pero tú viniste a ver de qué se trataba su huida, te casaste con ella y te quedaste a vivir aquí. ¿Has pensado en cómo me hace ver, cómo me hace sentir? —Lo siento, Selene, pero habíamos hablado de esto. Me aseguré de que estuvieras de acuerdo, y te prometí que si tu respuesta era no, buscaría una forma de ayudar a Layla. Ahora no puedo echarme para atrás, pero puedo intentar hacer esto lo menos incómodo posible para todos. Descansa, en la noche cenaremos los tres y dejaremos todo lo más claro posible. ¿Te parece? —Selene seguía sin querer hablar, pero le angustiaba que parte de “dejar las cosas claras” significara que ahora su marido era un 50 % de Layla. La mujer decidió no decir nada e intentó controlar su respiración para dormirse. La princesa y los príncipes habían disfrutado de un día maravilloso. Incluso habían ido a una pequeña poza, bastante pequeña y profunda, especial para alimentar a los animales y reírse. Layla les agradeció por su compañía. —Oh... Layla, somos familia para toda la vida, tus cuñados, hermanos menores, amigos, lo que quieras, pero siempre vamos a estar ahí. —Gracias —Los dos la abrazaron. Uno de los guardias les acercó unas toallas que Vijad envió para ellos. Los tres volvieron a vestirse y la princesa los llevó a dar un paseo corto por el pueblo. La princesa saludó a su gente en los mercadillos, vendiendo unos a otros productos. Todos detuvieron sus labores y se inclinaron hacia ella. Layla vio a Zair y Amir, los dos bajaron de sus caballos. La joven los siguió y fue a darle la mano a algunos trabajadores. Escuchó sus miedos, sus preguntas y no sabía qué decir o qué prometer. —Quiero que compres una canasta de productos a cada productor —ordenó a sus empleados. —Está pidiendo un tributo. —No, voy a pagarlo. —¿Cuánto dinero andamos? —preguntó Layla. —Princesa, no es aconsejado. —Cada productor le da de comer a familias completas. Hemos estado en tiempos de guerra y miedo, ¿por qué es mala idea ayudar? —preguntó Layla. —Yo ando con quinientos dólares. —Yo, trescientos —comentó Amir. —¿Me los prestarías? —preguntó Layla. —Dame tu celular —exigió al encargado de su seguridad. —Vijad, soy Layla,¿ podrías traerme? no sé, diez mil dólares. Quiero comprar en el mercado. —El mercado es tuyo, Majestad. —Bueno, quiero que la gente pueda comprarse un banquete y cenar bien hoy. —Layla, hoy tienes, mañana no sabes. —Voy a devolverle a mi pueblo.—Anuncia la mujer—¿Te acuerdas del oro de mi padre? —Iré con el dinero. Si quieres las monedas de oro de tu padre, tienes que venir por ellas. Amir y Zair vieron a Layla ganarse a su gente. En lugar de ponerlos a formar una fila para verla, ella hizo fila en cada uno de los puestos, conversó con los trabajadores, les preguntó por su producción y bendijo sus caminos y productos. Los dos príncipes estaban claros de que alguien sería una reina fabulosa. Su hermano, por otro lado, creía que Layla era imprudente, rebelde y que estaba loca en el sentido no divertido o normalizable. El joven bajó del auto y todas las miradas se posaron en él. Layla sonrió y levantó su mano hacia él. —¿Me buscas? —preguntó Layla, y él asintió antes de acercarse a la princesa. —¿Qué parte de “peligroso” no has entendido? —preguntó mientras se inclinaba para besar su mejilla. Kamal tomó la mano de la princesa y le besó los nudillos. Un artesano se acercó a ellos y se inclinó ante sus nuevos reyes. Ellos lo miraron y sonrieron. Kamal extendió su mano hacia el hombre y este lo miró sorprendido, ya que el rey anterior ni siquiera dejaba que se le acercaran demasiado. Ahí estaba su hija repartiendo riquezas, atención, afecto y escuchando sus necesidades mientras sus cuñados tomaban apuntes. —Majestad, veo que no llevan sortija. —Layla sonrió. —Curioso, pero no tenemos. —¿El reino está pobre? —preguntó una mujer. —El príncipe del sol está quebrado—aseguró otra y Layla se rió. —No, pero creemos que nos precipitamos —comentó Kamal. —Layla es una excelente esposa, pero quizá nos dejamos llevar por el momento. —¿Entonces, no se han casado para evitar la guerra? —Pues principalmente, esa era la prisa y era este o el otro que será príncipe toda la vida. —comenta Layla con humor y las señoras asienten en aprobación de la elección de la princesa. —Yo soy el mejor joyero de Azalam y fui quien preparó el collar de su madre, el que tenía un sol —Layla se lo muestra, el hombre sonríe y le informa que él lo preparó con sus propias manos y buscó la piedra durante meses para complacer a su madre. —Era su piedra de protección. —No lo dudo, mi madre era muy fiel a las piedras. —Majestad, ¿le gustaría que le venda un anillo? —Claro, no me lo vayas a regalar, que luego las señoras reparten la desinformación de que soy tacaño y no estoy para esos comentarios. —Todos en el mercado ríen y Kamal lleva al hombre a su puesto, mientras Layla sigue comprando, escuchando y trabajando con su gente. Kamal se dedica un poco a buscar algo para que sus esposas se pongan en el dedo.
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